A base de clases, reuniones, seminarios y tertulias, vivo en el eterno retorno de una de las preguntas que más veces he oído a lo largo de mi vida profesional: ¿pero bueno, qué es la ética? (habitualmente formulada con el tono pillín de algo así como «te he pillado y de aquí no te escapas»). Pese que ya llevo algunos años en el oficio, y después de siglos de actividad del gremio, no siempre resulta fácil tener disponible alguna respuesta no excesivamente vaga (es decir: ni difusa, ni perezosa). Pero si se trata de dialogar, prefiero contestar con otra pregunta: ¿cómo estás de salud?
Ya se sabe que las respuestas correctas a esta pregunta son frases como, «bien, gracias», «voy tirando», «ya te contaré» o «¿de verdad quieres que te lo diga?». Pero para mí esta es una de las preguntas cruciales de la ética, que no admite respuestas de calibre convencional. Debo reconocer que si atendemos al currículum de los cursos y seminarios, a los índices de los libros, a los temas de los congresos o a los documentos de las empresas, cuando se habla de ética de salud se habla bien poco. Hay otros temas mucho más apreciados. Por ejemplo, los valores; y no digamos temas tan agradecidos como la crisis de valores o la gestión por valores, que sirven tanto para un roto como para un descosido. También resulta de buen ver tratar de normas o pautas de comportamiento reconocidas como aceptables en un momento dado. Y el no va más ya es hablar de prácticas, habilidades y competencias. La vida es complicada, y a menudo lo que nos tranquiliza más es saber qué hacer, y a ser posible que nos lo digan. Tanto Kant como Lenin, por ejemplo, consideraron «¿qué hacer?» como una pregunta crucial e insoslayable, a la que dedicaron algunas páginas (aunque hoy pocos sepan quien fue Kant y, no digamos, Lenin). Pero no nos engañemos, parece que, al respecto, el talante leninista prevalece sobre el kantiano: andan por ahí sueltos muchos más leninistas que se desconocen a si mismos de lo que parece. Finalmente, no hay ética aplicada que se precie sin una larga relación de temas y situaciones concretos que comportan dilemas o conflictos de valores. A veces, parece que de lo que se trata es de ver quien tiene la lista más larga de problemas éticos de una disciplina o una actividad profesional. Al final, claro está, si se hace el trabajo bien hecho ocurre como en aquel cuento de Borges en el que un cartógrafo, a fuer de realizar su trabajo cada vez con mayor precisión, acabó pergeñando un mapa que se superponía exactamente con el territorio. Por eso cualquier debate en ética aplicada se acaba pareciendo a un debate con Hernández y Fernández: siempre hay alguien que añade «yo aún diría más…». Y, claro, al final la conclusión es que la ética sirve para alargar las discusiones, pero no para tomar decisiones. Curiosa conclusión…
Volvamos, pues, a la salud. Como doy por supuesto que toda definición de salud presupone una interpretación de lo que es vivir humanamente, yo me remito siempre a la que en su día se estableció fundacionalmente en un congreso de médicos y biólogos de lengua catalana: «salut és aquella manera de viure que és autònoma, solidària i joiosa» («salud es aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y gozosa»… aunque creo que el «gozo» no cubre el mismo espectro de matices que la «joia»). Lo que me gusta de esta aproximación es que no reduce la salud a una situación de bienestar ni, menos aún, a una ausencia de enfermedad. Sin necesidad de que nos suba la fiebre especulativa, podemos decir que esta aproximación incluso no hace del todo incompatibles la salud y la enfermedad. Y no lo hace porque no nos propone ni un estado ni una norma, sino que nos sitúa en un proceso. El proceso de vivir mejor (¿de qué puede hablar la ética, sino de vivir mejor?). El proceso de querer vivir la vida con mayor autonomía y solidaridad y, a la vez, gozar de la vida (y vivirla con gozo).
Y como se trata de un proceso, el punto de partida no son valores o ideales abstractos.Y menos aún algún tipo de perfeccionismo («cero defectos» puede ser una buena consigna para la calidad de un producto, pero no lo es en absoluto para la calidad ética: considero que la idea de perfección es de una extrema toxicidad moral). Es cierto que se nos habla de autonomía, de solidaridad y de gozar; de las tres dimensiones a la vez y sin prelación jerárquica, por cierto, y no de una en detrimento de la otra, o de convertir su respectiva afirmación en un juego de suma cero. Pero lo sustantivo de la salud es la manera de vivir, lo sustantivo es nuestra energía vital (de ahí que cuando nos falta ánimo, pero también cuando constatamos que falta moral, hablemos de «desmoralización»). Hablar de ética es hablar de una manera de vivir. A ser posible en primera persona, porque si algo sobran son los discursos morales que se refieren a cómo han de ser los valores… de los demás. Recordando el título de una inquietante película, para muchos hablar de ética es hablar de la vida de los otros. Y de lo que se trata es de hablar de nuestra manera de vivir. Más autónoma, solidaria y gozosa. Porque de esto se trata en la medida de nuestras posibilidades vitales y en nuestro espacio vital, sean los que sean, y no de la fantasía de esperar a cuando tengamos no sé qué condiciones ideales. Porque lo peor cuando se trata de vivir con mayor autonomía, solidaridad y gozo es situarse en el escenario que dibujó Lope de Vega: «siempre mañana y nunca mañanamos».
Por eso cuando el pragmático recalcitrante que todos llevamos dentro me pregunta para qué sirve la ética, siempre contesto que para estar mejor de salud. Para vivir mejor (y, por tanto, también para combatir la desmoralización). Hoy. Ahora.
Por cierto, ¿cómo estás de salud?
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Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad