Ante las bajas expectativas generadas en torno a la COP 16, el coordinador de la Conabio, José Zarukhán, sugiere impulsar en Cancún el programa de reducción de emisiones por deforestación.
La humanidad comenzó a sufrir y medir los resultados del cambio climático recientemente, no hace más de 30 años, puntualiza José Sarukhán, pero las consecuencias se han vuelto devastadoras para el planeta en mucho menos tiempo de lo que pronosticaron los científicos.
Y ejemplifica: a pesar de que el problema ha tratado de contenerse, la cantidad de dióxido de carbono que se produce en el mundo es tal que sus niveles actuales son inéditos, los polos se están derritiendo a una velocidad que ningún modelo ha sido capaz de pronosticar –»se han quedado cortos»–, y los huracanes intensos se han incrementado en casi 70 por ciento en todos los océanos del mundo.
Para el biólogo egresado de la UNAM, Rector de esa casa de estudios entre 1989 y 1997 y actual coordinador nacional de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), no hay tiempo para conformarse con salidas políticas al problema. Se necesitan compromisos claros y cambios en el modelo de producción instaurado tras la Revolución Industrial y consolidado en la Segunda Guerra Mundial: la producción y el consumo en serie. Hay una urgencia planetaria a todas luces, sostiene. Pero es consciente de que en Cancún, durante la Conferencia de Cambio Climático de Naciones Unidas, esto no pesa.
Sarukhán se une al coro de aquellos que sostienen que no se tomarán acuerdos con metas definidas y medidas vinculantes en la 16 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la llamada COP16, que se llevará a cabo entre el 29 de noviembre y el 10 de diciembre en territorio mexicano.
«No veo que haya una disposición muy clara de los países industrializados. Quizá los europeos la tienen un poco más en cuanto a medidas más serias, pero aun así ninguna que sea del tamaño de lo que debería darse. Y otros países, como China e India, que están empezando a entrar en una fase de desarrollo muy importante para cambiar el estado de vida de su gente, lo cual es normal y justificable, ahora están en un proceso en el que no quisieran tener que parar de golpe y hacer cambios, porque eso les retrasaría los planes que tienen de mejoría social, de bienestar de sus poblaciones.
«Tenemos estos dos bloques. Va a haber mucha dificultad para que se tomen medidas vinculantes; es decir, fechas, metas, cantidades precisas en lo que se refiere a emisión de gases de efecto invernadero. Es una desgracia, es muy triste que esto esté pasando, porque a la hora de que la evidencia sea tan abrumadora que ya no haya quien en su sano juicio pueda soltar ideas como las que se están soltando, los costos van a ser enormes, va a ser muy tarde para tomar medidas que tengan la efectividad como la podrían tener ahora. Ésa es la parte que a mí me preocupa mucho, que no tengan resultados estas reuniones, como la COP», señala.
Y es que las agendas nacionales de los principales países productores de gases de efecto invernadero (entre los que están Estados Unidos, China y Rusia, primero, segundo y tercer lugar en producción de emisiones, respectivamente) son tan inamovibles que por más que México ha intentado acercar posiciones como anfitrión y buscar el mayor consenso posible, ya se sabe que en Quintana Roo no se establecerán las reglas vinculantes de una segunda fase del Protocolo de Kyoto, el único acuerdo internacional que regula con sanciones la emisión de gases, y cuya primera fase concluye en 2012.
Hasta el Presidente Felipe Calderón ha pedido que se moderen las expectativas de la COP16. El pasado 13 de noviembre, en Seúl, Corea, durante la reunión del G-20, reconoció que no está entre las prioridades un protocolo post Kyoto, aunque se están negociando otros acuerdos concretos. «No se puede anotar un touch-down en Cancún, pero sin duda lograremos un importante paso hacia delante con un largo primero y 10», dijo.
A pesar de las bajas expectativas en lo que se refiere al futuro del Protocolo de Kyoto, Sarukhán no ve todo perdido, y hasta es optimista, dadas las posiciones de los distintos bloques de países involucrados en la negociación, que prácticamente no han cambiado desde la COP15 realizada en Copenhague, Dinamarca, en 2009.
Esa última reunión fue considerada un fracaso por la comunidad internacional, pues sólo se logró un documento negociado entre unos cuantos países y no contenía ningún compromiso.
El ex Rector de la UNAM cree que Cancún puede ser el escenario en el cual se apruebe el programa de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero por deforestación y deterioro de los ecosistemas, el programa de Naciones Unidas conocido como REDD+, por sus siglas en inglés. Esto es, pagar a los países en vías de desarrollo por no deforestar.
«Si se logra este objetivo, yo podría afirmar sin duda que Cancún fue un éxito, a pesar de que algunos digan ‘no, es que los países industrializados no se comprometieron a bajar sus emisiones de CO2’. Aprobar el REDD+ sería un golpazo padrísimo, que se puede lograr».
La gravedad
¿Por qué es factible la aprobación del REDD+? Porque es un acuerdo que no genera las reticencias que sí genera el Protocolo de Kyoto, pues no implica un cambio en el modelo de productividad de los países industrializados, explica el investigador.
El compromiso principal que adquieren con él estas naciones es de tipo monetario: mantener una bolsa con recursos para otorgar a los países en desarrollo que puedan certificar que están combatiendo la deforestación y resarciendo los daños generados por esta actividad.
«(El REDD+) sí tiene un efecto muy claro y muy importante, que se refiere a la reducción en un 18, 20 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero casi de golpe, o muy rápidamente, mucho más rápidamente de lo que podría ocurrir de otra manera. Básicamente es un programa que generaría recursos que servirían para que los dueños de los ecosistemas, individuos o ejidos o comunidades, como el caso de nuestro País, o corporaciones, o las mismas naciones pudieran usar esos recursos en lugar de los ‘beneficios’ que habría de transformar esos ecosistemas naturales a cultivos agrícolas o desarrollos turísticos», explica.
Sin embargo, esta medida sólo resolvería en el corto plazo el problema de no lograr que los principales países productores de gases de efecto invernadero adquieran compromisos reales para reducir sus emisiones.
La evidencia científica ha dejado claro que las acciones que se están tomando a nivel internacional para contener el problema son irrisorias. Los científicos que estudian el tema, entre ellos los que conforman el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), grupo formado en 1988 para analizar la información científica, han tomado mediciones y analizado los datos y concluyen, cada vez que se reúnen, que los daños se esparcen cada vez con mayor velocidad.
Por ejemplo, días antes de la COP15, en Copenhague, el Comité Científico de Estudios Antárticos dio a conocer importantes hallazgos: si la temperatura continuaba incrementándose como lo había hecho hasta ese momento, para el año 2100 el nivel del mar podría incrementarme en 1.4 metros, el doble de lo que el mismo comité había predicho dos años antes.
Este incremento representaría la desaparición de varias islas, como las Maldivas o Tuvalu, que incluso ya tiene un plan de evacuación ante la gravedad del problema. Además, ciudades costeras como Calcuta, en India, y Dhaka, la capital de Bangladesh, quedarían devastadas. Nueva York, Londres y Shanghai necesitarían invertir miles de millones de dólares en sistemas de defensa ante el mar.
Y no todas las consecuencias serían tan lejanas. En México, zonas de Tabasco y Veracruz quedarían cubiertas por el mar, según especialistas en el tema. Villahermosa tiene las mismas probabilidades de desaparecer que muchas islas ante este fenómeno.
A pesar de las advertencias, en la COP15 los países acordaron medidas no vinculantes en la reducción de sus emisiones para que la temperatura global subiera 2 grados centígrados hasta 2030. Hoy, con la información disponible, el IPCC asegura que tienen que tomarse medidas más enérgicas; de lo contrario, esta meta no se cumplirá.
Otro dato para dimensionar la gravedad del problema: si en 2030 la temperatura global es superior en 3 o 4 grados a la actual, más de la mitad de la biodiversidad estaría en riesgo o ya habría desaparecido, según los científicos. Las imágenes de osos polares que circulan en la web aferrándose a cada vez más pequeños pedazos de hielo son sólo la punta del iceberg del problema, literalmente.
Por ello, el IPCC propone que, para 2020, los principales países emisores de dióxido de carbono reduzcan sus emisiones en 35 o 40 por ciento. Sin embargo, de cara a Cancún, no hay consenso en este punto.
Ante la contundencia del daño, Sarukhán ve que cualquier avance para contener la emisión de gases dañinos, por mínima que sea, debe buscarse en Cancún.
«Una cosa como el REDD+ en dos patadas puede dar realmente un cambio importante. Hay que seguir con lo otro, trabajando muy duro, porque finalmente con esto, entre deforestación y degradación, nada más resolvemos una quinta parte del problema, nos quedan cuatro quintas partes por resolver y por atender, y esas cuatro quintas partes vienen de los sistemas de producción industrial, de los sistemas de transporte, de los estándares de vida que tenemos los que vivimos en la parte más privilegiada de las sociedades, y eso hay que cambiarlo».
Y el REDD+ cuenta ya con el apoyo, por lo menos declarado, de Estados Unidos, el más férreo opositor a ratificar el Protocolo de Kyoto, a pesar de ser el país más contaminante. El pasado 28 de octubre, el Gobierno norteamericano dio a conocer su postura sobre el REDD+. En ella, anuncia que podría destinar mil millones de dólares entre 2010 y 2012 para el fondo. Un comienzo.
México, ¿líder?
Si el Gobierno mexicano decide abanderar la estrategia del REDD+ en Cancún habría incluso probabilidades de que se convirtiera en líder en la materia, sostiene Sarukhán, pues sería capaz de predicar con el ejemplo.
«México está especialmente bien dotado para poder ser certificable en este sentido. Ésta es una de las cosas por las que digo que puede funcionar mucho como un modelo. ¿Por qué? En los últimos 15 años se ha desarrollado un modelo, con la ayuda del Gobierno, que nos permite llegar a decir ‘sabemos casi en tiempo real si estamos ganando o perdiendo bosques’. Todavía no lo tenemos completo en este instante, pero tenemos todo lo necesario para tenerlo en muy poquito tiempo.
«El País podría hacer un sistema con los recursos adecuados que sea certificable, es decir, que los recursos que pongan ahí tengan resultados que se puedan certificar y se pueda decir sí está ocurriendo el paro a la deforestación en un 95 por ciento o en 89 por ciento en el País, etcétera», explica.
El funcionario, galardonado con el Premio Nacional de Ciencias en 1990, calcula que el sistema completo de monitoreo del suelo mexicano, en cuyo diseño ha participado el Inegi, la Conabio y la Comisión Nacional Forestal –vía el Inventario Forestal Nacional–, podría estar completo a más tardar en dos años.
Pero no quiere mentir. Aclara que las acciones de México no tienen gran peso en el contexto internacional, pues no entra en el grupo de los más contaminantes. Si bien el Gobierno del Presidente Calderón «ha tenido una sensibilidad especial» para los temas ambientales, lo que México haga o deje de hacer no implica ni 2 por ciento del problema mundial, y eso no va a cambiarse hasta que la mentalidad de los ciudadanos con capacidad de compra, los acaudalados, cambie. En eso se tiene que trabajar ya.
«Ya lo que vemos es ‘Tabasco se inundó’. Yo pienso ‘pobres cuates de Tabasco’, pero sigo haciendo lo mismo que antes. Y si la inundación ocurre en Bangladesh, peor. ¡Hay 20 millones de desplazados sin casas allá! Eso es más que toda la población de la Ciudad de México, desplazados, sin casas, de golpe. ‘No no, están allá, lejos, no me toca’. Esto hay que cambiarlo, no puede ser.
«Aquí hay una responsabilidad ética, moral, que nunca nos han enseñado en ninguna escuela, en ninguna religión, a lo que debería ser nuestro comportamiento con el planeta en el que vivimos y con la especie de la que somos parte. Ya no hay tiempo», sintetiza.
Mientras se aplaza la posibilidad de un acuerdo vinculante para la COP17 que se celebrará en Sudáfrica en el 2011, las grandes industrias continuarán destinando parte de sus ganancias a hacer lobbies internacionales para convencer a los gobiernos de que todo es aplazable y que todavía no es necesario tomar medidas. Sin embargo, el límite que ha puesto el planeta para cobrar la deuda por el desastre que ha provocado la actividad humana está cada vez más cerca.
Fuente: Reforma, Suplemento Enfoque, 4.
Articulista: Jésica Zermeño.
Publicada: 21 Noviembre de 2010.
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