Los beneficios son un elemento regulador de la vida de la empresa,
pero no el único; junto con ellos hay que considerar otros factores humanos y morales que,
a largo plazo, son por lo menos igualmente esenciales para la vida de la empresa.
Juan Pablo II, Centesimus Annus.
La respuesta que viene a la mente de muchos es que la culpa la tienen las empresas, sobre todo las omnipotentes multinacionales, que con su gran poderío económico pueden violar las reglas de juego a su favor, o por lo menos alterarlas hacia lo que les convenga. Pero antes de llegar a esta conclusión es conveniente analizar porque no funciona el capitalismo, si es que no funciona, cuales son las partes que intervienen en su operación y si éstas cumplen con sus respectivas posibilidades.
El Dossier No. 26 del Verano 2017, Repensando nuestro modelo de sociedad y de economía, publicado por Economistas sin Fronteras, incluye un artículo La que se avecina: Un capitalismo (aún) más salvaje, que como su título deja entrever, achaca los problemas a las multinacionales, es dogmático, es extremista. Pero ello nos da pie para el análisis que decimos arriba que es necesario antes de sacar conclusiones catastrofistas sobre los culpables.
En la sección Perspectivas del capitalismo que se nos viene encima propone hace cinco argumentos para concluir que vamos a un “capitalismo (más) salvaje”: (1) el poder corporativo; (2) la lex mercatoria; (3) tensión por los escasos recursos; (4) una economía sobre-compleja; y, (5) sociedad global excluyente y violenta.
El primer argumento sobre el poder de las empresas repite un error, muy común entre los detractores de las empresas, y es el de exagerar su poder. Dice, por ejemplo, que “69 de las mayores entidades del mundo son empresas y solo 31 son estados”. Esta aseveración está basada en la comparación entre las ventas (ingresos) de las empresas con el Producto Interno Bruto, PIB, de los países, que representa el valor agregado por la economía. Comparan peras con manzanas. Debemos comparar cosas comparables, ventas con ventas o valor agregado con valor agregado. Como los países no tienen “ventas”, se deben comparar los valores agregados por la actividad de las empresas, de lo contario habría doble conteo can las actividades de sus suplidores de insumos. Aún a pesar de las grandes dificultades estadísticas en determinar el valor agregado de las empresas [1], si se hace la comparación correcta entre estos valores y el PIB de los países sólo dos de las 50 economías más grandes son empresas. WalMart, por ejemplo, sería una octava parte de España, un poco más de la mitad de Venezuela y de un tamaño equivalente a Chile. [2]
Y en todo caso, si hablamos de poder, hay que recordar que no todo el poder es económico. Las empresas no tienen ejércitos ni policías (aunque algunas puedan tener alguna “milicia” en países en desarrollo) ni pueden imponer impuestos y otros gravámenes. Y los gobiernos tienen el poder de autorizar o desautorizar la operación de cualquier empresa en el territorio nacional, de imponer multas, de expropiar, etc.
Con esto no queremos decir que las empresas no tengan poder, pero la implicación que suele hacerse que el tamaño es equivalente a poder y que el poder está disponible para abusarlo no es correcto. Es muy cierto que empresas tecnológicas como Facebook, Apple, Google y Microsoft son empresas con mucho poder, más de lo que su tamaño indica, pero ello no quiere decir que siempre lo abusan para beneficio propio. Los productos de Google y Microsoft hacen una gran contribución al desarrollo de la humanidad (Apple y Facebook son menos indispensables). Sí, defienden sus intereses, como lo hacemos todos, pero mucho de ese poder es usado para hacer el bien de la población. Y para que no lo abusen allí están (¡o deberían estar!) nuestros representantes, nuestros protectores, los gobiernos (más adelante comentamos si están). En junio del 2017 la Comisión Europea impuso una multa a Google de 2,400 millones de euros por abuso de posición dominante en los servicios de búsqueda y favorecer sus servicios de comparación de compras.
El segundo argumento de lex mercatoria se refiere al supuesto abuso que hacen las empresas de los tratados internacionales de comercio y los acuerdos bilaterales de inversión, imponiendo “un nuevo modelo de gobernanza corporativa” y una “arquitectura de impunidad”. Según el autor, las empresas están por encima de los estados, que son lo que negocian estos tratados y acuerdos. Es cierto que algunas empresas se aprovechan de las debilidades institucionales de los estados y la ausencia de mecanismos de gobernanza internacional para imponer sus conveniencias. Las empresas multinacionales operan dentro de un vacío jurídico a nivel multinacional, que debe ser suplido, con muchas dificultades, por mecanismos jurídicos nacionales mal coordinados entre sí. El caso más típico es el de las deficiencias en la regulación del respeto a los derechos humanos a nivel multinacional (ver ¿Debe regularse el respeto a los derechos humanos por parte de las empresas?). Pero muchas de estas dificultades se deben a fallas en los gobiernos de los países, que no pueden o no quieren ejercer su responsabilidad, que son aprovechadas por algunas empresas. Pero ello no puede llevar a la conclusión de que el capitalismo ha fracasado o que será “más salvaje”. Hay problemas, de difícil solución, pero ello no justifica desechar el sistema. No se puede tirar el bebé con el agua sucia del baño.
El tercer argumento de tensión geopolítica por los escasos recursos es que las grandes potencias (China, EE.UU., Europa) lucharan por la hegemonía del control de los recursos. Es difícil ver la relación entre esto y el capitalismo más salvaje. A lo sumo la escasez de recursos estimulará la innovación y la búsqueda de soluciones, como lo es la energía renovable ante la eventual escasez de combustibles fósiles, lo cual fortalecerá la lucha contra el cambio climático. Quienes mejor preparados están para hacerle frente a estas situaciones son las empresas privadas, con su capacidad de innovación y su disposición a arriesgar recursos financieros. Y es el mercado el que está dando las señales para estimular la inversión y el que canaliza los recursos hacia estas inversiones. Este es más bien un argumento a favor del capitalismoresponsable.
En el cuarto argumento sobre una economía sobre-compleja, financiarizada y especulativa el autor dice “Por tanto, cortoplacismo, ingobernabilidad, lucro y especulación serán conceptos que definan el escenario también en el futuro próximo, incidiendo posiblemente en el incremento de la inestabilidad estructural y de las asimetrías sociales.”. Este sí es un problema del capitalismo y que debe ser afrontado. El lucro no es malo, es el incentivo necesario para la inversión y el esfuerzo. Lo que sí es malo es poner el lucro por encima de las personas y del medio ambiente, el buscar el máximo lucro posible en el corto plazo a expensas de las decisiones que respaldan la sostenibilidad en el pargo plazo. Este es precisamente uno de los problemas que trata de atacar la responsabilidad de la empresa ante la sociedad (RSE) y que comentaremos en la Segunda Parte. Y aquí vale recordar la cita con la que abrimos este artículo.
La quinta premisa argumenta que el capitalismo conduce a una sociedad abiertamente excluyente y violenta. El argumento del aumento de la violencia es muy difícil de entender y no lo comentamos. El argumento de que la persecución de beneficios puede llevar a una sociedad más excluyente es más razonable ya que las actividades empresariales tienden a favorecer a las personas con mayor poder adquisitivo y pueden dejar atrás a los pobres, fomentando aún más la desigualdad. Pero en este argumento se ignora, otra vez, que el problema viene de las fallas de gobierno y es la responsabilidad de estos reducir esa desigualdad a través de políticas redistributivas y de protección de los menos favorecidos. También vale la pena destacar el impulso que están teniendo las empresas con fines sociales y la tendencia en las mismas grandes empresas de atender a los grupos vulnerables a través de negocios inclusivos.
Algunos de estos argumentos son válidos, pero otros son una falacia, otros están exagerados, otros son irrelevantes y otros ignoran que uno de los grandes problemas son los gobiernos, no sólo las grandes empresas y muchas veces las mismas personas. Hechas estas aclaraciones en la Segunda Parte analizaremos más objetivamente quién tiene la culpa si el capitalismo no funciona.
[1] El valor agregado como porcentaje de las ventas varía de empresa a empresa. Sin embargo estudios estadísticos han determinado que en el promedio de todas las empresas podría ser entre un 30 y 40 por ciento, con grandes variaciones (entre un 20% para mayoristas, 30% para automóviles, hasta un 80% para servicios como telecomunicaciones).
[2] De Grauwe, P. y Camerman, P., (2003), Are multinationals bigger than nations?World Economics, Vol. 4, No. 2, abril-junio 2003, pgs. 23-37.
Antonio Vives
Con un Ph.D. en Mercados Financieros de Carnegie Mellon University y con una trayectoria como profesor en 4 escuelas de negocios, Antonio Vives es actualmente catedrático y consultor en la Stanford University. Socio Principal de Cumpetere. Ex-Gerente de Desarrollo Sostenible del Banco Interamericano de Desarrollo. Creador de las Conferencias Interamericanas sobre RSE. Autor de numerosos artículos y libros sobre RSE y del blog Cumpetere en español.