Por: Emilio Guerra Díaz
Lo que haga sin esfuerzo y con presteza, durar no puede, ni tener belleza.
Plutarco
Para Martha Guerra Díaz, con todo mi amor
Expok me invitó para trabajar en este espacio al cual intitulé ImpulsaRSE, por aquello de que en México es imprescindible alentar la responsabilidad social de las corporaciones, pero también la ciudadana y el objetivo de este espacio es mostrar, exponer y compartir casos de éxito donde empresas y organizaciones civiles suman esfuerzos para el bien común. Miramos desde la perspectiva de las organizaciones de la sociedad civil hacia las empresas.
Nos interesa contribuir al entendimiento empresarial sobre los aportes de las instituciones filantrópicas y la conveniencia de trabajar en equipo. Las empresas son duchas para crear riqueza; las instituciones filantrópicas profesionales son diestras en cambiar vidas al impulsar que la gente se esfuerce, emprenda acciones para salir adelante facilitándole los medios.
Impulsar como verbo significa impeler, es decir, dar impulso para producir movimiento, pero también refiere a los conceptos incitar, estimular. En sus entrañas esta definición implica otro concepto más: esfuerzo. Al consultar a la Real Academia de la Lengua Española para conocer significados de esfuerzo se anota: “empleo energético de la fuerza física contra algún impulso o resistencia” y “conseguir algo venciendo dificultades”.
Me gusta pensar que las empresas y las instituciones filantrópicas son muy semejantes en su esencia pero, obviamente, distintas en sus fines. Precisamente donde obra su similitud radica en el concepto esfuerzo y emprendimiento. Muchas personas que trabajan en el sector social a menudo se quejan y lamentan de que no hay cultura filantrópica y que su trabajo es harto difícil (sólo se perciben entonces las adversidades).
No identifican la similitud en la naturaleza de su origen con las corporaciones. Es decir, ambas organizaciones nacen del deseo de emprender, el deseo de cambiar las cosas para generar riqueza. Las instituciones exitosas (de un lado o del otro) asumen que el esfuerzo es cotidiano, y por lo tanto, todo está por construirse. Otras tantas organizaciones solidarias sólo ven las dificultades inherentes a lo que eligieron hacer.
De la definición de esfuerzo expresada supra, podemos aplicar que como tareas cotidianas de una organización filantrópica se demanda que cada una de ellas asuma o impulse acciones en dos terrenos para vencer sus retos. Por un lado, las que marcan su objeto social, su misión.
Por otro, considerar que el esfuerzo colectivo deberá trabajar “para poner la mesa” y entonces, crear y estimular una cultura filantrópica en el país, es decir, enseñar a la gente a dar; incitar la participación social con imaginación en forma propositiva y conciliadora bajo el espíritu de la tolerancia y aceptación de la diversidad; mostrar soluciones ante los problemas en los que muchos no vislumbran solución y de ahí su desánimo; construir un mejor futuro a partir del trabajo y del esfuerzo basado en una acción conjunta, de equipo; convocar talentos ciudadanos y hacer que cada persona se sienta útil dando y compartiendo lo que es; administrar los bienes recibidos con honestidad, buscando su mayor rendimiento e impacto social.
Mucho se ha dicho que las instituciones filantrópicas son “empresas sociales”, desde cierta perspectiva esto es cierto, pero la base fundamental radica en la actividad económica que genera, que impulsa: una generación de bienes que nos pertenecen y satisfacen necesidades sociales para una vida digna para todos. Una administración empresarial donde el remanente se invierte para generar mayores recursos para combatir, por ejemplo, la pobreza y la exclusión.
Por lo anterior y con base a las similitudes entre empresas lucrativas y organizaciones filantrópicas se advierte un valor social adicional de las segundas, son medios para impulsar, valorar y apreciar la importancia de esforzarse desde el trabajo comunitario. Cuando hagamos del esfuerzo un hábito, desterraremos la fe que como mexicanos hemos depositado sólo en el “echarle muchas ganas” para lograr lo que nos propongamos.
Emilio Guerra Díaz
Sociólogo, articulista en diversos medios impresos desde 1988. Ha colaborado en el sector filantrópico por más de 20 años. Es Voluntario desde 1989. Autor del libro “La política de planificación familiar del estado mexicano”, UAM-Xochimilco, 1991. Consultor en Desarrollo Institucional para OSC. Fue subdirector de la Fundación Cultural Bancomer y Director de Información y Servicios del Cemefi. Actualmente es Gerente de la Fundación ADO.