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Construir –y compartir- proyecto

Por: Josep M. Lozano

En tiempos de globalización a veces queda elegante exhibir una retórica cosmopolita que suele caer directamente en el cosmopapanatismo. Se trata de ser ciudadano del mundo, y de ninguna otra parte. Suele proclamarlo gente acostumbrada a transitar por aeropuertos, que es el no-lugar por excelencia, y dispuesta a desarraigarse de todo, menos de su tarjeta de crédito. Pero precisamente porque vivimos en un mundo global, es aún más necesario saber construir un lugar en el mundo; un lugar que no sea una cueva en la que cobijarse individualmente, sino un espacio público compartido y, por lo mismo, delimitado. Por eso construir un lugar en el mundo requiere también un porqué colectivo por el que valga la pena luchar y comprometerse: un mundo global requiere una aproximación diferente a las identidades, no su supresión. Y entre ellas, por supuesto, las identidades nacionales. Podemos tener voluntad de ser, de seguir siendo, cuando hay algo en nuestro interior -un propósito, un sentido- que nos empuja. Me refiero, obviamente, a una causa cultural y política, no a una causa biológica. Los darwinistas, probablemente, podrían aducir una instintiva pulsión vital común a todo ser vivo que nos lleva a luchar contra la propia extinción. Pero los pueblos no son seres biológicos sino artefactos culturales y políticos, establecidos por nuestra voluntad y dependientes -como diría Ernest Renan– de nuestro plebiscito de cada día. Sin propósito colectivo las naciones vacilan, después entran en decadencia y finalmente desaparecen. Sin propósito vital perdemos energía y poder.

antorchaLos propósitos colectivos son el resultado de integrar herencia y proyecto, permanencia y cambio. Somos portadores de antorchas y creadores de nuevas luminosidades. Cuando decimos «toma el relevo, llévala un tramo del camino y después transmítela» y lo hacemos, nos convertimos en cadena y puente entre generaciones. La vida -decía George Bernard Shaw– no es una pequeña vela para mí. Es una especie de antorcha espléndida que he de elevar en todo momento, y que quiero hacer que arda de manera tan brillante como sea posible antes de entregarla a las generaciones futuras. Un país -al igual que la vida- es el mantenimiento y la transmisión esperanzada de un vínculo (cultural, axiológico, espiritual) entre generaciones. Pero un pueblo no es sólo historia y pasado, es también futuro e innovación, capacidad de reinvención y apertura de nuevos caminos.

Para el mantenimiento y transmisión de la antorcha el compromiso social es imprescindible, porque gracias a él aseguraremos la densidad cultural, la cohesión social, el crecimiento económico, el equilibrio territorial, la sostenibilidad medioambiental. Es un compromiso imprescindible, que tiene un peso muy importante en nuestra memoria colectiva. Pero para la creación de nuevos espacios no basta con el compromiso social, necesitamos también compromiso político, para hacer política y buena política; necesitamos fortalecimientos institucionales, marcos de referencia compartidos y nuevos propósitos. Es un compromiso también imprescindible que, con muchas ambivalencias, ha estado en el primer término en los últimos años, y ahora parece caer en picado. Los tiempos del compromiso social y del compromiso político no han pasado, ni los hemos superado, aunque algunos lo pretendan. Al contrario, son más necesarios que nunca. Los dos. Pero aún nos pesa una cierta inercia de contraponer estos dos compromisos. Como si, según los contextos y las opciones personales, un fuera superior al otro. Como si fueran un juego de suma cero, y el que gana uno lo perdiera el otro. O minusvaloramos lo social en nombre de lo político, o minusvaloramos lo político en nombre de lo social. Por eso necesitamos integrarlos en un tercer compromiso: construir –y compartir- proyecto. Un compromiso que integre los otros dos, respete sus especificidades y los potencie con un horizonte compartido.

Una condición fundamental para construir proyecto (es decir para hacer país y hacer política) es aprender a pasar del enfrentamiento a la contribución desde la diversidad de opciones y situaciones. El enfrentamiento entre partidos es necesario y legítimo, es la esencia de la democracia y contribuye a la renovación de la vida pública. Pero por encima del partidismo está el patriotismo del demos. Hablar de proyecto compartido quiere decir ser capaces de no absolutizar la limitada visión que cada uno de nosotros pueda tener y pasar a situarnos en la visión de país, con el sentido de contingencia, provisionalidad y caducidad que representa el paso de las generaciones. Por este motivo, uno de los padres fundadores de los EEUU, Thomas Jefferson, llegó a escribir que podríamos considerar a cada generación como una nación diferente, con un derecho a tomar decisiones vinculantes, pero sin el poder de obligar a las siguientes. Porque los contratos y los plebiscitos nacionales mueren con quien los ha firmado y obligan a sus descendientes a renovar constantemente las viejas promesas. Por eso tenemos que construir proyectos, y no darlos por supuestos ni considerar el pasado como algo cerrado e inmutable.

Un mundo global requiere también una redefinición de las identidades y, por ende, de los proyectos. Es la hora, por tanto, de redefinir los porqués y de fijar nuevos proyectos. Y esta necesidad, con registros locales muy diferentes, es la que vemos emerger continuamente hoy en el mundo.

Visite la fuente en el blog de Josep M. Lozano



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

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