Montones de ideas sueños y esperanzas viven en las mentes de millones de jóvenes que, repartidos en diferentes países, comparten la responsabilidad de tomar el mundo en sus manos y construir una realidad mejor para las próximas generaciones. Estos etéreos proyectos comenzaron a formarse en la cabeza de Liz Powers cuando era una chica de apenas 18 años de edad en Boston, Estados Unidos.
En un esfuerzo por generar un impacto positivo en su comunidad, Liz se inscribió como voluntaria en refugios para personas sin hogar mientras estudiaba su primer año en Harvard, por lo que asistía a colaborar sirviendo el desayuno antes de ir directamente a sus clases universitarias.
Posteriormente consiguió una beca de su universidad para crear grupos de arte en los refugios con los que colaboraba e impulsó la terapia artística como una forma de expresión sana no sólo para las personas sin hogar, sino también para quienes viven con una discapacidad.
Impresionada por el talento que descubrió entre las personas sin hogar y frustrada por la gran cantidad de obras de arte a las que se les daba vida únicamente para luego ser olvidadas en armarios y sótanos de los refugios, Liz se dio a la tarea no sólo de mostrar esas creaciones al mundo, sino de utilizarlas para beneficio de sus creadores.
Así fue como al darse cuenta de que el arte podía ser un camino a la transformación y la estabilidad financiera de muchos artistas por descubrir en su país, la joven se comprometió con esta causa y en noviembre de 2013 se unió a su hermano Spencer y cuatro artistas de su comunidad para fundar ArtLifting, una empresa social dedicada a comercializar las obras de los grandes artistas que todavía caminan por las calles norteamericanas sin un hogar.
Pronto, las obras de estos cuatro artistas les habían hecho ganar algunos miles de dólares y entrevistas para varios medios de comunicación. Hoy la lista de artistas que colaboran con la compañía ha crecido a 72, y sus obras han sido vendidas a numerosos coleccionistas; incluso empresas como Microsoft y Staples han adquirido este trabajo para albergarlo en sus sedes corporativas.
En una entrevista con el portal Insider, Liz subrayó que ArtLifting no es una organización sin fines de lucro, sino un negocio que ofrece oportunidades y aclaró que la compañía está muy orgullosa de haber logrado un modelo lucrativo.
Dentro del mercado artístico, los artistas reciben generalmente un promedio del 50% de las ventas de sus obras; ArtLifting ofrece a sus colaboradores un 55% y destina además el 1% a la donación de materiales para los refugios que promueven estas actividades.
Ruben es una de las personas que se ha beneficiado de las actividades de ArtLifting. A sus 30 años de edad la adicción al alcohol y las drogas lo llevó por un camino difícil y terminó sin hogar; pasó dos años viviendo en un refugio de la ciudad de Nueva York y en 2008 llegó a rehabilitación en el Hospital Bellevue, donde se encontró por primera vez con un lienzo en blanco y descubrió un increíble talento de la mano de su terapeuta de arte.
Pronto comenzó a colaborar con Fresh Art, una organización no lucrativa que organiza exposiciones de arte producido por personas de grupos desfavorecidos. En 2013, Ruben fue reclutado por ArtLifting y su trabajo pasó de ser visto a ser vendido.
Hoy él es uno de cuatro artistas que comparten un estudio largo y estrecho, sigue sobrio y vive en un departamento de un solo dormitorio en el Bronx. «Quiero vender tanto arte como pueda para obtener mi licencia de conducir de nuevo y volver a lo que era», contó a Insider. Rubén solía ser conductor de camión y asegura que aunque el arte es como medicina para él, le gustaría un día volver a conducir de tiempo completo.