Por Antonio Vives
En la primera parte de este artículo (recomendamos leer antes) describíamos la problemática que las reglas de contabilidad imponen a la práctica de la sostenibilidad social y ambiental de las empresas. En esta segunda parte exploramos algunas soluciones a esta problemática de tal manera de reducir la enemistad entre contabilidad y sostenibilidad. El principal problema que comentábamos era la diferencia entre la valoración de activos y pasivos, gastos e ingresos desde el punto de vista de los dueños y acreedores de la empresa y desde el punto de vista de la sociedad.
(Paciencia querido lector, este artículo es largo)
En algunos casos la valoración contable y la valoración para la sociedad son semejantes, y son los casos fáciles de justificar de las prácticas responsables (ahorro de agua y energía, reciclaje, etc.). En buena parte el argumento empresarial (business case) que se hace para la sostenibilidad ambiental y social se basa en apelar al impacto contable, en el mediano o largo plazo de las prácticas responsables, como por ejemplo aumentos en la productividad laboral, captura de mercados responsables, mejores precios, etc. Hemos descrito esto ampliamente en el capítulo 10 de mi libro (con Estrella Peinado y otros), La Responsabilidad Social da la empresa en América Latina: Manual de Gestión y lo hemos comentado en otros artículos sobre la importancia de no poner toda la estrategia en lo que se “puede contar” No todo lo que se puede contar cuenta, ni todo lo que cuenta se puede contar.
Claro está que todo esto depende de la reacción de los mismos mercados, de que “valoren” las prácticas responsables. Y esto es una de las posibles soluciones al problema: si la contabilidad no cambia, que sea el mercado el que le de mayor valor contable a las prácticas responsables. Esta es fundamentalmente la estrategia actual de promoción de la sostenibilidad.
Parte de esta estrategia está en el margen de maniobra que otorgan las reglas actuales de contabilidad y la legislación de que basta mantener el capital en positivo, de que no es obligatorio maximizarlo. De allí que la dirigencia empresarial pueda “invertir” ahora en responsabilidad a la espera de beneficios o reducción de costos en el futuro. Muchos dirigentes, en particular los que también son dueños de las empresas, adoptan esta estrategia. Pero sus enemigos son los mercados que les proporcionan los recursos financieros para hacer las inversiones y que exigen valoración contable, tangible.
Son muy pocas las empresas que pueden competir en los actuales mercados en base a capital de los dueños. Necesitan financiamiento externo y ese financiamiento externo, especialmente el de capital, viene con la preferencia de que mejor es el dinero ahora que más tarde. Todo ser humano, unos mas que otros, tiene una preferencia por el consumo actual sobre el consumo diferido. Todos preferimos un dólar hoy a uno en un año, y a veces hasta más que $2 en un año (dependiendo de la incertidumbre de obtenerlo y del poder adquisitivo que tenga en ese entonces). La reglas de juego y la naturaleza humana conspiran contra actuar para el futuro.
La segunda estrategia es la más difícil: acercar la valoración de activos y pasivos, ingresos y gastos al valor que tienen para la sociedad. Un ejemplo paradigmático en esa dirección lo constituye la valoración de las emisiones de gases de efecto invernadero, el llamado “precio del carbón” por el principal gas, el dióxido de carbono (trataré de mantener la discusión muy simplificada). La gran mayoría de la actividades del ser humano y de las empresas emiten dióxido de carbono, que según la ciencia actual, contribuye al calentamiento global, con grandes costos futuros para al humanidad.
Sin embargo, estos costos para la humanidad no están contabilizados a su valor en los balances contables, de allí que las empresas no tienen incentivos para reducirlos. Una primera estrategia es medirlos y ponerles limitaciones, en forma de cuotas de emisión para cada empresa. Quién necesite emitir más de su cuota puede ir al “mercado de carbono” y comprar cuotas no usadas a otros. Pero ello no resuelve el problema y los incentivos no son los más apropiados. Una estrategia más efectiva sería ponerle un precio a cada tonelada de carbono emitido, basado en el daño estimado vía calentamiento global. Así la energía generada en base a petróleo sería más cara que la generada con gas, que sería más cara que la hidroeléctrica o que la eólica o la solar. Ello llevaría a una transición gradual de los hidrocarburos a la energía renovable.
El problema es que la implementación de esta estrategia lleva a un encarecimiento de los hidrocarburos con serias consecuencias para al activad económica, de la cual dependen. Pero hay estrategias de implementación paulatina y considerada como lo ha demostrado Canadá (donde los ingresos extraordinarios del gobierno por esto concepto pueden ser usados para compensar las distorsiones en el corto plazo). Pero es extraordinariamente complejo y políticamente muy costoso. Pero es un excelente ejemplo del cambio de valoración de un insumo de su valor contable al valor para la sociedad.
Estos cambios en la valoración son semejantes a los que se hacen para convertir la evaluación financiera de proyectos de inversión a evaluación económica o social, donde se corrigen por transferencias y distorsiones en los valores de mercado (financieros), que muchas veces no reflejan los valores para la sociedad. Por ejemplo, desde el punto de vista netamente financiero los accidentes evitados en la construcción de una carretera más segura no se cuentan. Sin embargo en la evaluación económica y social se contabilizan como beneficios el valor (controversial) de las vidas salvadas y los accidentes no ocurridos. No obstante, en el caso de estas evaluaciones las correcciones que se suelen hacer son muy limitadas.
Otro ejemplo mas dramático lo constituye la valoración del capital humano de la empresa y su valor intelectual. De acuerdo a los principios de contabilidad generalmente aceptados, el personal esta valorado, cuando mucho, al valor que costó adquirirlos y desarrollarlos (gastos de contratación, entrenamiento, etc..), y muchas no siquiera está ya que se suelen considerar gastos de periodo y no inversiones y van directamente al estado de ganancias y pérdidas. Y esta valoración es cada vez más importante ya que la mayor parte del valor de la empresa son sus empleados y sus conocimientos, o sea, el potencial de contribuir a las ganancias futuras de la empresa.
Y es cada día mas importante en la medida que las empresas van dependiendo mas del capital humano que del capital físico. ¿Cuales son los principales activos de Apple o de Google o de una Universidad? (sin negar el valor de la reputación). Pero si no figuran entre los activos de la empresa esos conocimientos se pueden destruir a través de malas prácticas de recursos humanos, incluyendo la depreciación de ese capital (que no se contabiliza) y el despido sin que ello tenga consecuencias contables en el corto plazo, pero que sabemos que destruyen el valor de la empresa en el mediano y largo plazo. Esta discrepancia entre contabilidad y sostenibilidad lleva a decisiones perversas para el valor de la empresa. Ver mi artículo Capital humano: ¿Está en el capital de la empresa? sobre los incentivos de la contabilidad para la destrucción del capital humano.
Aun cuando tuviéramos la capacidad de darle valor social a todos los ingresos y gastos, activos y pasivos, nos quedaría el importante aspecto de la determinación de impacto de las actividades de la empresa: ¿cuánto del impacto sobre la sociedad es atribuible a la empresa? Es imposible determinar el impacto global sobre toda la cadena de valor y habría que circunscribirlo a los impactos que podríamos llamar materiales (es lo que algunas empresa ya hacen con algunos impactos y algunos proveedores).
En la contabilidad tradicional ya existe el denominado principio de materialidad a través del cual solo se contabiliza lo que de verdad cuenta o que puede cambiar los resultados. En la contabilidad de la sostenibilidad sería lo mismo, pero es mucho más complejo. ¿Quién determina lo que tiene un impacto material sobre la empresa y cual es su atribución? No es lo mismo la determinación de simples prioridades, de la materialidad, para escribir un informe cualitativo de sostenibilidad que el determinar el impacto cuantitativo, expresado en valores monetarios, sobre la sociedad de las actividades de la empresa.
Algunas empresas ya han comenzado a hacerlo para algunas actividades. Por ejemplo Puma, la empresa de artículos deportivos, publicó su Estado de Ganancias y Pérdidas Ambientales 2010 donde analiza el costo ambiental de sus actividades, incluyendo su cadena de valor. Valora el costo de emisiones, uso de la tierra y el agua, contaminación y desechos. Es un ejercicio muy laudable y el informe es altamente recomendado para entender la problemática que hemos descrito. El costo total de su impacto se estima en 145 millones de Euros. Afortunadamente (o casualmente) el número fue modesto. ¿Pero que pasará cuando el número sea significativo? ¿Compensarán a la sociedad por ese costo?
Y en cierta forma esta es la direccion que está tomando el Draft Framework Outline producido por el International Integrated Reporting Committee, IIRC, institución encargada de producir los principios para el reporte integrado. Y es lo que propusimos en el capítulo Etapas en los informes de sostenibilidad: Hacia el informe integrado como la última etapa de los reportes integrados (ver el capítulo III.8 en mi libro Una Mirada Critica a la Responsabilidad Social en Iberoamérica). Pero esto da para otro extenso artículo.
La solución intermedia a esta problemática, y esperamos que solo sea temporal, fue la creación del concepto de la Triple Cuenta de Resultados. Con ello se pretendía llamar la atención hacia la idea de que la empresa tenía tres cuentas de resultados que atender, la financiera (cuantificada monetariamente) y la social y ambiental (descrita cualitativamente y cuantificada, en algunos casos, en unidades no monetarias). Cumplió el objetivo de llamar la atención pero también abrió, y mantiene abierta la puerta, para la desintegración de los resultados y en cierta forma legitimizar la idea de que lo social y ambiental no se mezcla con lo financiero. Que no hay manera de valorarlos de forma compatible. En cierta forma podrimos decir que la Triple Cuenta de Resultados ha sido un enemigo de la integración de resultados ya que nos hace pensar en tres cosas separadas, cuando debemos pensar y actuar en una sola cuenta de resultados. La Triple cuenta de Resultados debe pasar a la historia, mientras más pronto mejor. Está siendo perniciosa.
Esta discusión no ha pretendido resolver el problema existencial de la sostenibilidad, solo ha pretendido ilustrar la problemática y en particular mostrar como algunas reglas de juego de la sociedad se oponen a su propio progreso. Pedimos que las empresas vean a la sociedad como su sujeto, pero seguimos con un sistema contable y legal que prácticamente se opone a ello. Ahora nos quejamos de que la visión de la empresa no debería ser la maximización de valor para los accionistas, sino el valor para la sociedad, pero es la misma sociedad (o gran parte de ella) la que exige la rentabilidad de acuerdo a una definición muy estrecha.
Pasara mucho tiempo antes de que ello ocurra, a lo mejor en la segunda mitad del Siglo XXI, después de una gran crisis social y ambiental. Mientras tanto sigamos exigiendo progreso en las prácticas empresariales, regulaciones gubernamentales y en la reacción de la sociedad favoreciendo las empresas responsables y castigando las no responsables. Es así que la sociedad puede hacer internalizar los costos a las empresas.
Contabilidad y Sostenibilidad: ¿amigos o enemigos? Debemos hacerlas compatibles.
Post Data: El nuevo Presidente del Consejo Mundial Empresarial de Desarrollo Sostenible Peter Bakker en su discurso el 2 de octubre en la undécima reunión anual en Portugal resume perfectamente el contenido de mis dos artículos: “Déjenme explicarles lo que es un capitalista, es alguien que optimiza el rendimiento del capital utilizado. El error del modelo económico actual es que se centra exclusivamente en la optimización de la rentabilidad del capital financiero. Tenemos que añadir dos elementos más del capital: el capital natural o ambiental y el capital social, y decirle a los capitalistas que trabajen en optimizar esto».
Pero no debemos añadirle dos más. Debemos integrarlos en uno solo, de lo contrario siempre estaremos haciendo balances entre los tres “capitales”, compensando uno con el otro. Es muy difícil, pero marca la dirección a seguir.
Antonio Vives
Con un Ph.D. en Mercados Financieros de Carnegie Mellon University y con una trayectoria como profesor en 4 escuelas de negocios, Antonio Vives es actualmente catedrático y consultor en la Stanford University. Socio Principal de Cumpetere. Ex-Gerente de Desarrollo Sostenible del Banco Interamericano de Desarrollo. Creador de las Conferencias Interamericanas sobre RSE. Autor de numerosos articulos y libros sobre RSE y del blog Cumpetere en español.