Llevamos ya algunos años debatiendo sobre la RSC o la RSE en los más diversos círculos; discutimos sobre sus contenidos, posibilidades y ámbitos de aplicación tanto en la empresa como en el conjunto de las instituciones y organizaciones sociales. Y, sin embargo, pese a esos años siguen los equívocos y la falta de claridad.
Parece cierto que algunas empresas, las menos, utilizan la RSC con transparencia y honestidad y otras, las más, utilizan la RSC como una buena herramienta de marketing a la hora de consolidar su imagen de marca y limpiar de equívocos sus valores de identidad corporativa; y todo ello en la difícil búsqueda de una buena reputación social.
A su vez, también parece cierto que las instituciones públicas y otras organizaciones sociales se están viendo obligadas a asumir nuevos compromisos respecto a lo que significa ser socialmente responsable, aunque es verdad que todavía lo hacen de un modo muy errático y desacompasado. Pese a todo, esta cuestión sigue sin tocar fondo y sigue sin reconocerse el alcance que exige en la vida social y empresarial. Por eso se siguen multiplicando los conceptos y definiciones y hablar de estos temas genera encontradas interpretaciones y equívocos.
Decía que en esto de la Responsabilidad Social no se toca fondo, quizá porque no se quiera o quizá porque no tenemos la madurez política y social suficiente para hacerlo; pero si no se hace, la RSC se puede quedar en nada, es decir, en una buena herramienta de marketing y punto; es decir la RSC puede ser la nada con sifón, poco más que un bello envoltorio.
A mi modo de ver, el verdadero problema es que la cuestión de la Responsabilidad Social aplicada a la empresa exige un radical cambio de paradigma en lo que debe significar realmente una compañía como organización económica. Nadie pone en duda la inexcusable rentabilidad y viabilidad económica que debe tener una empresa, pero el nuevo paradigma de la RS añade nuevas obligaciones y objetivos, que convierten a la empresa en una organización que debe ir más allá de la cuenta de resultados y el consejo de administración.
Dicho de otro modo, no cabe ya entender la empresa bajo el ámbito de la llamada “teoría de la agencia” (por ej. Ross, S. A., 1973) porque efectivamente la teoría de la agencia comprende la empresa desde el exclusivo interés individual donde el criterio primordial de actuación se centra en la maximización de la utilidad y el valor para el accionista.
Como dicen los expertos, su unidad básica de análisis es el sujeto individual desprovisto de cualquier dimensión social Y ya se sabe que el individuo observado aisladamente busca por encima de todo su propia utilidad y la satisfacción de sus propios deseos. Entendida la empresa desde esa base supone comprender su proyecto económico desde sus exclusivos intereses particulares, fuera de cualquier imperativo moral más allá de las propias convicciones personales o exigencias legales. Con ello actuar moralmente sería razonable sólo si se presentase un incentivo económico en términos de utilidad y de placer mayor que su contrario (J. Fontrodona & A. J. Sison 2008)
Todo el desarrollo del modelo de los stakeholders o aquellos otros donde se hace especial hincapié en el fundamento moral del empresario no tienen sentido ni finalidad sino se cambia el fondo y la perspectiva; y este fondo y perspectiva se refiere a que la RS exige cambiar el paradigma de la empresa tradicional.
Estas suposiciones de individualismo, utilitarismo y contractualismo respecto a los agentes producen un gran número de consecuencias cuando la teoría de la agencia se aplica a las empresas que es lo que habitualmente sucede: Influyen drásticamente en la comprensión de la propiedad y de la empresa, así como en la derivada filosofía empresarial (ibid.).
Si no se toma el toro por los cuernos, con la Responsabilidad Social puede suceder como con otras nociones y vocablos: que se diluyen en la nada, en el vacío de la imprecisión, incluso del cinismo. Vienen al caso unas recientes reflexiones de José Jiménez Lozano que acabo de leer sobre la tolerancia, en el sentido de que en nuestra época la tolerancia ha arruinado la verdadera y antigua tolerancia, sustituyendo el “vivir con” por el vivir “junto a” y haciendo de la tolerancia, añado yo, un concepto políticamente correcto y poco más. Y así con otros muchos conceptos que están perdiendo su verdadero sentido y auténtico significado.
La Responsabilidad Social parece haberse convertido en una etiqueta que muchos utilizan pero que pocos afinan y aplican en lo que significa realmente el compromiso ético que debe existir en la vida, convirtiendo la práctica empresarial hacia fuera en pura y dura estrategia de comunicación.
Y como nuevo ejemplo de estas palabras recuerdo la presentación de una reciente publicación sobre Responsabilidad Social, donde parecía que las empresas eran las únicas destinatarias del nuevo compromiso, quedando al margen otras instituciones y organizaciones. Y es que resulta cuando menos chocante que algunas organizaciones, políticas y de otro índole, se consideren al margen de lo que exige una gestión responsable cuando llegan a ser los culpables más directos de la actual crisis de legitimación institucional que sufre nuestro país. Pero dejo este tema para otra ocasión.