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Conciencia y voluntad ante el cambio climático

Forma y Fondo CXLVIII
Por: Pedro Silva Gámez

Aunque la forma de la Tierra es geoide se le considera una esfera al momento de
representarla y se le divide con una serie de círculos imaginarios que forman el sistema de
paralelos y meridianos, útiles para localizar cualquier lugar.

Así, el Trópico de Cáncer cruza México a la misma altura que los países del norte de
África: Marruecos, Argelia, Libia y Egipto. Sigue la Península Arábiga, India, Bangladesh,
Myanmar, Vietnam, sur de China, Taiwán y el archipiélago de Hawái.

Parte de la riqueza nacional estriba en la variedad de climas y ecosistemas que concentra.
Como ejemplo, en el camino de la Sierra Gorda, declarada Reserva de la Biósfera,
partiendo desde la ciudad de Querétaro se observan claramente las tierras semidesérticas,
los bosques de coníferas, y durante el descenso paulatino la vegetación semitropical hacia
la Huasteca Potosina y de ahí hasta el mar; variedad de climas, flora y fauna concentrados
en una región.

Situación diferente en los países mencionados que no tienen tal variedad. De ahí que no es
de extrañar que los fenómenos normales y cíclicos del Planeta como la desertización, su
avance en México tiene un factor extra que la favorece: la acción humana y su vocación
para depredar y agotar tierras, producto de la modernidad y la fugaz visión de progreso.

Según reportes del Instituto Nacional de Ecología (INE) y de las Naciones Unidas, México
es uno de los países con mayor vulnerabilidad ante el cambio climático. No hay un solo
estado de la Federación que no enfrente por lo menos una amenaza grave; sin embargo las
políticas para prevenir y mitigar los efectos, así como las medidas para proteger y conservar
el medio ambiente siguen escazas e insuficientes.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en el documento “La
economía del cambio climático”, menciona que en los próximos veinte años se
incrementarán las precipitaciones extremas en Latinoamérica. Específicamente en México
aumentarán un diez por ciento en el centro y en el resto del territorio serán frecuentes los
días sin lluvia, incrementándose el calor, la sequía y el avance de las tierras áridas.

Regresando a las conclusiones anteriores, entre los sectores más vulnerables está la
agricultura. Debido a la sobreexplotación y contaminación de acuíferos, para el 2030 todos
los distritos de riego serán económicamente inviables y para el 2050 se degradará en mayor
porcentaje la aptitud del suelo para cultivar maíz u otros cereales.

En el aspecto salud los factores de riesgo de muerte por golpes de calor se incrementarán
y algunas zonas serán más vulnerables a enfermedades como dengue, paludismo,
padecimientos gastrointestinales e infecciosos que afectarán principalmente a niños y
ancianos.

La disponibilidad del agua disminuirá de un cinco a un diez por ciento anual a partir del
2020, incrementando los conflictos sociales.

La amenaza del cambio climático no es un pronóstico alarmista o un futuro posible, ya es

parte del presente y México no está preparado a pesar de los buenos propósitos oficiales
y carece de recursos para enfrentar y mitigar los impactos de este fenómeno, además de su
alta vulnerabilidad política, económica y social.

Lo anterior necesariamente conduce a cuestionar si la diplomacia ambiental, los gobiernos
y la humanidad tienen conciencia del cambio climático. Parecen tenerla; los foros empiezan
a ser algo más que pasarela. Sin embargo les falta la última parte: la voluntad, la decisión
para proteger a la humanidad en general y a los cientos de millones de desvalidos en
particular, de los impactos negativos. Aplicar los procesos de adaptación para evitar que los
efectos que vengan alteren las condiciones de vida actuales, pero ocurre que las soluciones
de este proceso se siguen postergando.

De la mano con el cambio climático va un cambio social. Al parecer, hasta ahora el mundo
ha estado más empeñado en demostrar que el cambio es real, que en responder al problema.
Si la percepción pública fue lenta, la acción gubernamental lo ha tomado con más calma.

En el lenguaje precavido y en ocasiones confuso y contradictorio de los informes
científicos y declaraciones oficiales, los pronósticos de los efectos del cambio climático
siempre van precedidos de frases que aluden al grado de probabilidad, buscando justificar
responsabilidades y atenuar conceptos claros a la población afectada.

Las evidencias están comprobadas y documentadas; la respuesta se sigue fraguando. Las
consecuencias sociales previstas ya ocurren. Es razonable la propuesta de mitigación de
emisiones, pero es urgente la adaptación urbano-regional, la respuesta cultural y social. La
inequidad y asimetría en el acceso a los servicios es otro de los obstáculos a salvar, porque
se convierten en mayor incertidumbre, inseguridad vital y pobreza de los que menos tienen.

La forma: las políticas sociales y económicas tienen que reaccionar en lo local, no como si
el problema fuera de otros países.

El fondo: entender que la raíz de las respuestas ante el cambio climático es la protección de
la especie humana y la conservación de los recursos naturales.

Y no lo olvidemos: TODOS SOMOS NATURALEZA.

Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C

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