Por: Josep M. Lozano
Preocupados por la tan cacareada falta de ética en el mundo de la empresa, hace unos cuantos años un grupo de investigadores canadienses llevó a cabo una investigación entre directivos de su país para verificar si era cierto que no les preocupaba en absoluto. Pero adoptaron una perspectiva peculiar: en lugar de hacer una encuesta o de proponerles su adhesión o rechazo a una determinada lista de valores, se limitaron a analizar cómo y cuándo dichos directivos utilizaban el lenguaje moral en su práctica cotidiana.
Sorpresa: en contra del tópico, se referían a menudo a la ética y los valores. Atendiendo a sus conversaciones, parecía una preocupación bastante relevante. Los investigadores analizaron también qué hacían dichos directivos cuando hablaban de ética y de valores. Con diversos porcentajes, catalogaron unos cuantos usos: expresar frustración a causa de cómo iban las cosas en la empresa, acusar a los demás de falta de ética, remitirse a principios generales como respuesta ante un problema concreto, alabar determinadas acciones conocidas, justificar actuaciones una vez ya realizadas, apelar retóricamente a valores como introducción o clausura de determinados discursos, etc.
Pero sólo en un 9 por ciento de los casos, hablar de ética y de valores afectaba a las situaciones y decisiones de quien hablaba. Sólo en estos casos hablar de ética y de valores era un factor relevante y diferenciador para identificar problemas, considerar alternativas, calibrar consecuencias y definir compromisos y responsabilidades. En definitiva, un discurso directamente vinculado a la manera de actuar y de decidir de quien lo utilizaba.
No sé si Canadá nos queda muy lejos. En cualquier caso, quizá lo que nos resulte más familiar de este estudio, más allá de las distancias geográficas, es esta constatación de que sólo en un caso de cada diez el discurso moral está directamente vinculado con la toma de decisiones de quien lo usa. Porque, hoy por hoy, reconozcámoslo, lo más insólito no es hablar de moral y de valores, sino que este discurso sea correlativo al ejercicio del poder de quien habla. Y es que a menudo tengo la impresión de que hablar de ética y de valores no es otra cosa que un ejercicio de maledicencia. Para mucha gente hablar de ética y de valores no es otra cosa que hablar mal de los demás (o de «la sociedad», o del «sistema»). Por eso siempre recomiendo que cuando oímos a alguien hablar de ética y de valores es muy importante atender no sólo a lo que dice, sino también saber de quién habla. Es un ejercicio de sociología recreativa al alcance de todos nosotros: ¿cuándo alguien se refiere a alguna actuación hablando de ética y valores, lo hace hablando en primera o en tercera persona?
Evidentemente, esto no significa que no debamos hablar de ética y valores. Pero nos plantea si el discurso ético tiene siempre sentido en sí mismo, al margen de la realidad, de los contextos y de los sujetos. Y si alguna vez, aunque solo sea para variar un poco, no debería referirse también a la interacción entre prioridades y posibilidades. Porque, en el ámbito organizativo, el debate ético no es un debate sobre principios, sino sobre la definición de prioridades y exclusiones que pueden comportar decisiones; sobre responsabilidades ejercidas; sobre criterios operativos o sobre proyectos sobre los cuales se pueden pedir cuentas. Prioridades, responsabilidades y criterios que incorporan una dimensión ética y valorativa, claro está. Pero que, por lo mismo, requieren que los susodichos valores no nos hagan olvidar que las decisiones no se toman entre valores, sino entre cursos posibles de acción. En caso contrario, no hay ninguna realidad concreta (ni ninguna decisión) que salga airosa de la comparación con todos los valores que, en principio, debería contener.
Si algo necesitamos en el mundo de las organizaciones es una ética para la toma de decisiones. Porque en las situaciones ordinarias no decidimos entre valores, sino entre cursos posibles de la acción que, como tales, lo repito, incluyen una dimensión ética y valorativa. Pero, como se trata de acciones posibles, a veces la tensión ética no se juega en el bello dualismo del bien y el mal, sino en aprender a afrontar y discernir el conflicto de valores que se pone de manifiesto en una opción, que no nos permite conciliar prácticamente unos valores que en una encuesta, sobre el papel, asumiríamos convencidamente como válidos y necesarios.
Por eso creo que aquellos canadienses nos recuerdan que, si no afectan alguna vez al campo de responsabilidades cotidianas de quien habla de ellos, hablar mucho de ética y valores acaban siendo pura verborrea, y lo dejo en verborrea para ser amable. Y es que hablar es gratis (al menos en algunos contextos).
Lo reitero: ante cualquier discurso sobrecargado de ética y valores es tan importante saber de qué se habla como de quién se habla. Y, sobre todo, saber qué relación (no) tienen los susodichos qué y quien con el sujeto hablante.
Como se pone de manifiesto en este escrito, por cierto.
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Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad