Si no sabíamos donde quedaba Copenhague seguro que ahora ya lo sabemos. La prensa mundial reportó ampliamente las discusiones, a veces acaloradas, entre los países en vías de desarrollo y los desarrollados sobre las medidas a tomar para evitar los impactos del calentamiento global. ¿Pero qué tiene que ver esto con las empresas? ¿Y con los individuos?
El calentamiento global puede conducir a una elevación del nivel del mar, al fundirse la capa de hielo de los polos y de los glaciares, a un aumento de desastres climáticos, cambios en la distribución de las lluvias con zonas en sequía y zonas en inundación, a cambios en la productividad agrícola y a una mayor dispersión de enfermedades contagiosas, entre otras consecuencias.
En el acuerdo vigente sobre cambio climático, alcanzado en Kyoto en el año 1997 y que entró en vigencia en el año 2005, se establece que los 37 países desarrollados que lo ratificaron (Estados Unidos no lo ratificó) reducirían sus emisiones anuales de gases de efecto invernadero en determinados porcentajes por debajo de los niveles de 1990 (un promedio del 5% menos antes del 2012).
Los países en vías de desarrollo no estaban obligados a hacer reducciones. El razonamiento era que el cambio climático estaba siendo causado por gases acumulados en la atmósfera emitidos en decenios anteriores, mayormente por los países desarrollados y que eran estos países los que debían reducir las emisiones.
Inclusive, se ideó un mecanismo compensatorio para que los países en desarrollo pudieran obtener recursos financieros sin costo a cambio de implementar proyectos que evitaran emisiones por encima de lo que hubiera sido lo normal.
Por ejemplo, si se capturaba el metano de la basura o del estiércol para generar energía, en vez de dejarlo que escapara a la atmósfera, los países desarrollados podían comprar estos “ahorros de emisiones” y cargarlos a cuenta de su cuota de reducción de emisiones.
Este es el llamado “mecanismo de desarrollo limpio”, que pretende matar dos pájaros de un tiro: reducir emisiones globales y recompensar los esfuerzos en países en vías de desarrollo.
Sin embargo, las emisiones han crecido mucho más de lo anticipado y entre el momento del acuerdo y ahora, China ha pasado a ser el mayor emisor mundial e India, Brasil y África del Sur hacen contribuciones significativas. Ahora los acuerdos de reducción no pueden ignorar a los grandes emisores de los países en vías de desarrollo, que inclusive tienen un mayor crecimiento en las emisiones que los países desarrollados. Las emisiones acumuladas pertenecen mayormente a los países desarrollados pero a partir del siglo XXI los países en desarrollo están haciendo una contribución elevada. Siendo las emisiones un tema verdaderamente global, no tiene sentido reducirlas en un país si los demás hacen lo que les da la gana.
En Copenhague se trató de lograr un tratado legal que reemplazara al de Kyoto que vence en el 2012, pero los intereses nacionales impidieron que se lograsen acuerdos en cuanto a reducciones obligatorias. Sin embargo, sí hubo acuerdos en cuanto a niveles voluntarios ofrecidos por los países de Europa, Estados Unidos, China, India y Brasil. Se logró un acuerdo en la necesidad de evitar el calentamiento global por encima de 2 grados centígrados sobre el promedio actual, que es el nivel considerado como manejable, pero no se logró un acuerdo sobre el cómo lograrlo.
De hecho, las reducciones voluntarias ofrecidas harían que el aumento sea mucho mayor, con consecuencias catastróficas para los países más pobres.
También se logró un acuerdo en una transferencia preliminar de ayudas financieras para la adopción de medidas para reducir emisiones y para adaptarse a los efectos del cambio climático en los países en vías de desarrollo. No se logró un acuerdo en cuanto a la verificación independiente de la emisiones, ni en cuanto a los pagos por deforestación evitada en países en vías de desarrollo (una de las principales fuentes de emisiones). Habrá una nueva reunión en diciembre de 2010 en México para retomar estos temas pendientes.
Sin entrar en muchos detalles, el lector puede preguntarse, ¿Si esto es un problema de los países, como afecta a las empresas y sobre todo en países en vías de desarrollo? La mayor parte de las reducciones deben venir de las grandes empresas energéticas, de cemento, petroquímicas, siderúrgicas. Pero buena parte de las emisiones son causadas por el transporte, la agricultura, los edificios y hogares y la deforestación.
Si bien los compromisos son a nivel de país, corresponde a las empresas, gobiernos e individuos, la implementación de las reducciones. Los gobiernos con compromisos de reducción, obligatorios o voluntarios, deberán repartir la carga entre sus empresas y entre la ciudadanía.
En algunos casos se les asignan cuotas de emisiones a los grandes emisores, que no pueden superar, y que si lo hacen deben “comprar” cuotas de otras empresas que no usen la suya (lo que se llama comercio de créditos de carbono). En algunos casos, las empresas y hasta los individuos, como parte de su responsabilidad, pueden auto-asignarse cuotas de reducción y en caso de no poder cumplirlas, comprar créditos de carbono en el mercado voluntario.
Por ejemplo, en algunas aerolíneas ud. puede comprar los créditos para compensar las emisiones de su viaje. En algunos países se puede comprar electricidad generada de forma renovable (eólica, solar, etc.), a un costo superior a la electricidad generada con energía no renovable (mientras más energía renovable compran los clientes, más debe comprar la distribuidora eléctrica a sus generadores y ello debería conducir a menores emisiones).
Aún cuando muchos de los países de América Latina seguirán sin tener obligaciones de reducción, la reducción voluntaria contribuiría a hacer menos grave el problema del calentamiento global. En principio la mayor parte de las empresas no tendrán obligaciones. Pero las empresas siderúrgicas de Brasil o las de cemento de México pueden que se enfrenten a reducciones obligatorias para contribuir al total comprometido por esos países.
Los países también tendrán que tomar medidas para evitar la deforestación, tener prácticas agrícolas, sobre todo pecuarias, con menos emisiones, promover y eventualmente obligar a la eficiencia energética en los edificios, hogares y en los medios de transporte. Es mucho lo que voluntariamente podemos hacer todos, empresas e individuos, sobre todo en el tema de ahorro energético, que además nos beneficia al ahorrar costos y evitar nuevas inversiones en producción de energía.
A pesar de no haberse logrado acuerdos en Copenhague, la amplia cobertura que ha tenido el tema ha concientizado a los gobiernos, a las empresas y al público sobre el problema.
Aún cuando no tengan obligaciones legales, esto no quiere decir que no puedan o no deban hacer nada. Tienen obligaciones morales. Si todos nos desentendemos, todos nos ahogaremos o asfixiaremos juntos.
Este es un caso en que contribuir a la solución de un problema común redunda en el bien individual.