Lourdes Magnolia tiene 41 años y se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, a las cinco ya está lista para tomar el transporte que la lleva a la planta de Sabritas en la Industrial Vallejo, en el DF, donde trabaja junto con más de mil personas, 15 de ellas sordos. Su trabajo consiste en inspeccionar las papas.
Se lleva más con sus compañeros sordos porque todos hablan con Lengua de Señas Mexicana (LSM). Aunque la compañía ofrece cursos para todos los demás empleados que quieran aprender lenguaje signado, acepta que casi sólo se comunica con sus compañeros con los que comparte la discapacidad.
A los normoyentes, dice, a veces nos acercamos poco porque nos da miedo y sentimos que no nos van a entender, explica; ella acepta que la falta de paciencia es mutua.
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