Las realidades, decepcionantes, de la COP 17 en Durban hacen reflexionar acerca del futuro de lo acordado acerca del cambio climático en el mundo y lo que realmente puede y ha ocurrido. Revisemos algunos ejemplos.
Entre 1994 y 1995, diversos gobiernos mostraron preocupación por los efectos del cambio climático, haciendo necesario un consenso para mitigar sus efectos. Por esta razón, en 1997 se firma el Protocolo de Kioto, donde se comprometieron a cumplir con objetivos específicos de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), los cuales son diversos, y van desde menos 8 hasta 10 por ciento del nivel de emisión, “con miras a reducir el total de sus emisiones de esos gases a un nivel inferior en no menos de 5 por ciento al de 1990 en el periodo de compromiso comprendido entre el año 2008 y el 2012″.
Este acuerdo ha avanzado lentamente, en el mejor de los casos, pues su establecimiento involucró un proceso de aceptación política y de compromisos de los países que se responsabilizaron de llevar a cabo sus lineamientos.
Los resultados del Protocolo de Kioto son diferenciados. Los países que se adelantan en la aplicación de medidas y de su compromiso por alcanzar los objetivos, obtienen mejores resultados que los demás, incluso con una estructura de costos mínima. Asimismo, las naciones que no aplican medidas adecuadas en tiempo y forma, se enfrentarán a una estructura de costos mayor por la aplicación de medidas de emergencia en lugar de medidas de prevención, y se posicionarán tarde en los mercados, por la mala adecuación de la estructura industrial.
Otro ejemplo es el acordado en septiembre de 2008, cuando se establece el programa REDD+, donde Noruega otorga los primeros fondos. Este programa se crea con el objetivo de apoyar y reforzar las actividades de los pueblos indígenas, comunidades locales, y otras comunidades dependientes de los bosques.
Actualmente cuenta solamente con 29 países socios: nueve países piloto y 20 nuevos. Una nueva iniciativa es el programa global REDD+, “el cual desarrolla enfoques comunes, análisis, metodologías, herramientas, datos y directrices enfocadas en ayudar a los países a llevar a cabo el trabajo de preparación, a medida que desempeña funciones de apoyo en general”.
El programa REDD+ se orienta a reducir las emisiones de GEI provenientes de los bosques, que resultan de la deforestación, la degradación de los bosques, entre otros (éstos representan el 17 por ciento del total de emisiones). A pesar de que REDD+ estima que para 2015 se reduzca 25 por ciento la tasa de deforestación a nivel mundial, está condicionado a la disposición de recursos, pues para que esto suceda se tienen contemplados de 22 a 38 mil millones de dólares de 2011 a 2015. A la fecha no se ha entregado ningún fondo y existe mucha desconfianza acerca de su aplicación.
En el caso de México, a mediados de 2007 se anunció la Estrategia Nacional de Cambio Climático, con lo que se crea el Programa Especial de Cambio Climático 2009-2012 (PECC). Lo más importante de este programa es que México se compromete a reducir en un 50 por ciento sus emisiones de GEI al 2050, respecto al nivel del 2000.
A pesar de las medidas que se han dictado respecto a la mitigación de los efectos del cambio climático en México, y de la actuación del gobierno, muchos aspectos no han sido cubiertos como se especifica en los objetivos de las políticas públicas, como es el caso de la valoración y evaluación de diversos efectos a nivel microeconómico, efectos sociales, la insuficiente cobertura de servicios ambientales y el manejo inadecuado de los recursos.
En los últimos años en México se han presentado incrementos tanto en el cambio de uso de suelo como en las emisiones derivadas de ello, como consecuencia de la deforestación. De otra manera, la problemática de la reducción de emisiones se enfrenta a disyuntivas como ¿producimos más a costa de más emisiones? y ¿deforestamos más para contar con mejores tierras agrícolas? Cuestionamientos como los anteriores vienen a la mesa del debate cuando la estructura de producción actual no permite pensar en que se puedan lograr ambas cosas y “crecer más con menos emisiones”, y en tiempos de crisis “lo mejor es crecer, aunque sea a costa del medio ambiente”. En México, el Fondo Verde es una promesa que ante los fenómenos políticos futuros pasará a la agenda que probablemente el nuevo gobierno o retomará o, más seguramente, olvidará.
En el mundo, como en el caso particular de México, la política ambiental está estancada. Corre muy detrás de las promesas y, más importante, de las necesidades. La creación de agendas y compromisos es insuficiente. No parece existir más remedio, y qué equivocado sería que las agendas sólo serán realidad cuando la naturaleza apriete y apriete duro. No podemos, por convencimiento solo, como dice un distinguido ecologista mexicano, por sufrimiento.
Fuente: El Financiero, Opinión, p. 26.
Por: Roberto Escalante Semerena.
Publicada: 16 de diciembre de 2011.