Cuando trabajé en la Fundación APAC, me maravilló la actitud de alegría que veía siempre en los padres y en los niños con parálisis cerebral. Ahí encontré las sonrisas más transparentes que he visto en mi vida.
Seres con escasos recursos económicos y grandes problemas de todo tipo tenían contentamiento, estaban conformes y agradecidos con la vida. «¿Qué agradecen?», me preguntaba al principio, totalmente pasmada.
Poco a poco me di cuenta de que se sentían agradecidos por todo: por estar vivos, porque había comida en la mesa, porque podían convivir con otras personas y se sentían comprendidos; por los pequeños avances que lograban de vez en cuando; por lo soleado del día, porque realizaban alguna manualidad. Cualquier cosa era motivo para su felicidad.
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