El concepto de desarrollo sostenible se popularizó a partir del año 1987 con la publicación de “Nuestro Futuro Común”, más conocido como Informe Brundtland.
En él se dibuja el mundo como un sistema global, en el que la búsqueda de progreso económico debe considerar aspectos como la calidad de vida, la preservación del medio ambiente o el compromiso ético con las generaciones venideras.
Aunque la concreción real de la idea por parte de las opciones políticas y sociales no ha estado exenta de contradicciones, hoy existe consenso a la hora de cuestionar el crecimiento desmesurado y se piensa en un equilibrio entre la sostenibilidad económica, la ecológica y la social.
La primera está inserta en el concepto de renta de Hicks, que afirma que a las ganancias de capital y los valores añadidos hay que sumar los beneficios y males ambientales; se debe regular la cantidad máxima de consumo en un período para no agotarlo en el futuro, algo que algunos países ya han asumido.
El presidente Zapatero presentó en el estado de la nación unas ideas sobre la economía sostenible en las que cuesta reconocer rasgos claros de los anteriores postulados. Se esperaba con expectación la concreción del plan pero aún hoy el Gobierno dice que éste se encuentra “en una fase muy preliminar e incipiente”.
Dado que el tiempo pasa y los modelos vigentes de crecimiento económico se han colapsado, cabe pedir una acción urgente liderada por el gabinete y con la participación de los colectivos sociales.
Uno y otros, a tenor de las declaraciones, parten de posiciones ancladas en inercias pasadas, proponen medidas como proporcionar incentivos a las empresas para que produzcan más y esto provoque un aumento del consumo por parte de los ciudadanos, lo cual vulnera el principio de sostenibilidad.
Los que no somos economistas acudimos a la página del Observatorio de la Sostenibilidad español (OSE) para conocer los indicadores ambientales que miden la fortaleza social y la evolución que presentan. Hay motivos suficientes para sentirse preocupados.
El plan del Gobierno requiere algo más que cifras, si bien éstas son necesarias para concretar cómo se financia. El mercado actual libre ha marginado posiciones comerciales que abogaban por la remuneración equitativa (uno de los Derechos Humanos universales desde1948 según la ONU), la corresponsabilidad social y el comercio justo, para asegurar escenarios de futuro para todas las personas.
Como apuntaba Habermas, quizá sea necesario mantener el mercado sometido a un cierto control del Estado, que permita la domesticación social y ecológica de la economía, y neutralice así los efectos no deseados del mercado capitalista.
Son muchos los ámbitos en los que proponer ideas de sostenibilidad: energía, transporte, gestión del medio natural, residuos, modelo de ciudad, salud colectiva, participación social, etc.
Aunque para cada uno caben acciones concretas, vale para todos como principio rector el compromiso moral de asegurar estímulos de vida a las generaciones venideras.
Para no quedarse en la palabrería de siempre, es imprescindible acometer con valentía un proceso de cambio estructural. Entre otras acciones, la explotación de los recursos ha de permitir su regeneración; hay que promover una mudanza en los valores humanos que evite el declive de la estabilidad social y que conduzca a los individuos a preservar el capital natural. En consecuencia, convendría primar actividades productivas que lleven el sello de sostenibilidad tanto en los procesos como en los productos que generan.
A pesar de la crisis actual, el Gobierno y los agentes sociales deben ponerse de acuerdo a la hora de proponer escenarios para el cambio de modelo, que convenzan a los ciudadanos de sus actuaciones.
Algunos las entenderán, otros las cuestionarán; a todos hay que hacer ver que el interés personal es lícito pero se ha de compaginar con el beneficio social.
Todavía no tenemos muy claro cómo resolver los problemas planteados por las crisis financieras, los riesgos ecológicos, la sostenibilidad de las prestaciones sociales o el futuro de Europa. Por eso hay que escuchar a aquéllos que, como el profesor Innenarity, postulan que para lograrlo es necesario un enorme esfuerzo de imaginación colectiva apoyado en la fuerza transformadora de los estilos de vida.