Forma y Fondo CXLII
Por: Pedro Silva Gámez
Partiendo de que en estos tiempos está de moda que todo sea dinámico, y el español no es la excepción, la Real Academia de la Lengua nos informa periódicamente de las últimas novedades y nuevos términos incorporados con todos los honores al léxico. Vocablos considerados vulgares o palabras empleadas como tecnicismos ahora son respetables por igual. De ahí que al paso del tiempo, nuestro neologismo alcanzará su pertinente reconocimiento.
Pero regresando a nuestro tema, los urbanistas han cometido el error de pensar únicamente en el modelo occidental de ciudad partiendo de la referencia grecolatina, multiplicada en Europa y trasplantada a la América colonial. Se ignoró que el crecimiento muchas veces ordenado que tenían, era consecuencia de las necesidades y desarrollo de la época.
Otros modelos de ciudad desarrollados con inteligencia fueron las grandes urbes prehispánicas, los asentamientos orientales, la tradición urbana islámica para caravanas, artesanos y mercaderes, de las que algunas aún subsisten como modelos racionales de estructura urbana de alta economía. Pero el avance de las civilizaciones perdió de vista que la ciudad y el campo son complementarios, no antagónicos.
Es evidente que vinculado a la tragedia ambiental de la que se habla mucho en todos los círculos y de la que poco se ocupan los líderes de cualquier nivel, aparece la crisis urbana. Ambas con alcances de desastre.
Las ciudades se desarrollaron con éxitos y progresos, los menos, y fracasos y degradaciones los más. Se convirtieron en centros de poder, de producción, de tecnología y organización social, pero también generaron cinturones de miseria y asistencialismo de las autoridades, que las empujaron hacia la decadencia y a la insustentabilidad ambiental urbana.
Si la Historia no se equivoca, este crecimiento anárquico de núcleos urbanos enfermos en lo interno y destructores del medio ambiente, son el paralelo de lo que significó para el mundo antiguo el proceso de declinación y desaparición de las grandes civilizaciones e imperios que quedaron como referencia histórica.
La degradación ambiental global y regional tiene sus orígenes en el menosprecio de la ética y moral. De ahí los bajos perfiles de sus actores: gobiernos, empresarios y sociedad, que no han logrado estabilizar la vida democrática para construir entre todos una sociedad participativa, con un alto nivel educativo, conciencia crítica, analítica, reflexiva y transformadora, generadora de una visión y actitud de cambios para una convivencia digna entre sus iguales y de respeto con la biósfera, base de su permanencia como especie.
Hace casi cien años, el Constituyente de 1917 legisló en la materia. El país era eminentemente rural y sólo un diez por ciento de población vivía en las ciudades. Actualmente al menos un setenta por ciento las habita. La realidad cambió a un siglo de distancia.
En las cincuenta y seis zonas metropolitanas existentes en México hay una profunda crisis en la planeación urbana que pone en riesgo a sus habitantes y vuelve inviable su gobernabilidad. Ha predominado una visión a corto plazo, cobijada por corrupción, improvisación e intereses de grupos de poder traducida en la desmedida explotación de recursos naturales y la especulación con el uso de suelo, que las condenan al subdesarrollo y nula competitividad.
El bienestar común de sus habitantes y su nivel de vida se restringen por este caos urbano, así como el desarrollo mismo de la ciudad y de la región. Ya hay voces a favor de elevar a rango constitucional el derecho a la ciudad, al lado del de vivienda digna, como garantía colectiva perteneciente a todos y no a un individuo, grupo social o al interés oculto disfrazado de beneficio a la ciudad.
En las dos zonas metropolitanas vecinas, la del Valle de México y la del Valle de Toluca o del Matlatzinco, las condiciones geográficas, culturales, económicas y sociales, han generado una degradación ambiental y urbana cada vez más difícil de controlar. El panorama es difícil, pero todavía permite medidas correctivas que les devuelvan su viabilidad actual y futura y la gobernabilidad.
De no regularse este crecimiento de la plancha urbana, en un plazo no muy lejano será incontrolable, con una extensión cercana a los cuatrocientos cincuenta kilómetros cuadrados y una población de casi cuarenta y cinco millones de habitantes, afectando además de las ciudades de México y Toluca, a Cuernavaca, Pachuca y Puebla.
Ante este panorama, los diferentes niveles de gobierno tienen que decidirse a resolver los problemas actuales, prever y planear los de mediano y largo plazo para no desandar a futuro lo ganado. Resulta más caro y socialmente más dañino añadir asentamientos irregulares y especulación de tierras.
La forma: proponer y aplicar soluciones basadas en el análisis y estudio riguroso, incluyendo las experiencias de otras mega urbes, con trabajo interdisciplinario y desarrollo de planes rectores.
El fondo: recuperar una vida urbana digna, con soluciones reales en materia de salud, vivienda, hábitat, desempleo, seguridad y gobernabilidad.
Y no lo olvidemos: TODOS, SOMOS NATURALEZA.
Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C