Conforme el conocimiento fue creando nuevas opciones de uso energético, las sociedades crecieron y se desarrollaron. El empleo de la madera como combustible dominó hasta el siglo XVII y, después, fue sustituido por el carbón, de mayor contenido calorífico.
La incorporación del carbón detonó la Revolución Industrial, transformó el transporte y la metalurgia y a fines del siglo XIX se produjo por primera vez la electricidad. En el siglo XX fue el petróleo el motor del desarrollo. Petróleo, carbón y gas natural proveen cerca de 87% de la energía que consume la humanidad; el 13% restante proviene de otras fuentes de energía como el agua, el viento, el sol, el uranio, el calor de la tierra y la biomasa.
La forma de producción y consumo de energía ha provocado, entre otros, dos graves problemas. Por un lado, el sector energético es el principal generador de gases de efecto invernadero (GEI) que están calentando al planeta (aporta 61% del total de las emisiones globales), debido principalmente a la quema de combustibles fósiles para el transporte y para la generación de electricidad. Por otro lado, la asimetría en el acceso a la energía es muy pronunciada entre individuos, grupos sociales y naciones. Se estima que mil 400 millones de habitantes en el mundo no tienen acceso a la electricidad y que 2 mil 700 millones dependen de la leña para la cocción de sus alimentos, lo que equivale a 20% y casi 40% de la población mundial respectivamente.
Los países en desarrollo, así como los sectores de la sociedad que aún no alcanzan una calidad de vida satisfactoria, incrementarán el consumo de energía. Sin embargo, es insostenible que la demanda energética mantenga las mismas tendencias de crecimiento que en el presente y que copie los modelos de los países desarrollados. La cuestión no es de falta de energía en el planeta -por ejemplo la energía solar, además de ser la más limpia, es inagotable-, sino que la energía debe ser accesible, limpia y segura y en la actualidad no lo es.
Satisfacer los tres objetivos básicos: seguridad, compatibilidad económica y ambiental parecería una empresa casi imposible. La fórmula está llena de contradicciones, por ejemplo, la fuente energética más barata es el carbón, pero a su vez es la que provoca el mayor impacto al ambiente y a la salud pública; en contraste, la energía solar es limpia e ilimitada pero es la más cara; la biomasa utilizada para combustible, si bien es renovable, elimina los ecosistemas naturales y compite con el uso de la tierra para la producción de alimentos.
¿Cuáles son las fuentes energéticas y las tecnologías más adecuadas? ¿Cómo lograr el acceso equitativo a energía limpia? ¿Qué cantidad de GEI generan las distintas opciones? ¿Cuáles son las inversiones requeridas para disponer de ellas? ¿Qué instrumentos permiten eliminar las asimetrías para su acceso?
Aunque se trata de un problema de origen local, sus repercusiones pertenecen al ámbito global. Por ello, es indispensable lograr acuerdos multilaterales que den la pauta para la construcción de políticas nacionales y que compatibilicen los objetivos que parecen antagónicos: reducir la pobreza y disminuir la generación de GEI. No existen soluciones homogéneas; cada país tiene sus propias necesidades y condiciones, así como diferencias regionales y entre sectores de la sociedad. No pueden aplicarse las mismas medidas en áreas rurales que en ciudades, ni tampoco son iguales las dirigidas a las clases de mayores ingresos, altamente consumidoras de energía, que a las de los grupos marginados.
México requiere una política energética que incorpore cambios radicales en los sistemas de generación y uso eficiente de energía y del transporte. Éstos no son cambios de fácil adopción para las sociedades: quienes cuentan con altos niveles de confort tendrán que reducir su nivel de consumo; quienes se encuentran por debajo de los estándares de una vida digna tienen derecho al acceso a energía limpia; por su parte, políticos y líderes sociales deberán encarar una posición frente a la política energética.
De igual forma son imprescindibles cambios radicales en la política económica para desacoplar el crecimiento económico del consumo de energía, para internalizar los costos ambientales y sociales de la producción de energía y para eliminar la dependencia del petróleo transitando rápidamente hacia la energía renovable (como solar o eólica). En un inicio será indispensable subsidiar la energía más limpia debido a su alto costo actual; después, la masificación de su uso se encargará de abaratarla. Asimismo, se necesita promover la innovación y creatividad de nuevas tecnologías de energías renovables, a la velocidad requerida, para lograr los cambios a tiempo, reduciendo las probabilidades de los desastres ambientales con sus consecuentes enormes costos sociales y económicos.
En el país estamos en un momento oportuno para debatir y construir las políticas nacionales. No dejemos pasar la coyuntura; no habrá futuro sin política energética sustentable.
Fuente: Reforma.com
Por: Julia Carabias
Publicada: 17 de septiembre de 2011.