Hasta en tres ocasiones (1889, 1892 y 1910) rechazaron en la Real Academia a Emilia Pardo Bazán esgrimiendo la simple razón de que “las señoras no pueden formar parte de este Instituto”. Antes que la escritora gallega, ya había intentado entrar a formar parte la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. Era 1853 y el escritor José Zorrilla fue todavía más claro en su caso: la mujer que escribe era “un error de la naturaleza”. También entonces Juan Valera predijo: “No sería esto lo peor, sino la turba de candidatos que nos saldrían luego. Tendríamos a Carolina Coronado, a la Baronesa de Wilson, a Dª Pilar Sinués y a Dª Robustiana Armiño. Y a poco que abriésemos la mano, la Academia se convertiría en aquelarre”.
En los albores de la democracia (1972) la candidatura de María Moliner, autora de uno de los diccionarios más completos de la lengua española, perdía la votación frente a la del mucho menos trascendente filólogo Emilio Alarcos Llorach. En 1978, todavía fresco aquel bochorno histórico y a punto de estrenarse la Constitución, “tocaba” poner a una mujer. La primera desde que su fundación en 1714. “Convenía por el ambiente general, y además, para acabar con esta discriminación”, declaraba a El País aquellos días el académico Antonio Tovar. El director Dámaso Alonso afirmaba por su parte que “Las mujeres tienen siempre posibilidades de llegar a la Academia (…) No hay misoginia alguna -añadía- por parte de la Academia como corporación”.
Entonces se presentaron tres candidaturas para ocupar el sillón que había dejado Miguel Mihura: la de Rosa Chacel, la de Carmen Guirado y la de Carmen Conde. El mismo diario decía entonces que una de ellas rompería “con la tradicional reticencia de los académicos a compartir sus puestos con colegas femeninos”. Finalmente, fue la tercera la que se convirtió en la primera académica de la lengua en los entonces 264 años de historia (a menudo se menciona a María Isidra de Guzmán y de la Cerda pero no, ella solo fue, leyó su carta y se marchó, y por imposición de Carlos III). Lo hizo con un discurso titulado Poesía ante el tiempo y la inmortalidad: “vuestra noble decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria”, comenzaba, inocentemente agradecida por el gesto.
ONCE EN TRES SIGLOS
Poco podía imaginar Conde que el suyo era el primer apaño en una historia de desplantes (también se los hicieron a Blanca de los Ríos o a Concha Espina, y a otras que lo hubiesen merecido como Carmen Martín Gaite o Carmen Laforet) en una institución que por supuesto jamás ha dirigido una mujer. Antes de que terminase el siglo XX, y como pronosticaba Valera, llegaron dos académicas más: Elena Quiroga (1984) y Ana María Matute (1998). Luego lo harían Carmen Iglesias (2002) y Margarita Salas (2003). Con el cambio de década parece que planeó de nuevo la sensación de “ya toca”, porque en estos seis últimos años han entrado más mujeres que en los otros 300 juntos: Soledad Puértolas Villanueva (2010), Inés Fernández Ordóñez (2011), Carmen Riera Guilera (2013), Aurora Egido (2014), Clara Janés (2015) y Paz Battaner (2016), estas dos todavía electas. La última persona que ha pronunciado un discurso ha sido Félix de Azúa.
En total, la presencia femenina actual es de ocho mujeres de 44 miembros, un 18 por ciento del total. Once de casi quinientos miembros en toda la historia. Como académica honoraria nunca se ha nombrado a una mujer. Puértolas, durante una entrevista con El Mundo en el momento de su entrada, se preguntaba: “Lo que sucedió en el pasado es comprensible, pero ¿cómo se explica la apabullante inferioridad numérica de mujeres en 2010?”.
Como decimos, a partir de ella los porcentajes comenzaron a mejorar. Cuando Janés era elegida, en mayo del año pasado, se desató el revuelo mediático porque se trataba de la décima en tres siglos. Ella esquivaba el tema: “No me he planteado nunca si la RAE es machista o no. A mí lo que me preocupa es la violencia de género. Ahí es donde me duele el asunto y sobre lo que habría actuar con fuerza. Es terrible lo que está sucediendo”.
Battaner sí que se pronunció algo más sobre la desigualdad de mujeres en la institución cuando se la votó el pasado diciembre: “hay que hacer esfuerzos en incorporarlas”, señalaba. “ El Diccionario de María Moliner es un buen ejemplo de lo que pueden aportar las mujeres al conocimiento de la lengua; es cambiar la mirada”, señalaba Battaner. “Las cuotas desmerecen. Hay que luchar por salir de los lugares discretos, sin focos, en los que las mujeres nos albergamos y, en cambio, hacer en ellos hueco amplio a los varones. La frase de que ‘tras un gran hombre hay una mujer’ tiene que poder ser invertida; los casos en que esta frase se cumpliría son poquitos”.
Por cierto, si miramos a otras academias vecinas, el panorama no mejora demasiado. En la Académie Française, encontramos a cinco mujeres de entre sus 38 inmortales (13 por ciento). En la Rats für deutsche Rechtschreibung (Academia de la lengua germana) es algo mejor: cuentan con 11 mujeres entre sus 40 miembros (27’5%). La Academia Sueca la conforman 18 miembros, entre ellos, solo cuatro mujeres (22%). La brecha de género de este tipo de instituciones no termina en los Pirineos.
EL LENGUAJE MACHISTA COMO CONSECUENCIA
La ausencia de presencia femenina en la Real Academia no es solo injusta, anacrónica e inapropiada, también tiene consecuencias. Hubo que esperar a la 23ª edición (del 2014) del Diccionario para que se eliminaran significados como “débil, endeble” asociados a “femenino”, y se admitieran términos adaptados a la realidad social, como ‘presidenta’. Pero el Diccionario continúa recogiendo definiciones sexistas; sonado es el caso de la ‘histeria’, “más frecuente en la mujer que en el hombre”, dicen todavía, contra todo criterio médico. En su cuenta de Twitter el otro día parecían avisar de la próxima incorporación de un significado incorrecto para la falacia “hembrismo”.
La RAE, por otra parte, siempre se he mostrado reacia a promover el uso del lenguaje no sexista. Célebre fue su crítica a las guías aprobadas en 2012 por comunidades, sindicatos y universidades. Recientemente tuvieron a bien rechazar el uso del lenguaje inclusivo cada vez más frecuente en la política y la educación: “La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas (…) Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones”.
Mientras tanto, seguimos esperando el comunicado que, desde la institución encargada de darle esplendor a nuestra lengua, corrija las forma que ha elegido Félix de Azúa para referirse a la alcaldesa Ada Colau. Por algo decía el exdirector de la RAE Víctor García de la Concha que la Academia es “un clarísimo espejo de la Historia de España”.
Fuente: sinembargo