Las películas mexicanas que explotan el clasismo y la desigualdad social son las que mayor éxito en taquilla cosechan, el último ejemplo, la recién estrenada, ¿Qué culpa tiene el niño?
Como se ha apuntado en trabajos anteriores, la desigualdad económica y pobreza que aquejan al país han dado lugar a que las personas con alto poder adquisitivo se conduzcan con soberbia y arrogancia respecto al resto de la población, haciendo más notoria la asimetría con sus excesos y extravagancias.
No es baladí que la película Nosotros los nobles (2013) haya sido en su momento la obra mexicana más taquillera de todos los tiempos. Se trata de la historia de una familia ficticia que después de encontrarse en la cumbre de la élite socioeconómica mexicana, se enfrenta a las complicaciones de vivir como el resto de la población, es decir, con el producto de los empleos mal pagados a los que la gente sin influencias ni poder tiene acceso: un personaje es contratado como empleado de un banco, otro conduce una unidad de transporte público y otra es mesera en una cantina donde debe usar una ajustada minifalda durante la jornada laboral.
En mayo de 2016 aproximadamente mil 100 salas de cine en el país exhibieron el estreno de ¿Qué culpa tiene el niño? del director Gustavo Loza. Según el periódico Milenio la cinta superó en audiencia a The Angry Birds Movie y a la multimillonaria superproducción de Hollywood Captain America: Civil War. La fórmula es la misma de siempre: hacer mofa del clasismo mexicano. Alejandro Alemán la resumió así:
“La diferencia social entre “Maru” y “Renato” así como el choque de clase que presupone la reunión de ambas familias. Mientras Maru es hija de un importante diputado (Jesús Ochoa haciendo su personaje de siempre) que vive en una cuasi mansión, Renato vive en una unidad habitacional con su mamá (Mara Escalante, haciendo de su personaje una revisión de otro similar que hace en la televisión); mientras Maru tiene un trabajo respetable en Santa Fe, Renato tendrá que meterse de repartidor de pizzas; mientras la familia de Maru bebe champaña, la familia de Renato bebe tepache”.
El morbo que generan entre la audiencia nacional las relaciones sentimentales de personas pertenecientes a estratos sociales distintos, ha sido explotado en Amarte duele (2002) y un sinnúmero de ejemplares de la cinematografía mexicana, algunos incluso desde el año 1959 como el mismo Alejandro Alemán lo apunta en su texto.
Es de mencionarse que la industria del cine mexicano popular es poco reconocida fuera del país pues son escasas las obras de calidad que trascienden a las fronteras. Se cuentan con los dedos de una mano los largometrajes mexicanos destacados. Quizás el más importante de ellos sea Amores perros (2000) dirigido por el ahora multigalardonado e internacionalmente reconocido Alejandro González Iñárritu.
El trabajo de Luis Estrada no puede dejar de ser mencionado, con su oportuna crítica a la podredumbre de la clase política y los poderes fácticos, tanto en La ley de Herodes (1999) como en La dictadura perfecta (2014) y las obras dirigidas por Estrada entre éstas. Pero hasta ahí. El grueso del cine comercial en México ha sido dominado por la comedia romántica aderezada con el profundo clasismo que caracteriza (y pareciere gustar) a gran parte de la sociedad mexicana.
La sátira le ha dado sazón siempre a la crítica de conductas indeseables o que debieran superarse. En México el clasismo se utiliza como gancho de venta para llevar a la gente a las salas de cine y hacerlas reír por un rato. No obstante, dicho clasismo en algún momento deberá ser abordado de forma seria, como un problema que ya no le causa risa a todo mundo y que ha llevado en los últimos meses a penosos episodios de discriminación, de abuso de poder y de agresiones a servidores públicos, como ya lo hemos informado en otras piezas.
Fuente: sinembargo