Por: Agustín Llamas Mendoza, Analista político y social. Profesor Decano del IPADE Business School Presidente Fundación Compromiso y Transparencia México, A.C
Hoy, en tiempos de pandemia, algunos, los más conscientes, se preguntan qué hacer y cómo actuar ante las circunstancias. Estas nos obligan a un diagnóstico sobre los ‘problemas-causa’ y no solo sobre los ‘problemas-efecto’. Las circunstancias nos obligan a no solo defender la salud humana, sino también la política y la económica. Por tanto, es importante tratar de responder a esas preguntas para que esta lamentable situación no acabe por debilitar aún más las cadenas de producción de valor social.
Si el diagnóstico que antecede el ‘qué’ y el ‘cómo hacer’ es aquel donde la sociedad cada vez más se tiene que hacer cargo de sí misma y de hacerse cargo de los problemas sociales, entonces hay mucho por y para hacer.
En este contexto de vacío de poder, de ausencia de liderazgo donde quienes encabezan un Gobierno que tiene la responsabilidad de prever y actuar durante una emergencia, en este caso, sanitaria, la sociedad tiene que responder.
Debemos de recordar antes de cualquier otra cosa que todos los problemas sociales, por definición, le pertenecen a la sociedad. Y cuando la sociedad supone que estos problemas son del Gobierno o el Estado, con ese apetito político natural que les caracteriza, toman los espacios y las funciones que a la sociedad le corresponden, pero que no puede o no quiere hacerse cargo.
El principio de subsidiariedad
El principio que rige y debe regir cualquier sistema es el de subsidiariedad, que consiste en definir un equilibrio donde participe toda la sociedad que sea posible y todo el Estado que sea necesario.
Cuando se rompe ese equilibrio entonces suele costarle muy caro a la misma sociedad, debido a que el Estado comienza a tomar propiedad o funciones que solo le pertenecen a los ciudadanos.
Y ese equilibrio dinámico solo se mantiene o se sostiene cuando contamos con una sociedad responsable y que asume esa responsabilidad y no deja que ningún otro actor se involucre donde solo ella misma tiene competencias y obligaciones.
En las emergencias o en las contingencias y desastres naturales es obvio que el Estado o el Gobierno tiene que actuar inmediatamente en tanto la sociedad no pueda hacerse cargo de la situación, pero una vez que este haya actuado eficientemente y optimizando los recursos fiscales que son de la propia sociedad, debe retirarse y dejar que esta actúe y genere ese valor social que solo ella puede crear.
La responsabilidad social de todos
Tampoco podemos obviar que la responsabilidad social está asociada a las capacidades de respuesta que tenemos como individuos, familia, como empresas, universidades, organizaciones, gobiernos y como sociedad en general.
Así, si una sociedad tiene capacidades para movilizarse y presionar a las instancias de cualquier tipo para que, por ejemplo, gestionen adecuadamente sus demandas, entonces esa es su responsabilidad.
Igualmente, si un individuo en lo particular tiene recursos que puede distribuir o gestionar para solucionar problemas sociales o de su entorno, esa es su responsabilidad.
Con cierta perspectiva podríamos imaginarnos que todos, en realidad, somos sociedad, solo que operada ya sea de manera organizada -en la empresa, en los sindicatos, en el gobierno, en la justicia, etc.- o en cualquier otro forma. Suponer que porque yo, trabajador o empleado de gobierno o de un partido político, no tengo responsabilidad social es un absurdo.
En realidad todos somos sociedad, solo que operamos en diferentes ámbitos de la vida y desde esos ámbitos generarnos o no valor.
Por tanto, un político cuya responsabilidad primigenia es el bien común, él genera o debe generar valor social desde esa responsabilidad. Un empresario desde su empresa, generando empleo y riqueza, debe y crea valor social.
Cadenas de valor social
Todos ellos, de hecho, individuos, familias, empresarios, políticos, compañías, organizaciones sociales, escuelas, sindicatos, gobiernos, partidos, cámaras de representación, etc., son eslabones que conforman múltiples cadenas de producción de valor social.
Cuando alguno de esos eslabones se debilita o se rompe, entonces el nivel de productividad social disminuye y todo el sistema paga por ello. Toda la sociedad paga por ello.
En ese sentido se suele pensar que los problemas de una empresa son económicos, o que los problemas de un gobierno son problemas políticos, o que los de las asociaciones civiles son exclusivos de ellos, y no es así. En realidad, todos son problemas sociales, porque al final tanto la política como la economía y la sociedad civil están ordenados hacia un solo fin: la generación de valor social.
Cuando algún político no gobierna para todos, suponiendo que solo los que menos tienen requieren de ayuda subsidiaria, está cometiendo un gran error porque en realidad no solo los más necesitados requieren de apoyo sino también aquellos que son generadores de riqueza, porque esa riqueza nunca es monopólica sino que se desparrama para muchos más actores y no solo a los dueños del capital.
Si no alcanza a ver que al no evaluar el impacto social que pudiera tener el cierre masivo de empresas está afectando profundamente a toda la sociedad en su conjunto, entonces su diagnóstico está totalmente equivocado y por consecuencia generará graves costos para la sociedad. Está rompiendo el gran eslabón de la generación de valor económico y, por tanto, social.
O cuando un llamado empresario coloca por delante el trabajo a costa de poner en riesgo la vida y la salud de sus empleados y sus más cercanos, no alcanza a ver que el daño que está causando va más allá del estado de resultados de sus propias empresas.
Los dos personajes no están entendiendo que tanto Gobierno como empresas en realidad son parte de una gran cadena de generación de valor social.
Pero independientemente de la mezquindad de algunos individuos y que se manifiesta carcomiendo eslabones de esas cadenas, la sociedad en general suele huir y rechazar ese tipo de pseudoliderazgos y lo normal es que ella misma se organice, se proteja y se solidarice para fortalecer esos eslabones y cadenas sociales.
Al final, ese tipo de comportamientos siempre representan vacíos de poder que la sociedad no suele tolerar y reacciona tomando el control sobre su propio destino ante la ausencia de mando y autoridad desde el poder legítimo y legal.
Bajo el supuesto que en estas circunstancias debemos de cuidar las libertades económicas y sociales, y debemos ser mucho más solidarios y así cuidar esos eslabones para fortalecer y no descuidar a toda la sociedad y con ella nuestro sistema democrático, sería necesario:
a) Que cada quién revise su inventario de capacidades para evaluar cómo compartirlas de la mejor manera posible:
a. Promoviendo el consumo local
b. Ahorrando
c. Tratando de mantener los costos fijos y reducir los variables d. Pensar desde la oferta y reinventarnos
b) Que desde la empresa prevalezca de la mejor manera posible el proteger el empleo y la salud:
a. Promover el trabajo en equipo y fortalecer solidaridad
b. Mayor comunicación y pensar fuera de la caja
c. Trabajar con toda la cadena productiva y protegerse d. Pensar desde la oferta
c) Que desde el ámbito de la política la racionalidad prevalezca:
a. En un escenario donde todos pierden lo prudente es que todos perdamos lo menos
b. Favorecer a unos a costa de otros divide a la sociedad
c. Fortalecer el liderazgo
Los escenarios catastrofistas pululan, salgámonos de esa tendencia. Pensemos que también podríamos estar ante una gran oportunidad, ante la gran ocasión de salir mejor que como entramos o nos dejamos que nos metieran.
Protejamos a las cadenas de valor social que subsistan. Como dicen que decía Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar al mundo”. Siempre habrá apetitos monopólicos económicos, políticos y sociales que debilitan esas cadenas sociales, y en algunos casos las llegan a romper, pero quienes hacen fuerte a un país no son los individuos con poder sino aquellos que tienen autoridad. Y la sociedad tiene más autoridad que quienes ostentan el poder. Y esa autoridad nos obliga a actuar responsablemente, por el bien propio y el bien común.