El dilema actual de la sustentabilidad es la inexistencia de un actor cuya razón de ser social sean los recursos naturales o los servicios ambientales, fundamento al menos de la sustentabilidad ambiental del desarrollo. Esto se vuelve aún más complejo al considerar que la propiedad es en teoría, pública y por lo tanto propiedad de nadie, así que “nadie” los cuida y así el colectivo (sociedad) piensa que son protegidos.
No cabe duda de que convivimos todavía con dos realidades contrapuestas. Todos los actores parecen concordar que la forma de vivir y consumir actual se ha agotado y es decididamente insustentable, no sólo económica y ambientalmente, sino principalmente en lo que se refiere a la justicia social. Por otro lado, no se adoptan las medidas indispensables para la transformación de las instituciones económicas y sociales que dan vida al estilo vigente. A lo más, se hace uso de la noción de sustentabilidad para introducir lo que equivaldría a una restricción ambiental en el proceso de acumulación, sin afrontar todavía los procesos político-institucionales que regulan la propiedad, acceso y uso de los recursos naturales y de los servicios ambientales. Tampoco se introducen acciones indispensables para cambiar los patrones de consumo en los países desarrollados, los cuales determinan la internacionalización del estilo. Y los países en vías de desarrollo (como México) copiamos los mismos patrones de consumo y desperdicio de otras naciones en lugar de proponer una nueva manera de convivir en el mundo. Carecemos de imaginación para consumir, ya que simplemente importamos los patrones de vida. Hasta el momento, lo que se ve son transformaciones sólo cosméticas, tendientes a “enverdecer” el estilo actual, sin propiciar los cambios a que se habían comprometido los gobiernos representados en la Cumbre de Río de Janeiro.
El desarrollo sustentable esté padeciendo de una patología común a cualquier transformación de la sociedad. Es decir, por detrás de tanta unanimidad yacen actores reales que comulgan con visiones bastante diferentes de sustentabilidad. Tomemos una ilustración, por lo demás muy cercana al corazón de los proponentes de la sustentabilidad: Bosques y selvas.
Esto permitiría entender, por ejemplo, por qué un empresario maderero puede discurrir sobre la necesidad de un “manejo sustentable” del bosque y estar refiriéndose preferentemente a la sustitución de la cobertura natural por especies homogéneas, o sea, para garantizar la “sustentabilidad” de las tasas de retorno de la inversión en extracción de madera, mientras el dirigente de una entidad conservacionista defiende medios para prohibir cualquier tipo de explotación económica y hasta de presencia humana en extensas áreas de bosque primario, y de esta manera, para garantizar la “sustentabilidad” de la biodiversidad natural. Todo lo anterior mientras el dirigente de esa comunidad está a favor de actividades de extracción vegetal del bosque como un medio para garantizar la “sustentabilidad” socioeconómica de su comunidad.
En resumen, el empresario puede fundamentar sus posiciones en favor del desarrollo sustentable del bosque como una despensa, el conservacionista como un laboratorio y el dirigente de la comunidad como un medio de subsistencia. Para tornar la situación aún más complicada, todas esas imágenes revelan lecturas y realidades más que legítimas respecto de lo que significa la sustentabilidad, pero, tales imágenes tampoco son estáticas y cambian con el tiempo, como lo comprueban las diversas alianzas intersectoriales para la producción y extracción sustentable de madera certificada, o bien las experiencias de actividades (extractivas, de ecoturismo y otras) en áreas protegidas.
Colaboración de Oficina Verde