Estoy convencido de que la gestión inteligente de la energía constituye un elemento decisivo para salir definitivamente de la crisis económica, además de ser un requisito indispensable para la sostenibilidad de nuestro entorno.
Desde una perspectiva global, cabe advertir que en la actualidad, de los 6.000 millones de habitantes de nuestro planeta únicamente 2.000 millones tienen un acceso de «primera clase», regular y sin interrupciones, a la energía.
Al mismo tiempo, hay otros 1.600 millones de personas que no tienen ningún tipo de acceso a la electricidad, lo que constituye un grave problema ético, económico y social.
Es indudable que en los próximos 25 años más de 2.000 millones de personas reivindicarán su derecho a ser consumidores de «primera clase». Eso nos obligará a duplicar en ese tiempo nuestra capacidad actual de generación de energía.
Frente a esa certeza, proyectando a largo plazo el actual contexto económico, político y geoestratégico, y considerando la creciente escasez de recursos naturales, vemos que los costes de la energía aumentarán fuertemente como consecuencia del aumento del precio de las materias primas y la necesidad de realizar importantes inversiones para su generación y distribución.
Sabemos también que si deseamos construir un planeta sostenible, en los próximos cuarenta años habrá que dividir por cuatro las emisiones de carbono actuales.
A menudo se aborda el problema energético desde una visión excesivamente centrada en la generación de energía (renovables, debate sobre la energía nuclear, materias primas…) y, aunque obviamente esta cuestión es fundamental, voy a centrarme en el lado menos visible del debate: el del consumo de energía.
La ecuación global «+ kilovatios / habitante / – CO2» descrita anteriormente tiene una difícil solución. Pero si analizamos esta aparente paradoja desde la demanda y con visión emprendedora, resulta evidente que la respuesta reside en la eficiencia energética, que además es una muy buena oportunidad de negocio a largo plazo. La eficiencia energética puede ser definida de diversas maneras; en Schneider Electric la definimos así: «La combinación de tecnología, procesos y conductas de las personas que permite ahorrar energía manteniendo o aumentando los niveles de productividad y confort».
El desafío es de una envergadura y complejidad colosales. Habrá que enfrentarlo tratando de segmentar el análisis para poder centrarnos en las principales oportunidades de mejora. Propongo pues, centrarnos en un sector fuertemente consumidor de energía y altamente emisor de CO2: los edificios comerciales y residenciales (privados y públicos).
La mala noticia es que está globalmente aceptado que los edificios comerciales y residenciales representen alrededor del 40% del consumo mundial de energía y un nivel similar de las emisiones de CO2. La buena es que, siguiendo las recomendaciones de The Fourth Intergovernmental Panel for Climate Change Assessment Report, los citados edificios representan el potencial más alto de reducción de consumo y de emisiones de carbono entre todos los sectores económicos revisados… ¡La oportunidad está servida y la solución, en nuestras manos!
La eficiencia energética mejora progresiva y permanentemente el rendimiento de los edificios:
1. Optimizando el uso de equipos y potencias instaladas mediante planes de adaptación progresiva.
2. Reduciendo drásticamente el consumo y las emisiones de CO2.
3. Dotando de fuentes locales de energía renovable
4. Asegurando la disponibilidad y la continuidad, especialmente en aplicaciones críticas de la energía.
5. Mejorando la productividad y el confort de sus ocupantes.
6. Mejorando el control del edificio y la seguridad de sus ocupantes.
La eficiencia energética en los edificios abarca:
1. El control global del edificio (supervisión, redes, fuentes locales de energía renovable).
2. Aplicaciones específicas de control (calefacción, aire acondicionado, alumbrado, ascensores, escaleras mecánicas…).
3. Distribución eléctrica (distribución de electricidad, protección de personas e instalaciones, aplicaciones críticas…).
4. Seguridad (circuito cerrado de TV y alumbrado de emergencia).
Para evitar la demagogia y la superficialidad en el análisis, me permito ofrecerles un par de datos basados en la realidad:
1. Se pueden conseguir ahorros de hasta un 30% en el consumo energético de la mayoría de edificios existentes.
2. El retorno de una inversión ligada a los ahorros en el consumo energético se suele situar entre 3 y 5 años… ¡Les puedo asegurar que en las empresas se hacen muy a menudo inversiones mucho menos rentables!
En España tenemos bastantes ejemplos concretos y singulares, pero déjenme darles el último de ellos de carácter internacional por lo emblemático del edificio. Schneider Electric ha contribuido a la reducción de un 20% en las emisiones de CO2 en el Bella Center de Copenhague, mediante el diseño de una arquitectura activa e integrada de gestión de la energía. Como saben, el Bella Center es el centro de congresos donde los principales líderes mundiales celebraron la pasada Conferencia del Cambio Climático (COP-15). En otras palabras: en un edificio de 122.000 metros cuadrados, Schneider Electric contribuyó a reducir las emisiones de CO2 en 1.150 toneladas por año y los costes energéticos en alrededor de 270.000 euros, también por año…, y ¡hablamos de un solo edificio!
Ese ahorro viene motivado en gran parte por una nueva concepción de la eficiencia energética con sistemas técnicos de última generación, que en Schneider Electric llamamos «EcoXtructure». En efecto, el avance espectacular de las tecnologías de la información y la conectividad, junto a una mayor experiencia en el proceso de generación, distribución y consumo nos permite la creación de arquitecturas integradas que elevan a niveles hasta ahora desconocidos la capacidad de ahorro energético.
Pero aunque tenemos la tecnología y los resultados empiezan a ser prometedores, la incertidumbre actual, ligada a la grave crisis económica, hace que algunos factores actúen como barreras para la mejora de la eficiencia energética: falta de información objetiva, falta de suficientes incentivos, distorsiones introducidas por cambios en las políticas, intereses a veces conflictivos entre diferentes actores e incluso factores psicológicos.
Por otra parte, las actuales directivas y la mayoría de regulaciones se centran excesivamente en aspectos de diseño de los nuevos edificios dejando de lado las grandes reducciones de consumo, y por tanto de costes, que se pueden obtener a lo largo de la vida útil del parque actual de edificios en funcionamiento, incluso si, tal y como ya he comentado, los sistemas de medida, control y monitorización requieren niveles de inversión y ofrecen retornos económicos realmente muy aceptables.
A mi modo de ver, el Gobierno estatal, autonómico y local debe priorizar y dar un impulso mucho más decidido a la implantación de sistemas de alta eficiencia energética centrándose en el verdadero «quid» de la cuestión: sólo la Administración central del Estado gestiona un parque de más de 7.000 edificios y locales -18 millones de metros cuadrados- con un elevado potencial de ahorro energético.
Por tanto, si las Administraciones Públicas asumen un papel ejemplarizante y de liderazgo, serán un catalizador fundamental para facilitar la labor habitual de promoción de estos sistemas por parte del resto de integrantes del sector. Parece que en la nueva ley de economía sostenible quedará claro este papel por parte de la Administración. Esperemos que así sea y de ello se deriven políticas y planes de acción concretos e inmediatos.
No podemos olvidar que la eficiencia energética nos ofrece la posibilidad de posicionarnos en un sector fuertemente innovador para competir con éxito en los mercados internacionales: la eficiencia energética es una necesidad global. Europa y España tienen la gran oportunidad de tomar realmente la delantera en este importante sector de futuro.
Pero habrá que apurarse: nuestros competidores no se quedarán de brazos cruzados… ¿Vamos?