Últimamente, en las revistas de negocios y en los periódicos se han popularizado los editores que hacen referencia a la responsabilidad social empresarial, relacionados por lo general con las prácticas medioambientales, entre las que destacan el ahorro de energía y el impacto del cambio climático, pero también relacionados con la ética empresarial y la corrupción entre otros.
Se habla, se escribe y se analiza la necesidad de que las empresas tomen acciones concretas con respecto al medio ambiente y la sociedad a costa, muchas veces, de la rentabilidad y generación de valor en la compañía. Claro que el argumento «pro-responsable» es importante, pero a veces llega a opacar al de la generación de utilidades y hasta minimiza la subsistencia de las organizaciones.
Si bien la RSE es irremplazable, corre el riesgo de convertirse en una utopía. La otra visión, la «pro-empresarial», es la que enfrentan las empresas en el día a día, en donde tienen la presión de generar utilidades, atraer inversiones, conseguir clientes, vender, operar, etcétera. Esta visión se cicla en una dinamica utilitarista que, ante decisiones miopes, puede llevarle a generar costos sociales muy altos, e inclusive a desaparecer en el corto o mediano plazo.