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Demonios de un paraíso fraudulento

Acabar con los paraísos fiscales presenta una inmejorable oportunidad para cerrar el desagüe por el que se derraman billones de dólares y la confianza en el sistema de millones de personas.

Cerca de la cuarta parte de la riqueza privada global se oculta en los 72 paraísos fiscales que las teorías del Laissez faire (dejar hacer) han ido creando en diferentes puntos estratégicos de los cinco continentes.

El pensamiento neoliberal ha permitido la triste paradoja de que el hambre pueda ser erradicada en el mundo con 40.000 millones de euros durante cinco años, según las estimaciones de la ONU, lo que apenas supone el 0,5 % de los depósitos privados que evaden impuestos en la sombra de la fiscalidad.

Se calcula que más de ocho billones de euros se guardan en lugares como Suiza, Luxemburgo, Mónaco, Hong Kong, Kuwait, Uruguay o Puerto Rico sin que sus propietarios paguen ni un céntimo al erario público.

Ha tenido que producirse un colapso financiero para que las grandes potencias empiecen a pensar, después más de siete décadas de pasividad absoluta, en la “incomodidad” de estos auténticos emporios de la corrupción.

Tras la reunión del G 20, celebrada el pasado abril en Londres, se puso sobre la mesa la posibilidad de cooperar y de favorecer el intercambio de informaciones para terminar de una vez por todas con los centros offshore, así conocidos en inglés porque funcionan como cajas de caudales de divisas extranjeras.

El primer ministro británico, Gordon Brown, se aventuró a decir que aquel era “el principio del fin de los paraísos fiscales” e, incluso, en el documento final extraído de la cumbre se recogió literalmente que “la era del secreto bancario había terminado”.
Pero, ¿les interesa de verdad a las grandes potencias terminar con esta estafa multimillonaria en la que incurren algunas de las mayores fortunas del mundo? De ser así, ya habrían desaparecido hace mucho tiempo. Ahora, al menos, la intención existe. Actúen en consecuencia aunque ya sea demasiado tarde.

La lista de “crímenes” en los que el concurso de los paraísos fiscales ha sido determinante es larga. De acuerdo con la visión de ATTAC, sin ellos, los atentados del 11-S no hubieran sido posibles como tampoco lo hubiera sido la nula tributación de las compañías multinacionales, ni la crisis hipotecaria a partir de la que se precipitó la crisis económica y financiera actual.

Y así, se podrían enumerar muchos más ejemplos de las actividades delictivas que se cometen bajo su resguardo y que hacen baldíos los esfuerzos de Naciones Unidas, de los organismos e instituciones de la sociedad civil y también de algunos gobiernos por la democratización de la economía, el desarrollo sostenible y el reconocimiento efectivo de los derechos humanos fundamentales.

Los paraísos fiscales son un arma política creada e instrumentalizada por el poder del dinero y el principal soporte del neoliberalismo exacerbado. Un poder que se reproduce a sí mismo a partir de la hipocresía en la que han caído la mayor parte de los gobiernos occidentales, al amparar a muchos de los países en los que se comete fraude tributario mientras los niegan y demonizan ante la opinión pública.

La mayor parte del Caribe son colonias de ultramar de la Commonwealth británica y otros países como Panamá o Singapur, aunque sean independientes, mantienen fuertes lazos con la historia de colosos como Estados Unidos o China.

Basta ya de brindis al sol, de lavados de imagen ante las cámaras y de acuerdos firmados sobre papel mojado. Los ciudadanos, que pagan sus impuestos, merecen un sistema fiscal transparente e igualitario en el que las normas rijan del mismo modo para todos y no en función del color del cuello de sus camisas y del grosor de su cuenta bancaria.

A pesar de todo, nunca dejarán de existir lugares en los que algunas prohibiciones fiscales y bancarias no sean operativas. Aún así, es importante que la voluntad de la comunidad internacional radique, a partir de ahora, en acabar con la “normalidad” con la que se opera en los paraísos fiscales.

Ésta es una de las grandes oportunidades que la crisis, en cuyo origen resultó fundamental la existencia de estos fraudulentos enclaves, le ofrece al mundo para cambiar su rumbo. La posibilidad inmejorable de cerrar el desagüe por el que se derrama la confianza que hay depositada en el Estado de Derecho por millones de personas.

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