El accidente de la central de Chernóbil, Ucrania, el 26 de abril de 1986, es considerado una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia. A 25 años del suceso, muchos científicos y políticos intentan combatir la mala fama de la energía nuclear presentándola como la mejor alternativa energética cuando se agoten los combustibles fósiles. Pero los recientes acontecimientos en Japón ponen sus peligros otra vez en la mira.
La energía nuclear sólo puede ser liberada de dos formas: con la fisión nuclear, que es la que actualmente tienen los reactores nucleares de todo el mundo —y que surge de la división de núcleos atómicos de elementos radioactivos y pesados como el uranio— y la fusión nuclear, que une los núcleos de hidrogeno para formar helio. Este último proceso solo sucede en el Sol y las estrellas, y, hasta ahora, no ha sido posible producirlo artificialmente porque no se cuenta con la tecnología que permita manejar las altas temperaturas y presiones que involucra.
Hoy, la ciencia cuenta con posibilidades de producir energía nuclear de manera barata, a pesar de la fuerte inversión inicial que significa la construcción de plantas. Además de ser una opción para sustituir a los hidrocarburos, este tipo de energía puede usarse en la medicina, y en la conservación y esterilización de alimentos a través de la radiación.
Los datos verdes
Es cierto, la energía nuclear produce una muy baja contaminación atmosférica de manera directa (es decir, durante su generación) y provee una mayor cantidad de energía eléctrica. Basta considerar lo siguiente: un kilowatio por hora con energía nuclear no produce CO2. La energía eólica, en cambio, genera entre 5 y 10 gramos; los biocombustibles, entre 10 y 20; el hidrógeno hasta 60 gramos; la solar entre 30 y 60 gramos, el gas natural entre 120 y 180 gramos; el petróleo entre 220 y 245 gramos y el carbón entre 260 y 355 gramos.
Lo anterior la coloca como la mejor opción para garantizar los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero en el corto plazo. Sin embargo, no es perfecta: el principal costo ambiental de este tipo de energía son los residuos que genera.
Durante su funcionamiento, las centrales nucleares liberan cantidades pequeñas de residuos radiactivos en el agua y la atmósfera cuyos efectos sobre el medio ambiente no han sido estudiados a largo plaza.
Par otro lado, está la producción de desechos radioactivos. La mayor cantidad de ellos provienen de las etapas por las que pasa el combustible nuclear, generalmente uranio, para producir energía eléctrica, y del desmantelamiento de las centrales. El resto está representado por los isotopos radiactivos usados en la investigación, la medicina y la industria. Hasta ahora, la única alternativa que se tiene para manejarlos es el almacenamiento. Este es peligroso porque los desechos conservan su carácter tóxico de 700 a 1 millón de años. Otros problemas a considerar son la posibilidad de un accidente nuclear que libere enormes cantidades de radiación al medio ambiente, el uso de material radioactivo por parte de organizaciones terroristas o las catástrofes naturales que las afecten (coma la que ocurrió recientemente en Japón).
El caso Fukushima
El 11 de marzo pasado un sismo de 9 grados Richter seguido de un tsunami devastó gran parte de la costa noroeste de Japón. Además de los problemas habituales en este tipo de eventos, dos días después llegaría otro accidente: la posibilidad de un desastre nuclear.
Una de las 55 centrales nucleares que operan en Japón, Fukushima Daiichi, enfrenta el sobrecalentamiento de sus seis reactores, al quedar inoperantes sus sistemas de enfriamiento por la falta de energía eléctrica en la zona. El aumento de temperatura podría producir una fusión nuclear, la cual provocaría una fuga importante de radioactividad que afectaría a los habitantes de las zonas aledañas y al medio ambiente.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) señaló que a pesar de los progresos, la situación de la planta continua siendo grave. Lo más preocupante es que TEPCO (Tokyo Electric Power Company), la empresa encargada de la administración de la central nuclear, admitía fallas por negligencia, al no cumplir con todas las normas de seguridad.
El nivel de alarma en la Escala Internacional de Eventos Nucleares —que va del o al 7— se elevo de 4 a 5 luego de una semana. La escala define el nivel 4 como un «accidente de consecuencias locales», y el 5 como un «accidente de consecuencias amplias». Tanto la Autoridad de Seguridad Nuclear francesa (ASN) como el Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional (ISIS), con sede en Estados Unidos, señalaron en ese momento que el accidente estaba en el nivel 6, es decir, un «accidente serio».
Hasta el cierre de este número, la fuga radioactiva se manifestaba a través de la presencia de algunos radioisótopos en espinacas, agua y leche proveniente de las regiones cercanas a la planta nuclear; así como en el agua en la ciudad de Tokio, aunque no en niveles que pongan en riesgo la salud humana. Asimismo, autoridades japonesas reconocieron que la zona marítima cercana a la planta presentaba contaminación radioactiva.
Por otro lado, la dispersión de la radioactividad hacia otras regiones del mundo dependerá de muchos factores: la magnitud de la fuga, la dirección del viento y la vida media de los elementos radiactivos, entre otros. Los primeros elementos compatibles con los que se hallan en Fukushima se han detectado en Sacramento, California, EU. Entre ellos están el yodo 131, yodo 132, telurio 132 y cesio 137. Las cantidades encontradas son bajas y por ahora no representan un riesgo para la salud de la población.
Si el núcleo del reactor se fusiona la materia radioactiva traspasará los mantos de acero y las capas de hormigón de las estructuras que la contienen, un proceso que puede durar semanas, pero que permitirá que la radioactividad llegue al suelo. Además, se formaría una nube radioactiva que podría desplazarse a la ciudad de Tokio, habitada por 36 millones de personas.
Aunque no es posible afirmar que sucederá en los próximos días, para que la energía nuclear se convierta en la mejor alternativa a los combustibles fósiles es necesario desarrollar un protocolo de seguridad que considere cómo resolver situaciones incluso en el peor de los escenarios.
Por otra parte, la energía nuclear podría ser una solución a largo plazo viable, si al mismo tiempo que se trabaja en la construcción de centrales, se desarrollan investigaciones serias que garanticen la reducción de los residuos que generan, se presentan informes transparentes acerca de su manejo y se obtienen marcos jurídicos, tecnológicos y científicos que respalden una producción responsable.
Fuente: Equilibrio, p. 6-8.
Reportero: Diana Dávalos.
Publicada: abril 2011, número 32.