Durante dos días con sus noches, la nave ha permanecido quieta junto a la isla de Giglio, tumbada sobre estribor, con la quilla rota al aire, dejando que los rescatistas intentaran remediar en parte la necedad —cada vez menos presunta— del capitán Francesco Schettino, quien la noche del viernes acercó la nave Costa Concordia a tierra para que su jefe de comedor pudiera saludar a la familia. Pero con el lunes llegó el mal tiempo y el mar, hasta entonces en calma, empezó a batir el casco. Sobre las olas aparecieron entonces las primeras manchas del carburante —2.400 toneladas— almacenado en los depósitos del barco. La tragedia humana —once muertos y una cifra todavía sin aclarar de desaparecidos— está a punto de derivar en un desastre ecológico para las costas de la Toscana. Sin olvidar las consecuencias económicas que ya empieza a sufrir la compañía Costa Cruceros —cuyas acciones cayeron un 23% en la Bolsa de Londres— y, por contagio, un sector hasta ahora en alza.
Y todo —la vida, el mar, la salud económica de una empresa con 24.000 empleados en nómina— por una simple “bravata”, por utilizar la palabra que más emplean los medios italianos. Un mensaje colgado en Facebook ha terminado de confirmar lo que los vecinos de la isla de Giglio ya dieron por sentado desde el primer momento. Fue una necedad del capitán. Las consecuencias dramáticas de una costumbre estúpida. A las 21,08 del viernes, Patrizia Tivoli, la hermana de Antonello, el jefe de comedor del Costa Concordia, envió un mensaje a sus amigos de Facebook: “Dentro de poco pasará cerca cerca la Concordia. Un saludo grande a mi hermano que en Savona finalmente desembarcará para tomar unas vacaciones”. Según la reconstrucción del fiscal que investiga el naufragio, el tal Antonello subió al puente de mando para recibir el regalo del capitán —pasar pegado a su isla—, e incluso llegó a preocuparse por la magnitud del obsequio. “¡Cuidado!”, llegó a exclamar, “que estamos demasiado cerca”. Unos minutos más tarde, a las 21,35, una ciudad flotante de 17 pisos y 4.200 personas a bordo encallaba con una zona de rocas bien conocida por los isleños, Le Scole.
Las redes sociales y los teléfonos móviles —prácticamente ya todos con cámaras incorporadas— han reducido al máximo el territorio de los secretos. El resultado es que la naviera, sin esperar siquiera al informe del fiscal, ya ha emitido sentencia: “Un grave error del capitán”. Schettino, de 52 años y 30 de experiencia, fue arrestado la mañana del sábado y acusado de “homicidio culposo múltiple, naufragio y abandono de la nave”. Su abogado dice que está muy afectado por las muertes, pero confortado a su vez por haber mantenido “la lucidez necesaria” para conducir la nave a una zona de poca profundidad y haber salvado “muchas vidas”. Son formas de verlo. Lo cierto es que los testimonios se amontonan en su contra. Ya circulan grabaciones donde se puede oír su voz dirigiéndose a los pasajeros, tranquilizándolos, atribuyendo el fuerte golpe, los apagones de luz, a “problemas técnicos que se subsanarán en breve”. Dicho lo cual, abandonó el barco…
Un buque que, la tarde del lunes, empezó a desprender lo que parece combustible. Los primeros en advertirlo fueron los pilotos de los helicópteros de salvamento adscritos a la capitanía de Livorno. Dieron la voz de alarma. Alrededor del Costa Concordia, los servicios de emergencia ambiental empezaron a desplegar una barrera de paneles para intentar frenar una posible marea negra. El ministro de Medio Ambiente, Corrano Clini, advirtió enseguida: “El riesgo ambiental para la isla de Giglio es altísimo. El objetivo es evitar que el carburante salga de la nave. Estamos trabajando en ello. La amenaza es real, porque 2.400 toneladas de carburante no son fáciles de gestionar”. El ministro añadió que el Consejo de Ministros declarará zona de emergencia el área afectada. No obstante, quiso curarse en salud: “Hemos sabido que empiezan a haber hilillos de material líquido: no sabemos si estos son de carburante —lo que querría decir que existe un problema en el depósito— o si se trata de otros líquidos que están presentes en la nave”.
Unas horas antes, Pier Luigi Foschi, el presidente de Costa Cruceros, compareció en Génova para admitir que aún no saben qué harán con el barco una vez que se concluya la búsqueda de los desaparecidos —que ayer tuvo que interrumpirse por el mal tiempo— y la extracción del combustible. Ninguna de las opciones que se barajan parecen fáciles. El caso es que la naviera ya ha perdido 93 millones de dólares en efectivo y muchos más en credibilidad. La bravata del capitán, seguida del pánico de 4.000 personas, han acertado en la línea de flotación de un negocio emergente. Como se atrevió a decir el mismísimo ministro de Medio Ambiente, “no se puede conducir un crucero como si fuera un vaporetto”.
Fuente: Elpais.com
Por: Pablo Ordaz.
Publicada: 16 de enero de 2012.