Por Agustín Llamas Mendoza, Analista político y social, Profesor Decano de IPADE Business School, Presidente Fundación Compromiso y Transparencia México, A.C.
La democracia es un lugar donde todo se puede ver, donde todo se puede oir. En la democracia es difícil esconderse, todo se transparenta, se asoma y se observa. No es un lugar donde llegar, ni un estatus ni un espacio, sino una actitud y un método. Contrario a lo que se ha creído durante mucho tiempo, la democracia no es un fin en sí mismo, es un sistema de pesos y contrapesos institucionales. Es un medio para ayudar a entendernos, para facilitar nuestras relaciones políticas y sociales que, entre otras cuestiones, nos proporciona certezas para la participación y nos corresponsabiliza de los asuntos públicos. La democracia no solo es un entramado de leyes o reglas, sino que requiere de demócratas, de ciudadanos.
Las últimas elecciones federales de 2018, sus resultados y el respectivo cambio de gobierno han marcado un punto de inflexión. Todo lo que habíamos avanzado en términos democráticos lo han ido desmontando. Ciertamente traíamos dos lastres muy importantes: gran corrupción y una desigualdad profunda. Pero ello no debiera justificar el cambio de reglas restringiendo libertades y las prácticas populistas de corte estatista. Para eliminar la corrupción y la desigualdad social se comienza respetando y haciendo respetar el estado de derecho.
En los treinta años previos se intentó, por una nueva generación de mexicanos, construir un sistema más democrático, libre y justo. Se intentó edificar un modelo de libertades económicas, sociales y políticas a la par de uno de responsabilidades. Tanto libertades como responsabilidades son elementos fundamentales para la construcción de una democracia. Sin embargo, a partir de ese proceso electoral se han ido desmontando esos dos modelos que tanto tiempo, recursos y vidas costaron. En dos años nuestra democracia la han degradado.
Y esa degradación solo los ciudadanos la pueden detener y lo pueden hacer, por ahora, mediante el voto. Ningún demócrata, estaría dispuesto no solo a perder sus espacios de libertades sino a que con el derrumbe de la democracia su familia y sociedad se vean empobrecidas y rehenes de un gobierno inepto, autoritario y populista.
Para defender la democracia se necesitan demócratas. Cambiar las leyes como se venía haciendo ya no basta. Se pueden crear, tener reglas más democráticas y de libre mercado, pero si la población -actores de todo tipo- es irresponsable, desapegada de la legalidad, dependiente del Estado y, por tanto, acostumbrada a una cultura autoritaria, no hay nada que hacer. Esa sociedad entonces se transforma en el primer obstáculo paradojicamente para defender lo que ganamos en esos treinta años.
El actor social que posee una actitud ciudadana, se responsabiliza de la cuestión pública y de la sociedad cotidiana y permanentemente. Adopta un compromiso de fondo. Un ciudadano es un “socio” del sistema y no solo un consumidor de políticas públicas o de partidos o de políticos. Es un socio que debe exigir y auditar a su empresa llamada democracia.
Hoy en día se suele agradecer poder vacunarse cuando la ineptitud de este gobierno nos ha llevado a padecer más de 200 mil muertes por su falta de responsabilidad, previsión y profesionalismo. ¡Nada qué agradecer! Primero, es una obligación del Estado mexicano la salud nacional y es una responsabilidad del gobierno operar el sistema diligente y eficazmente; segundo, el dinero con que se compran es nuestro; las vacunas las pagamos los trabajamos y tributamos. Este tipo de gobiernos primero te rompe las piernas, después te da las muletas y luego se las tienes que agradecer.
En otras palabras, no será sino hasta que el ciudadano común haga suya la política y no solo se la deje a los políticos profesionales, que se podrá decir que se ha comenzado un proceso serio de defensa de nuestra democracia. La política debemos “privatizarla”. La política la han “estatizado” esos políticos, y por ello, el próximo 6 de junio, como ciudadanos tenemos la oportunidad mediante el voto de decir que la política es de la ciudadanía.