Por: Pedro Silva Gámez
FORMA Y FONDO CXX
Dice la conseja popular que muchos acontecimientos y pérdidas se suceden de tres en tres y a veces parece irremediablemente cierto. En los últimos días el árbol de las letras se vistió de luto confirmando la creencia, al perder tres de sus ramas. El primer deceso fue el de Gabriel Vargas (1915-2010), papá de la “Familia Burrón”; siguió José Saramago (1922-21010) predicando “El Evangelio según Jesucristo” y terminó Carlos Monsiváis (1938-2010) celebrando sus descripciones en “Apocalipstick”
Si es temerario hacer mención de uno de ellos en espacio tan reducido, hacerlo de los tres resulta insensato, pero sean estas líneas un postrer homenaje. Como hombres extraordinarios transformaron con su obra literaria muchas mentalidades y seguirán derrumbando posiciones dogmáticas y retrógradas en cualquier Continente. Su legado es parte del cimiento y reclamo de una sociedad más justa.
Una línea los une: la denuncia de la deshumanización del hombre contemporáneo. Las diferencias sociales y sus derivados: pobreza, marginación, injusticia, crueldad, hambre, destrucción.
Gabriel Vargas es considerado el sociólogo más grande de México y cronista de la cultura popular, su obra muestra el día a día de la familia mexicana que no tiene dinero más que para tortillas y frijoles refritos en aceite de carro. Sus personajes dan la cara a la adversidad con una actitud que raya en el cinismo porque siempre encuentran un lado amable. De las nuevas generaciones, pocos son los que conocen la obra de este gran caricaturista, única serie mexicana que apareció durante seis décadas con un poco más de tres mil capítulos.
Es la vida de los habitantes de una vecindad urbana, que al igual que los de hoy, están marginados del trillado desarrollo sustentable. El progreso y la modernidad están en otro lado, pero el escenario es el mismo sólo cambian actores y fechas.
Entre Vargas y Monsiváis había una comunión y reconocimiento. El primero tiene una sala en el Museo del Estanquillo en la Ciudad de México, aportación de Monsiváis a la cultura, antropología y sociología, además de que los Burrón aparecen en sus ventanales. El segundo aparece en una de las historietas de hace años, en gran plática con uno de los personajes: el bate Avelino Pilongano.
José Saramago vierte en su obra la denuncia y defensa de los derechos y libertades humanas. Antes que novelista fue poeta y pobre; tres factores que sumados al periodismo, dan forma a su estética y preocupación social y ecológica.
Reflexiona sobre la situación de los más de seis mil millones de habitantes del mundo, aparente prototipo de un mundo feliz, pero feliz para unos cuantos. La realidad es una pesadilla, que podría no serlo porque existen los medios para ello. Conmueve al narrar que su abuelo, al presentir su
muerte, va al huerto a despedirse de cada uno de los árboles que había cuidado y plantado.
Tuvo gestos a favor de los bosques, también huérfanos con su partida. Pidió a editores y escritores editar libros sin destruir bosques, utilizando “papel amigo de los bosques”. El compromiso crece y es la mejor despedida del escritor con sus amigos los árboles.
Monsi, como llamaban coloquialmente a Carlos Monsiváis, tenía entre sus muchos intereses y actividades el medio ambiente. Siempre le preocupó la destrucción de los recursos naturales en nombre de la modernidad, la deforestación y avance de la desertificación. Se opuso a los transgénicos y cuestionó la ley de bioseguridad conocida como ley Monsanto.
Se pronunció a favor de los derechos de los animales; él amaba a sus gatos. Insistía en que el cuento secular de que el hombre es dueño y señor de la naturaleza ha traído consecuencias desastrosas como el calentamiento global y mucho más. Decía que todo inicia con la crueldad hacia los animales y el desprecio a la naturaleza. A ningún gobernante le sirven bosques, ríos o animales porque no votan, pero sirven para prometer. Evidenció la pésima política ambiental del país con su trasfondo populista; rechazó la energía nuclear y habló a favor de mejorar el transporte público.
Sostenía que la actitud humanista es base de la civilización, porque el conocimiento y la sensibilidad llevan al respeto y compasión de la naturaleza.
Le dolían las festividades protagonizadas por animales, como corridas de toros, peleas de gallos y de perros; la masacre de miles de elefantes por la soldadesca de Idi Amin; la moda de comer carne de perro, la captura sistemática de animales con fines comerciales; la brutalidad de japoneses y canadienses hacia las focas y ballenas.
La forma: no es excentricidad el bienestar animal, es la respuesta de una mente responsable y anhelante de una sociedad justa.
El fondo: ojalá que con estas tres ausencias físicas, los cielos no necesiten almas y voces críticas que pongan orden en las alturas. Hay que confiar que allá arriba no se aplica aquella máxima metafísica: como es arriba es abajo, porque también estarían en crisis. Y no lo olvidemos: TODOS SOMOS NATURALEZA.