Los modelos de gestión que buscan la sostenibilidad a largo plazo, inhibiéndose de las prácticas cortoplacistas y obviando el culto a la cifra tienen muchas más cartas para triunfar en el tablero de juego resultante de una de las crisis económicas y de confianza más virulentas de la historia. La tarea que ha de acometerse en el escenario productivo del siglo XXI aborda un importante desafío; revitalizar una economía maltrecha al tiempo que se camina tras las huellas de nuevos conceptos como “responsabilidad social”, “sostenibilidad” o “transparencia”. Es una época de profundas transformaciones donde los indicadores tradicionales, apuntalados en la cifra, en los datos económicos, dejan lugar a medidores más sutiles que analizan y tienen en cuenta otras variables menos tangibles. Y si bien durante décadas el bienestar de las sociedades ha ido ligado tradicionalmente a indicadores puramente económico-básicamente las fluctuaciones del Producto Interior Bruto-estos baremos están dando paso cada vez con más fuerza a otras formas de medición.
Muy revelador es a este respecto el documento “El fetichismo del PIB”. un informe encargado por Nicolás Sarkozy a un grupo de economistas liderado por Joseph Stiglitz que cuestiona la eficacia del PIB como medidor del bienestar, relacionando más bien este intangible con aspectos como la salud, la seguridad y educación, o la calidad del entorno social y natural. Pero a pesar de que el informe de Stiglitz ha representado el pistoletazo de salida de una tendencia en crecimiento, existe un precedente mayor y más antiguo; el concepto de “Felicidad Interior Bruta” acuñado en Bután, el minúsculo país asiático que se ha convertido en la democracia más joven del mundo y en el que el 52% de sus habitantes afirman “sentirse felices”. Según la tesis que parece haber sido adoptada en este contexto- y que ha sido defendida también por autores como Thomas Friedman-las claves del bienestar podrían estar ligadas con una revitalización “íntima”, en un crecimiento desde abajo, desde “dentro”, apuntando a su base y constituyendo así unos cimientos firmes que sirvan de soporte para la construcción- o en muchos casos reconstrucción-económica, social y ambiental de las comunidades.
En este sentido, un estudio de la organización internacional News Economics Foundation (NEF) ahonda en la idea de que el consumo excesivo y desmesurado, más que bienestar, no aportará más que insatisfacción y carencias, mientras que para aumentar el bienestar humano, el enfoque no ha de ser tanto cuantitativo (sobre la renta y el consumo) sino cualitativo, en relación con aspectos como el entorno humano respetuoso, la cultura cívica, o los fuertes lazos comunitarios. El informe sugiere que muchos países han superado ya su punto de saturación, en su despilfarro desmedido, una explosión de consumo que, por el bien del medio ambiente y de la sociedad, necesita ser desactivada. Otros autores, como Forest Reinhardt en su libro “Down to Eearth”, advierten que los viejos modelos de gestión apalancados en las cifras impiden ver los beneficios de la triple utilidad (social, ambiental y económica). Esto se hace especialmente palpable en el escenario corporativo, donde el vínculo entre sostenibilidad y resultados financieros se resiste a triunfar. Una encuesta llevada a cabo en 2010 por Economist Intelligence Unit, de The Economist, revela que sólo el 24% de los ejecutivos entrevistados a nivel mundial creen que existe una fuerte relación entre los resultados financieros y el compromiso con la sostenibilidad a corto plazo (1 o 2 años). Asimismo, el 69% cree que la relación será más fuerte en un mediano plazo (5 a 10 años), y que las compañías están adoptando los principios de la sostenibilidad en sus políticas y prácticas.
DESARROLLO INTEGRAL
Sin embargo, el concepto de desarrollo sostenible es mucho más amplio. La idea se origina en el “Nuestro Futuro Común” (Informe Brundtland) elaborado en 1987 para Naciones Unidas. El concepto se define en el informe como «aquel desarrollo que satisface las necesidades del mundo actual sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades». Tras los primeros pasos, el escenario corporativo comenzó a preocuparse cada vez más por estas cuestiones hasta que Elkington acuñó en 1997 el concepto de “Triple Bottom Line” en su obra “Cannibals With Forks”; impulsando con fuerza la idea de que las organizaciones deben ser, aparte de entes económicos, entidades medioambientales y sociales.
Los factores ambientales juegan un papel muy importante en el cuadro de indicadores alternativos para la medición del bienestar. Se ha llegado a un punto en que parece muy lejano el objetivo de conseguir un nivel de vida global que sea económicamente sostenible a la vez que no daña la biodiversidad biológica, el clima o los ecosistemas. A este respecto, el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD) ha presentado ‘Visión 2050’, que analiza el “sendero” que deberá marcar las directrices para conseguir que una población global de aproximadamente 9.000 millones de personas alcancen el bienestar dentro de los límites de recursos del planeta de cara a 2050. El documento pretende ser manual de ‘deberes’ (must have) sobre las medidas a tomar durante la próxima década para alcanzar una sociedad planetaria lo más sostenible posible. Entre las tareas propuestas se incluye la puesta en marcha de los mercados de servicios de ecosistema y agua, el redoblamiento de la producción agrícola sin el aumento de la cantidad de tierra o agua utilizada; la reducción de la deforestación o el aumento de bosques plantados, reduciendo a la mitad las emisiones de carbono en todo el mundo.
Fuente: Falarse.com
Escrito por: Beatriz Lorenzo
Publicada: 02 de Enero 2012