La comunicación siempre fue parte importante de la política, pero en nuestros días ha cobrado un valor aún más alto.
Puede decirse que sin comunicación no habría política moderna posible, aunque no debe hacerse necesariamente una identificación entre cantidad y calidad informativas.
Porque, la comunicación, para ser tal y efectiva, debe contar con una característica primaria (que no suficiente), cual es el que la información enviada a un público dado sea no sólo recibida sino asimismo contestada por éste, de una u otra manera, en una línea no contradictoria con las apetencias u objetivos de la fuente emisora del mensaje.
Sin embargo, a partir de esto podría darse una pluralidad de situaciones posibles en el contenido, estructura y forma concretos de tal comunicación.
Es decir, aseverar que una comunicación es efectiva conlleva una reflexión adicional nada baladí: ¿es independiente esa efectividad de su repercusión social o depende exclusivamente de los resultados concretos para el partido que la incluye en su estrategia política?
Hacer el bien común, referencia teórica de los partidos políticos, debería conciliarse, en este punto, con el hacer bien y hacerlo saber bien, referencia inexcusable a su vez para los profesionales de la comunicación excelente.
No obstante, hoy por hoy el mundo ¡desarrollado! da muestras más que sobradas de llevar a cabo comunicaciones aparentemente efectivas pero en realidad socialmente nocivas y, por ende, no efectivas, disfuncionales para los ciudadanos. Y esto ocurre en todos los sectores, pero singularmente en el político.
Así, los objetivos comunicacionales de los partidos políticos habrían de estar, siempre, en línea con los objetivos de los ciudadanos como tales. En este sentido, es palmario que un partido de corte conservador, no por el hecho de mantener esta ideología ha de producir estrategias de comunicación que rechinen con buena parte de la ciudadanía, entre la cual no sólo podría estar la progresista sino también segmentos nada desdeñables de su propia clientela.
Dicho más claro: un partido puede y debe ser consecuente con la ideología que sustenta, pero a la hora de comunicase con el público, sea cual fuere éste, lo que se dice y cómo se dice ha de guardar una mínima armonía con los valores comunes para todo el agregado social, independientemente de las distintas tendencias políticas de este colectivo.
A modo de ilustración: se puede ser conservador y no por ello sostener políticamente y no enmendar en lo posible un presunto problema de ética en uno o varios de sus líderes. Y en esto no debe decirse, a mi juicio, aquello de “razón de más para que se haga en el caso de un partido progresista”. No, progresistas y conservadores deben saber cuál es el límite para los ciudadanos, todos, a la hora de comunicarse con ellos.
Y que una comunicación excelente comienza por el “hacer bien”. Si no se hace bien, lo demás no tiene sentido. Y si se hace bien, esto ha de comunicarse bien, a su vez. Ni galgos ni podencos, ni conservadores ni progresistas, simplemente, ejecutar lo de “hacer el bien común”, que puede entenderse ideológicamente distinto, pero que para valores arraigados en todos es para todos igual.