Mark:
En 2010, escribí La red social y sé que te habría gustado que no lo hubiera hecho. Te quejaste de que la película era imprecisa y de que Hollywood no entendía que hay quienes crean cosas solo con el propósito de hacerlas (sí lo entendemos, es lo que hacemos todos los días).
No diferí sobre tu acusación pública de que la película era una mentira porque yo ya había dado mi opinión en la pantalla grande, pero tú y yo sabemos que el guion lo revisó exhaustivamente un equipo de abogados del estudio que tenía un cliente y un objetivo en mente: que no nos demandara Mark Zuckerberg.
No fue difícil advertir la ironía cuando leí fragmentos de tu reciente discurso en la Universidad de Georgetown, en el cual defendiste —sustentando tus argumentos en la libertad de expresión— la práctica de Facebook de publicar anuncios de candidatos políticos que contienen datos verificablemente falsos. Admiro tu profunda fe en la libertad de expresión. Yo recurro a menudo a la primera enmienda de la constitución estadounidense. Pero lo más importante es que constituye uno de los cimientos de nuestra democracia y necesitamos mantenerlo sólido.
Una inyección de mentiras descabelladas al suministro de agua que corrompe las decisiones más importantes que tomamos juntos no puede ser una situación que ni tú ni yo queremos. Son mentiras que tienen un efecto muy real e increíblemente peligroso en nuestras elecciones, en nuestras vidas y en las vidas de nuestros hijos.
No menciones a Larry Flynt. Ni siquiera Larry Flynt —ese adalid de la pornografía y la libertad de expresión— mencionaría a Larry Flynt. Esto no es lo mismo que la pornografía, pues la gente no depende de ella para obtener información. El año pasado, el 40 por ciento de los estadounidenses dijeron que Facebook es su principal fuente de noticias. Sin duda el problema quedaría resuelto si esas personas recurrieran a una fuente diferente de noticias o, incluso, si decidieras convertir a Facebook en una fuente confiable de información pública.
En 2010, el eslogan en el material promocional de La red social decía: “No haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos”. Tan solo nueve años después, esa cifra suena pintoresca porque ahora una tercera parte del planeta utiliza tu sitio web.
Y en este momento, en tu sitio web, hay un anuncio que asegura que Joe Biden le dio mil millones de dólares al fiscal general de Ucrania para que no investigara a su hijo. Cada segundo de ese anuncio es una mentira y está avalado por tu logotipo. Esto no es defender la libertad de expresión, Mark, es atacar la verdad.
Tú y yo queremos que haya protecciones para la libertad de expresión, para que nadie termine en la cárcel o sea asesinado por decir o escribir algo impopular, no para garantizar que el electorado estadounidense tenga acceso sin restricciones a mentiras.
Incluso después de que el guion de La red social satisfizo los estándares del departamento legal de Sony, enviamos el texto —como lo habíamos prometido tras un apretón de manos— a un grupo de ejecutivos sénior de tu empresa y los invitamos a darnos comentarios (me preguntaron si podía cambiar el nombre de la Universidad de Harvard a otra cosa y si Facebook tenía que llamarse Facebook).
Después de filmar la película, organizamos una proyección privada de una primera versión para Sheryl Sandberg, tu directora de operaciones. Sandberg se levantó a la mitad de la proyección, volteó hacia los productores que estaban de pie al fondo de la sala y dijo: “¿Cómo le pueden hacer esto a un chico?”. (Tenías 26 años en ese momento, pero, está bien, lo entiendo).
Espero que tu directora de operaciones entre en tu oficina, se acerque a ti y diga: “¿Cómo podemos hacerle esto a millones de niños? ¿De verdad vamos a dejar un anuncio que asegura que Kamala Harris operaba peleas de perros en el sótano de una pizzería mientras Elizabeth Warren destruía evidencia de que el cambio climático es un engaño y el Estado profundo les vendía metanfetaminas a la congresista Rashida Tlaib y al exjugador de fútbol americano Colin Kaepernick?”.
La ley que responsabiliza a las empresas que albergan contenido de internet generado por usuarios por tener este tipo de contenido —como sucede con los estudios de cine, las cadenas de televisión y las editoriales de libros, revistas y periódicos— no ha sido redactada… todavía. Pregúntale a Peter Thiel, quien financió una demanda por difamación en contra del blog Gawker que llevó al sitio a la bancarrota y forzó su cierre (debes tener el número de Thiel en tu agenda, él fue uno de los primeros inversionistas en Facebook).
La mayoría de la gente no tiene los recursos para contratar a un batallón de personas que se dediquen a comprobar datos. Sin embargo, hace dos semanas, cuando testificabas frente a un comité del congreso de Estados Unidos, la representante Alexandria Ocasio-Cortez te preguntó: “¿Encuentra un problema potencial en la absoluta falta de verificación de datos en los anuncios políticos?”. Luego, cuando te presionó más, al preguntarte si Facebook quitaría o no las mentiras, respondiste: “Congresista, en la mayoría de los casos, en una democracia, creo que las personas deberían ser capaces de ver por sí mismas qué dicen los políticos por los que van o no a votar, y juzgar por sí mismas su carácter”.
Pues bien, si hubiera sabido que pensabas así, habría puesto a los gemelos Winklevoss como los inventores de Facebook.
Fuente: The New York Times