En los contextos actuales, en los que la aceleración, el ruido y la presión ya forman parte de los ecosistemas organizativos resulta ya no sólo chocante, sino directamente perturbador preguntar si las tradiciones de sabiduría, elaboradas y afinadas trabajosamente por la humanidad a lo largo de su historia, pueden aportar algo. Hoy ya no es suficiente pregonar que estamos (¿estamos?) en la sociedad del conocimiento.
Lo que convendría es explorar qué tipo de conocimiento reconocemos como tal y qué tipo de conocimiento excluimos de nuestra consideración y dejamos fuera de nuestro campo de atención. Y, puestos a hablar de conocimiento, cabe preguntarse por el que nos aportan las diversas tradiciones de sabiduría. Desde mi limitada experiencia, a esta pregunta, desde los ámbitos empresariales, se le dan fundamentalmente dos tipos de respuesta: la instrumentalización y el desprecio.
Ya hace unos cuantos años que la incorporación de prácticas y maneras de proceder de tradiciones que nosotros catalogamos como «orientales» es una tendencia en aumento. Muchas personas encuentran en ellas un camino hacia un mayor equilibrio, una mayor concentración, una mayor atención ante su realidad. Incluso un mayor bienestar. Una entrevista reciente, una más entre las que se van prodigando y repitiendo, lo repetía y lo confirmaba. Van goteando continuamente las informaciones de que personas con responsabilidades de alto nivel y mucho poder en sus manos confiesan haber alcanzado, gracias a estas «técnicas» (sic) mayor equilibrio, concentración y capacidad de decisión… aunque, cuando leo estas confesiones en boca de según quien o referidas a determinados personajes, nunca alcanzo a aclarar si se trata de una descripción o de una amenaza.
Pero hay una cuestión que aparece poco, cuando se hace la apología de «lo oriental» (y no digamos ya de «lo espiritual») en el trabajo. Y esta cuestión queda perfectamente reflejada en la entrevista a la que me refería. En ella se afirmaba que «practicar yoga aporta energía, equilibrio anímico, lucidez y sosiego». Estupendo; nada que decir, al contrario: todo lo que sea aportar energía, equilibrio anímico, lucidez y sosiego me parece deseable y conveniente. Mis interrogantes se suscitan más adelante. Sigo con la entrevista. «En las empresas hay tensiones, estrés, una competencia salvaje. Muchos ejecutivos padecen trastornos del aparato locomotor, tienen contracturas, duermen mal, están alterados y no saben parar. […] En una época de inestabilidad económica como la actual, donde la competitividad es alta y las exigencias dentro de la empresa son mayores, el estrés pasa a ser un mal consejero para el trabajador. Por eso, el yoga se convierte en una alternativa para mejorar la productividad y enfrentarse con mayor ánimo a los desafíos». Acabáramos: de lo que se trata, al final, es de mejorar la productividad. ¿Cuál es la frontera entre la profundización personal y la instrumentalización empresarial?
No me corresponde a mi dar una respuesta a esta pregunta, entre otras razones porque me parece imposible generalizar. Pero creo que es importante insistir en la pregunta. Si el ritmo y las condiciones de vida son los arriba descritos, ¿se trata simplemente de integrarse mejor en ellos? ¿Eso es todo? Cuando lo que constatamos es «tensiones, estrés y competencia salvaje», ¿tiene sentido que reduzcamos el foco a mejorar la capacidad personal para afrontarlos? Se puede objetar, con razón, que un aumento de la ecuanimidad personal y de la lucidez ya conlleva una modificación del entorno. No lo pongo en duda, pero si hablo de instrumentalización es precisamente porque de esto no se suele hablar nunca en este contexto. Se busca una solución personal a un problema vital, pero los datos y las causas organizativos del problema se dan por inamovibles. Ni un atisbo, ni un apunte ante la posibilidad de cuestionar ciertas dinámicas organizativas y de confrontarse con ellas: simplemente, mejor integración, mayor productividad… con menos costes personales, eso sí.
Nada que oponer a la obtención de un cierto bienestar personal, por supuesto. Pero, ante la persistencia recurrente de organizaciones y sistemas tóxicos, me pregunto si a todo lo que podemos aspirar es a obtener recursos y capacidades personales para no vernos afectados por la toxicidad.
En cualquier caso, presentar a las tradiciones de sabiduría única y exclusivamente como un medio para no quedar intoxicado en un ecosistema organizativo de toxicidad creciente me parece una instrumentalización lamentable.
(Sobre el desprecio al que me refería al inicio hablaré próximamente).
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Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web (www.josepmlozano.cat) mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad