Siguiendo con el tema de desarrollo de capacidades para la inclusión (puedes leer los artículos anteriores aquí y aquí), recordemos que están agrupadas en cuatro características: humanas, sociales, técnicas y empresariales.
En cuanto a las capacidades técnicas, son quizás las que más recursos atrae por parte de los financiadores y actores interesados en promover el desarrollo. Se han destinado grandes cantidades de recursos económicos, públicos y privados para que los pequeños productores obtengan infraestructura, paquetes tecnológicos y asesoría que les permita incrementar su productividad. Prácticamente todos los llamados proyectos productivos cuentan con recursos para construir invernaderos, plantas de transformación, tractores, maquinaria especializada, sistemas de riego y una larga lista de etcéteras.
Evidentemente, el uso de estas herramientas representa un gran apoyo para aumentar el rendimiento de las actividades productivas. El problema viene cuando son consideradas como único elemento que contribuirá al desarrollo y/o cuando se otorga a la comunidad como un “regalo”, sin considerar ni el esfuerzo que toma adquirirlo, los conocimientos necesarios para utilizarlos apropiadamente, ni los gastos en los que se incurrirán para darle mantenimiento y garantizar su operación continua.
En este rubro entran también las acciones de capacitación, acompañamiento y asesoría, que muchas veces son externas y confrontan los saberes locales con el conocimiento teórico. No se trata de inclinar la balanza para un lado u otro, sino de construir los caminos para solucionar las necesidades sumando esfuerzos y valorando los diferentes puntos de vista. Además, conviene tomar en cuenta que el hecho de asistir a una capacitación no implica automáticamente que los conocimientos son asimilados, adquiridos y aplicados per se.
El aspecto técnico es fundamental para promover el desarrollo y la inclusión económica. Sin embargo, se debe ver como una parte de un todo, que se complementa con acciones que generan cambios intangibles a primera vista, pero que son más profundos para generar un impacto sostenible.
Por un lado, es importante considerar a los pequeños productores como actores resueltos, capaces de aprender, aportar y aplicar conocimientos para resolver una necesidad. Por el otro, debemos también tomar en cuenta las interacciones necesarias para que un producto de calidad tenga acceso al mercado. Ambos permitirán a los pequeños productores formar parte de cadenas de valor inclusivas en las que cada jueguen un rol cada vez con mayor protagonismo. Con ello, obtendrán beneficios económicos y sostenibles para ellos, sus familias y sus comunidades.
Iliana Molina
Iliana Molina es socióloga por la Sorbona de Paríss y cuenta con un Máster en Economía Social por la Universidad de Mondragón, en España. Cuenta con más de diez años de experiencia en desarrollo social e inclusión económica en los sectores público, social y académico. Actualmente es Directora para México de Minka-Dev, una plataforma virtual que funciona como un mercado de oportunidades de negocio con alto impacto social, económico y ambiental.