Esta noticia apareció recientemente en algunas páginas noticieras de la internet. En ellas se lee que el país centroamericano cerrará todos sus zoológicos estatales, porque las autoridades se han dado cuenta de una contradicción profunda: si una nación se presenta al mundo como defensora de la biodiversidad, es incompatible mantener animales tras las rejas. Así lo anunció la viceministra del Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE), Ana Lorena Guevara, en 2013. Desde entonces, ha habido una serie de amparos y de apelaciones, un estira y afloja legal, entre el MINAE y la Fundazoo, fundación que administra dichos zoológicos y que se opone a la medida.
Costa Rica se promociona turísticamente como un lugar amigable con la naturaleza. A pesar de su pequeñez, es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo, aunque no alcanza a entrar en el grupo de las 17 naciones megadiversas, donde México sí aparece. A primera vista, el comunicado nos hace sonreír, una ojeada con más detenimiento borra el mohín y uno se siente engañado. Resulta que los ticos sólo tienen dos zoológicos estatales, el Parque Zoológico y Jardín Botánico Nacional Simón Bolívar, y el Centro de Conservación, ambos enclavados en la capital, San José. Los demás son privados y no se cerrarán. ¡Qué tomadura de pelo! El primero será sólo un jardín botánico, y el segundo, un parque natural urba.
Los cerca de 400 animales no serán liberados, se ubicarán en los zoológicos privados y en centros de rescate. Situación que tiene preocupada a la directora del Simón Bolívar, Yolanda Matamoros, quien explica que los animales que poseen fueron donados o rescatados, ninguno fue capturado por los zoos, y que teme por su suerte porque desconoce y desconfía si todos ellos recibirán los cuidados profesionales pertinentes. Además, subraya que la medida es sospechosa, justo ahora cuando las zonas donde se encuentran los zoos han subido mucho de precio. Más allá del veredicto legal —donde sabemos bien que generalmente no se beneficia a las víctimas—, el asunto tiene una tela extensa de donde cortar en temas morales y biológicos.
Mientras trabajé en las selvas de aquella nación, tuve la oportunidad de convivir con científicos y guardabosques de varios parques y reservas naturales. Ellos me explicaron que la política verde costarricense se debe a una causa ajena más que a una convicción conservacionista pura. En el pasado, los bosques, la mayoría en restauración, eran ranchos donde se criaban reses para McDonald’s. La región estaba muy erosionada por la actividad del ganado. Todavía hoy se pueden apreciar algunos elementos remanentes, como vallas y bebederos, de las ya desaparecidas granjas. Cuando Ronald McDonald dejó de comprar carne a los ticos, ellos volvieron la mirada hacia el movimiento ambientalista.
Al no existir un interés genuino para defender la biodiversidad, hay que desconfiar siempre de las medidas de los políticos verdes —y de otros tonos—. Recordemos el caso de nuestro partido del tucán, en el que se prohibió el uso de animales en los circos, únicamente para presumir una imagen ecologista, sin preocuparse por el destino de las pobres bestias.
Fuente: Excélsior