PORTAL IMPULSADO POR LAS EMPRESAS RESPONSABLES:

- Advertisement -
NoticiasColaboraciones¿Cuándo lo banal se movió al escenario de los trascendente?

¿Cuándo lo banal se movió al escenario de los trascendente?

No se actúa por malicia, pero sí, sin la reflexión sobre las consecuencias de nuestras acciones.

Por Tania Rabadán

En un día cualquiera las personas podríamos estar siendo parte, o incluso autores y protagonistas, de acciones reprobables, atroces y perjudiciales para la sociedad y el planeta. ¿Te parece exagerado? ¿Te incomoda pensar que tú podrías ser una de estas personas? El propósito no es generarte culpa o molestia, pero es probable que, en algún momento, así haya sido.

Tras el juicio a Adolf Eichmann en 1961 (uno de los principales organizadores del Holocausto y responsable directo de la “solución final” para los prisioneras de los guetos durante la Segunda Guerra Mundial), la filósofa alemana Hannah Arendt acuñó el término «banalidad del mal», para describir cómo personas comunes, sin ser necesariamente malvadas, pueden cometer actos terribles sin un sentido profundo de maldad o crueldad personal, simplemente siguiendo órdenes o adaptándose a un sistema impersonal, sin cuestionar el impacto de sus acciones.

Eichmann, no era más que un burócrata nazi que organizó la logística del Holocausto, no parecía ser un monstruo despiadado, sino alguien que realizaba su trabajo sin cuestionar sus consecuencias. 

¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho frases como «así son las cosas», «es normal», «no es mi problema», «no puedo hacer nada», o «la guerra está en Medio Oriente, ¿qué podría hacer yo desde aquí»? Precisamente esto es lo que Arendt describió como la «banalidad del mal»: la capacidad de los seres humanos de cometer actos atroces al amparo de una normalización que evita una reflexión moral profunda.

Y bueno, como es de anticiparse, este concepto filosófico no se limita a eventos sociales, históricos o políticos; también tiene aplicaciones significativas en el ámbito empresarial, especialmente en cuanto a la responsabilidad social y la sostenibilidad.

La forma en que las empresas operan en la actualidad —sus decisiones sobre el medio ambiente, el bienestar de sus empleados y la comunidad— puede ser vista a través de este prisma filosófico. 

Las empresas son lobos disfrazadas de corderos ¿a propósito? 

En un mundo donde se ha normalizado y aceptado una cultura empresarial que valora altamente la eficiencia, la maximización de beneficios y el cumplimiento de reglas internas sobre cualquier otra consideración, la banalidad del mal es muy fácil de identificar y reconocer. 

Un ejemplo claro es cuando las empresas desestiman y rechazan su responsabilidad en los problemas sociales o medioambientales. El cambio climático, la explotación de recursos naturales o las malas condiciones laborales en fábricas de países en vías de desarrollo son síntomas de un sistema y una estructura que normalizan prácticas dañinas. Quienes toman las decisiones dentro de estas empresas, en su rutina diaria, pueden no ver ni sentir el impacto directo de sus acciones, lo que crea una desconexión entre sus decisiones y las consecuencias reales, un acto similar al fenómeno descrito por Arendt.

Liderazgos maximizadores: la gestión cuestionable de algunos CEO´s

La empresa es, en esencia, una entidad intangible que integra diversos elementos, algunos abstractos, otros muy concretos, que la hacen existir y operar. Uno de estos elementos fundamentales es el CEO, cuya figura es crucial y determinante para alcanzar los objetivos empresariales. Sin embargo, el modo en que se logran estos objetivos es igualmente importante, ya que las decisiones de estos líderes impactan no solo a sus empleados, sino también al entorno y las comunidades en las que operan. A menudo, esas decisiones se toman siguiendo únicamente la lógica de los negocios o las expectativas del mercado, sin plena consciencia de las consecuencias negativas que pueden generar.

Un ejemplo claro del fenómeno “banalidad del mal” es Mark Zuckerberg, CEO de Meta. En los últimos años, la plataforma ha sido señalada como un factor clave en la propagación de desinformación, discursos de odio y la manipulación electoral en varios países. Tal es el caso de Myanmar, donde Facebook fue acusada de facilitar la propagación de odio que alimentó la limpieza étnica contra la minoría rohingya, ya que los discursos de odio en la red social incitaron a la violencia sistemática contra esta población. A pesar de las advertencias, Meta actuó de forma lenta para moderar el contenido, lo que permitió que la situación se intensificara y causara una grave crisis humanitaria.

Además, Meta ha sido utilizada por redes criminales dedicadas a la trata de personas, especialmente en países como México, Filipinas y Brasil, donde se ha documentado que la plataforma fue usada por organizaciones criminales para atraer y explotar a víctimas bajo falsas promesas de empleo. En México, por ejemplo, se detectaron casos en los que las personas eran reclutadas para trabajos inexistentes y luego explotadas sexualmente.

A pesar de que Zuckerberg ha declarado que no tenía intención de causar daño al crear expandir Facebook, su enfoque en el crecimiento acelerado y el aumento de usuarios, sin un control efectivo y riguroso sobre los contenidos, provocó consecuencias graves.

Un segundo caso que ilustra este fenómeno es el de Elon Musk, fundador de varias empresas, entre ellas Tesla y SpaceX. En 2020, Musk generó polémica cuando, en tono despectivo, respondió en Twitter (ahora X) a un usuario que lo acusaba de tener interés en el litio boliviano: «We will coup whoever we want! Deal with it» («¡Daremos un golpe a quien queramos! Acéptenlo»). 

Aunque Musk pudo haberlo dicho como una broma, la declaración fue interpretada como una muestra de indiferencia hacia el sufrimiento de Bolivia y las implicaciones sociales de la explotación de sus recursos naturales. Este comentario avivó el debate sobre el rol de las grandes corporaciones tecnológicas en la explotación de recursos en países en desarrollo y la posible intervención extranjera en sus políticas.

No se puede afirmar que Musk o Tesla estuvieran directamente implicados en el golpe de Estado en Bolivia, pero su comentario refleja una indiferencia ante las consecuencias políticas, sociales y humanitarias relacionadas con la obtención de recursos necesarios para la fabricación de autos eléctricos. 

Bolivia posee una de las mayores reservas de litio del mundo, especialmente en el Salar de Uyuni, un activo clave en el auge de la energía renovable y la industria de los autos eléctricos, como los fabricados por Tesla, la compañía dirigida por Elon Musk.

Estos ejemplos revelan cómo la falta de acción oportuna frente a la desinformación y la poca consciencia sobre el impacto de las decisiones empresariales y la influencia de los líderes en contextos geopolíticos y sociales pueden provocar consecuencias graves e irreversibles a costa de la búsqueda incesante de éxito y beneficios económicos.

Tanto Zuckerberg como Musk muestran cómo un líder empresarial puede actuar dentro del marco de la «banalidad del mal»: no con malicia intencionada, pero ignorando los profundos impactos sociales y ambientales de sus decisiones en su afán de lograr el éxito económico.

Una batalla desigual: La Responsabilidad Social Empresarial vs la Banalidad del Mal

Para superar el fenómeno de la banalidad del mal, las empresas deben dejar de ver a la RSE y sustentabilidad como tareas secundarias o meras tendencias, y más bien, deben integrarlas como parte fundamental y transversal de la estrategia de su estrategia empresarial, convirtiéndose en una prioridad que guíe todas las decisiones.

La responsabilidad social empresarial (RSE) promueve e impulsa a las compañías a actuar de manera ética, considerando y asumiendo el impacto de sus acciones en la sociedad y el medio ambiente. Ir más allá de la regulación e involucrase en acciones e iniciativas que respondan a las problemáticas actuales, es la expectativa; no se trata de que las empresas asuman responsabilidades que corresponden a los gobiernos o las comunidades, sino de que adopten un enfoque más consciente y reflexivo sobre el impacto de sus decisiones, lo que implica no solo una simple alineación con las normativas y marcos regulatorios, sino entrar en una fase de autoexamen profundo. 

Incorporar principios éticos en todos sus niveles de decisión, rendir cuentas como un pilar central, crear una cultura donde los empleados se sientan responsables y empoderados para actuar éticamente, y evaluar continuamente cómo sus acciones afectan a las personas y al planeta son acciones clave para que una empresa se distinga por su propósito, compromiso y convicción, respecto de las que solo buscan adoptar prácticas para cumplir requisitos legales o mejorar la percepción pública, sin profundizar realmente sobre el daño que causan, y menos atender las consecuencias de sus decisiones, y solo seguir perpetuando ejecuciones «banales» de un mal más profundo: la perpetuación de un sistema que ignora su responsabilidad en problemas globales.

Mientras lo socialmente aceptado, aunque sea negativo y dañino, persista, se acepte y sea legal, la batalla por lo correcto seguirá siendo dura y desigual; sin embargo, hay luz al final del túnel. Cada vez son más la empresas y compañías alrededor del mundo que apuestan por el beneficio común que no descuida el beneficio económico, demostrando que la maximización de ganancias no tiene por qué comprometer el bienestar de las personas y del planeta.

Y definitivamente el consumidor ha sido pieza clave para que esto se modifique y evolucione hacia culturas empresariales más responsable y comprometidas, capaces de responder con oportunidad y de manera asertiva a las demandas de consumidores conscientes y dispuestos a exigir respuestas y soluciones.

El irresponsable uso de la Responsabilidad Social Empresarial 

A pesar de los avances, es común, más de lo que se piensa, de lo que se quiere y menos de lo que podríamos desear que la RSE se enfrente cara cara con la banalidad del mal cuando las empresas implementan iniciativas superficiales que no abordan las causas profundas de los problemas que contribuyen a crear. Un enfoque «cosmético» o de lavado de imagen en temas de RSE refleja esta banalidad: los líderes y trabajadores implementan programas de RSE para cumplir con estándares mínimos o para mejorar la reputación de la empresa, pero sin un compromiso genuino con el cambio de raíz y sostenido.

Es fácil ver cómo la RSE cae en esta trampa cuando las mediciones de éxito se centran únicamente en el cumplimiento de regulaciones o en la creación de campañas de comunicación o publicitarias en lugar de transformar las prácticas profundas operativas y de gobernanza de la compañía. 

Este enfoque de «negocios como siempre» perpetúa prácticas insostenibles, incluso cuando las consecuencias para el planeta son evidentes.

Las empresas tienen la responsabilidad de combatir esta tendencia no solo cumpliendo con los mínimos de responsabilidad social, sino repensando profundamente sus prácticas y su impacto en el mundo. 

Como lo hemos podido constatar, la banalidad del mal no se refiere únicamente a crímenes extremos, sino también a la apatía o indiferencia hacia las consecuencias negativas de acciones cotidianas cuando estas se normalizan dentro de estructuras corporativas, sociales, económicas. Para evitar caer en este fenómeno, tanto personas, consumidores, empresas, como gobiernos, deben reflexionar sobre cómo las estructuras empresariales pueden facilitar decisiones éticamente cuestionables. 

PLATIQUEMOS EN REDES SOCIALES

Lo más reciente

DEBES LEER

TE PUEDE INTERESAR