El Mundial de Fútbol de Brasil (2014) será un durísimo golpe para el medio ambiente. No tanto por la construcción de gigantescos estadios ni por el consumo energético, ambos aspectos controlados en cierta medida, sino muy especialmente por las emisiones de carbono que se generarán a raíz de masivos desplazamientos aéreos desde y a todo el mundo.
En efecto, además de las inevitables montañas de residuos, se espera una polución atmosférica de escándalo a consecuencia de los constantes despegues y aterrizajes previstos a nivel de aficionados, autoridades y demás. Igualmente, el torneo conlleva un sinfín de viajes aéreos hacia las sedes alrededor de Brasil, lo que supondrá el equivalente a 2.72 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero causante del cambio climático.
A lo largo del mes que durará el campeonato, tan sólo en desplazamientos aéreos se producirá una huella de carbono equivalente a la que puedan emitir más de medio millón de coches en todo un año, según cálculos de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos.
Compensar las emisiones
Como aspecto positivo, el evento ha elegido un armadillo como mascota con el fin de ayudar a este animal en peligro de extinción. Y, del mismo modo, la FIFA ha anunciado que financiará proyectos verdes (reforestación, proyectos eólicos y demás) por un valor de 2.5 millones, atreviéndose a afirmar que se se compensarán el 100 por ciento de las emisiones.
En concreto, los aficionados son los que más profunda hacen la huella, algo lógico si consideramos la tremenda capacidad de la docena de estadios, ubicados en muy distintos puntos del enorme país. En su conjunto suponen el 90 por ciento de las emisiones de carbono, correspondiendo el resto -unas 251.000 toneladas-, a viajes logísticos necesarios para desarrollarse el evento, como los viajes y gastos de hoteles de los equipos, árbitros y autoridades.
Fuente: Ecología Verde.