Desde hace tres décadas, un nutrido grupo de empresarios turísticos, ONG, burócratas y académicos como el experto inglés Harold Goodwin, viene discutiendo la posibilidad de que el turismo no funcione como un incendio sino como el fuego que ilumina y alimenta.
Y en el caso del ecoturismo, que proteja el medio ambiente y mitigue la pobreza. Pese a loables intentos, no hay un acuerdo sobre una normativa común.
Hay hoy más de 200 “sellos”, “certificados” y “premios” al ecoturismo, suficientes para marear al turista concienciado que quiera encontrar aquel producto que, como proclama el lema de la Sociedad Internacional de Ecoturismo (TIES, por sus siglas en inglés), logra un “viaje responsable a áreas naturales para conservar el medio ambiente y mejorar la calidad de vida de las comunidades locales”.
Algunos son creíbles, como el pasaporte verde que lanzó este año el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) o el Smart Traveller de Rainforest Alliance, una ONG pionera que ya certifica la producción “sostenible” de madera, café y plátano; otros son medallas autoimpuestas, como el sello de “natural” que se da en España a todo hotel ubicado en un parque nacional, haga lo que haga.
Travesías, Viajero inteligente, p. 55-57, Nº 77.