El mundo de la sustentabilidad está lleno de paradojas. Por un lado, existe un consenso global en torno a adoptar nuevas tecnologías y sistemas que permitan combatir el cambio climático y detener la cuenta regresiva de nuestra autodestrucción. Por otro, aún no existe una claridad en cuanto a qué medidas adoptar para asegurar la efectividad de nuestras acciones.
La contradicción, irónicamente, dista de ser nueva. Hace casi dos siglos, en el libro The Coal Question (La cuestión del carbón, 1865), el científico William Stanley Jevons describe lo que sigue siendo uno de los dilemas que aquejan al mundo industrial que desea realizar la transición a esquemas de producción más responsables. Jevons apuntaba que durante el siglo XIX el consumo del carbón se elevó en Inglaterra después de que James Watt introdujera su máquina de vapor, la cual mejoraba significativamente la eficiencia de los diseños anteriores, sobre todo en la optimación del uso del mineral. Las innovaciones de Watt convirtieron el carbón en un recurso usado con mayor eficiencia en relación con el costo, lo que provocó un incremento en del uso de su invención en una amplia gama de industrias. Esta dinámica, a su vez, generó un aumento en el consumo total del mineral, aunque la cantidad de carbón necesaria para cada aplicación concreta disminuyera considerablemente. La accesibilidad de la nueva máquina, que usaba menos carbón, redundó en un mayor consumo de energía, lo que a la larga significó un mayor consumo del mineral. A este fenómeno se le conoce como la paradoja de Jevons, la cual sostiene que aumentar la eficiencia disminuye el uso instantáneo, pero en el mediano y largo plazos provocan un incremento del consumo global. Es decir, si bien el uso particular de una innovación genera eficiencia energética, su uso generalizado puede detonar un efecto contrario al que se busca originalmente. Se podría argumentar que algo similar podría suceder si todos los automotores de gasolina se cambiaran de manera inmediata por coches eléctricos: el incremento de la demanda de energía eléctrica proveniente de generadores contaminantes nulificaría prácticamente todos los beneficios ecológicos de la nueva tecnología.
La paradoja de Jevons no es el único dilema que enfrenta la transición energética. China, por ejemplo, produce actualmente alrededor del 90% de las “tierras raras” del mundo, nombre bajo el que se agrupa a los minerales utilizados para el óptimo funcionamiento de las tecnologías verdes y el grueso de los circuitos para computadoras y demás gadgets electrónicos. Sin las “tierras raras”, las turbinas eólicas y los automóviles híbridos, por mencionar las dos tecnologías verdes más publicitadas, no existirían. Sin embargo, en aras de extraer “las tierras raras”, China ha violado sistemáticamente diversas normas ambientales que en otro país le habrían ganado la clausura de operaciones, por no mencionar los costos en vidas humanas que siempre han caracterizado a la negligente industria minera del país asiático. China anunció hace unos años la introducción de nuevos impuestos y medidas de supervisión para controlar la explotación de “la tierras raras” y mermar el daño ecológico a su subsuelo, pero los resultados aún están por verse. De hecho, uno de los retos que enfrenta Trump en su relación con China es la búsqueda de alternativas de abastecimiento de tierras raras, las cuales también son utilizadas para armamento de vanguardia.
Para sortear las contradicciones energéticas se requieren sistemas de gestión integrales, con monitoreo, control y verificación constantes de todos los involucrados. Sólo así se podrá evitar la adopción de medidas de “greenwashing” que funcionan bien términos de mercadotecnia y relaciones públicas, pero que no hacen prácticamente nada por la sustentabilidad a largo plazo.
Fuente: ejecentral