El fin del hambre en la Tierra es un clásico entre los deseos, pero su lucha con las posibles soluciones está lejos de poder cumplirlo.
En la actualidad, 1.020 millones de personas pasan hambre a diario, según el informe realizado por la FAO en junio, una cifra nunca alcanzada anteriormente. Y va en aumento.
Sin embargo, la demanda de alimentos también sube cada año por el incremento de la población y por la mejora del nivel de vida en países en vías de desarrollo como China, India o en toda Iberoamérica.
Las predicciones de Naciones Unidas estipulan que en 2050 la población mundial llegará a los 9.000 millones de individuos y ha hecho un llamamiento para que se aumente la producción de alimentos hasta duplicar la cifra actual.
El problema de tal objetivo es que debe hacerse utilizando prácticamente la misma extensión de tierra con la que nos abastecemos hoy en día. Tales previsiones suscitan, al menos, dos preguntas básicas: ¿somos capaces de afrontar esta situación? Y si es así, ¿cómo vamos a lograrlo?
Jeff Simmons, presidente de Elanco Animal Health, una multinacional dedicada a la sanidad de los animales, ha elaborado un informe en el que se atreve a contestar a tales cuestiones con una visión positiva.
Asegura que para alcanzar la meta hay que encomendarse a la tecnología y los métodos modernos necesarios para aumentar la producción. Es decir, recurrir a los Organismos Modificados Genéticamente (OMG), también conocidos por productos transgénicos, un término cuyos detractores han convertido en peyorativo.
Detrás de los nombres y las siglas están las tácticas para modificar genéticamente los cultivos, dotándolos de unas características de las que carecían, para que puedan ser más provechosos de lo que son naturalmente. De esta forma, con el mismo espacio de terreno cultivable, la producción sería mayor.
Sea cual sea la solución, lo cierto es que la situación actual y futura es muy complicada. Más de la mitad de la población vive en países en los que está aumentando el poder adquisitivo de sus habitantes, por lo que la consecuencia natural es que ascienda también la demanda de alimentos hasta equipararse a la del primer mundo.
Sólo en China, el consumo de carne per cápita en 2030 será dos veces mayor que el registrado en 1997. Sin embargo, la respuesta no parece tan sencilla y, ni mucho menos, unánime.
Las principales organizaciones ecologistas no comparten ni el punto de vista ni las buenas intenciones de Simmons. Greenpeace, Ecologistas en Acción, Amigos de la Tierra y COAG se han unido para elaborar un manifiesto común en contra del uso de transgénicos por los “graves peligros” que suponen “para la biodiversidad y para la salud”.
Ciencia y ecología
Para Juan Felipe Carrasco, responsable de transgénicos en Greenpeace España, el aumento de la producción alimentaria a través de los organismos modificados genéticamente es una excusa. Asegura que, aun en el caso de que la producción aumentara, las consecuencias a largo plazo serían perjudiciales por la contaminación que provoca esta industria.
El catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de las Islas Baleares Andreu Palou concluye que esta visión es meramente ideológica y que no es sostenible desde el punto de vista científico.
La opinión de Palou coincide con la posición que mantiene actualmente el Ministerio de Medio Ambiente, donde afirman que “no existe ningún estudio científico que demuestre que estos alimentos sean perjudiciales para la salud”.
Sin embargo, estas manifestaciones quedan en entredicho cuando Carrasco denuncia el poder de los grupos de presión inaceptable en un “Gobierno que se presenta a la población como socialista y progresista”.
Para el experto de Greenpeace, el hambre no se combate con más producción, sino que pasa por “una mayor justicia en el reparto de la tierra para fomentar el cultivo antes que el mercado, a través de un sistema productivo ecológico que no dependa del petróleo”.