De los 140 millones de hectáreas de bosques y selvas de México, el 80 por ciento son propiedad colectiva de 8 500 ejidos y comunidades –mayoritariamente indígenas–. Estas tierras poseen la mayor diversidad mundial de especies florales y animales – en especial, por ejemplo, de pino, con más de 50–; y, desgraciadamente, una de las tasas más altas de deforestación en el mundo, entre 914 000 y 1,78 millones de hectáreas de bosque perdidas anualmente.
Para enfrentar esta situación, la silvicultura sustentable ha alcanzado numerosas regiones del país. Es decir que a través de un sistema extractivo basado en el aprovechamiento de productos maderables y no maderables –hojas de palma y resinas– de áreas silvestres, por parte de los grupos productores –propietarios de la tierra como ejidales– con certificaciones FSC y Extracción con Ordenamiento Territorial Comunitario y Programa de Manejo Forestal. Esto quiere decir que no sólo se presenta como un sistema productivo, también por el cuidado de las áreas silvestres con prácticas de mantenimiento y restauración.
En Trinidad, en Oaxaca, la silvicultura sustentable está ejerciendo un cambio en la deforestación de sus zonas para crear un equilibrio en su ecosistema. Ahora que los árboles fueron talados, y sólo quedó en pie un árbol, la tierra se prepara para la reforestación. De manera que los árboles que crezcan podrán ser talados, consciente y sustentablemente, dentro de 50 años.
El programa de manejo está autorizado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales –Semarnat–, quien avala la técnica conocida como “matarrasa” y define los predios que cada año pueden ser aprovechados para que se regeneren y las parcelas tengan árboles nuevos. Es decir que se tala totalmente el predio para reforestarse después de preparar la tierra para que crezcan mejor los árboles. En cuanto a los troncos, se llevan al aserradero para convertir tablas que se venden o se utilizan en las fábricas comunitarias de muebles.
Para estas actividades, las autoridades emplean el apoyo y trabajo de 42 personas en el trabajo de monte, y todos ellos son comuneros –entre ellos, por ciento, ocho son mujeres–. Para el jefe del monte, Pedro Martínez, Se impulsa la equidad de género. Se busca que las mujeres se involucren. Es la primera comunidad que les da trabajo y también participación en las asambleas’’. Así como los hombres, laboran a pleno sol, con un casco de protección y lentes. Eligen árboles a talar, principalmente chuecos o viejos, aprovechan los bosques a través de actividades como ecoturismo, aserraderos, fábricas de muebles y plantas de agua embotellada, casas de adobe , techos de madera, etcétera.
Los habitantes de esta región pretende crear una organización social comunitaria, en donde, de acuerdo con Salvador Anta, “el código moral es fuerte: primero es la comunidad y luego los individuos”, manteniendo sus usos y costumbres “porque aquí es Tierra de Dios.”
Fuente: Ecoosfera