Todo comienzo de siglo inicia con un marcado optimismo acerca del futuro del ser humano, y el medio ambiente no está lejos de esta confianza, aunque matizado por diversos problemas regionales (cambio climático, degradación de suelos, deforestación, escasez del agua, etc.).
Las Naciones Unidas convocaron en el año 2000 a los jefes de estado para comprometerlos con un objetivo para el 2015, que se sintetiza en “Garantizar la sustentabilidad del medio ambiente” que a su vez incluye tres puntos: Uno. Incorporar los principios de desarrollo sustentable en las políticas y los programas nacionales. Dos. Reducir a la mitad el porcentaje de personas que carecen de acceso al agua potable. Tres. Mejorar considerablemente la vida de los habitantes de zonas rurales.
Enfocándonos a nuestra realidad mexicana, el reto del desarrollo sustentable es muy importante para todos como para dejarlo solo en manos de políticos, así que al interior de la empresa se pueden implementar muchas acciones, y de esta manera permitir que la ciudadanía corporativa también contribuya de manera decisiva para encaminar nuestro crecimiento económico hacia un desarrollo sustentable.
Durante las últimas décadas hemos visto que el agente social responsable, en mayor parte, del crecimiento económico ha sido la empresa, por esta razón la sociedad civil ha comenzado a ejercer presión para que se mejore su comportamiento ambiental.
Estas tendencias mundiales y nacionales han llevado a que las organizaciones (manufactura, comercio y servicio) poco a poco se ocupen no sólo por un grupo de interés (accionistas), sino también por los intereses de los grupos que giran alrededor de ella (empleados, proveedores, comunidad, etc.). Se comienza a percibir en las organizaciones un cambio de enfoque en donde al definir misión, visión y estrategia empresarial, las empresas empiezan a incorporar elementos con base en los cuales se comprometen a velar los intereses de accionistas, empleados, proveedores, clientes y la comunidad a la que pertenecen, por lo que podemos englobar a la sociedad como un todo.
Las organizaciones han buscado realizar sus procesos dentro de estándares de calidad y protección al ambiente y han impulsado la mejora en el quehacer de la empresa para que su impacto en el mismo sea cada vez menor, de cualquier forma, el impacto ambiental es importante y resulta en una realidad empresarial compleja. En algunas organizaciones el reto ambiental ha sido desestimado y la forma en que se ha abordado la solución ha sido muy dispar. Un análisis de las soluciones que se han dado por parte de las empresas se enfocan en dos orientaciones de gestión ambiental: las reactivas y las proactivas.
Las primeras (reactivas) se ocupan única y exclusivamente a cumplir al mínimo las leyes y reglamentos federales, municipales y estatales, conociendo de antemano que su impacto es agresivo con el ambiente, y que lo pueden minimizar pero esto les costaría caro y por lo tanto en la mirada de los tomadores de decisión se sigue pensando que el medio ambiente es “tomar dinero bueno para aventarlo al malo” así que su compromiso no va más allá de cumplir lo requerido por el gobierno. Lo cual da como resultado que tengan soluciones sencillas e inversión en tecnologías de control.
Las segundas (proactivas) incorporan en su actividad diaria procesos de planeación ambiental, en donde labora gente dedicada a esto y todo se lleva en un sistema de control y mejora ambiental. Esto poco a poco se dio en los países desarrollados y México va caminando hacia esto, gracias a la visión de empresarios que saben que “son administradores temporales de la riqueza” y que esta riqueza también se entiende como medio ambiente y bienestar para esta y las futuras generaciones.
Colaboración: Oficina Verde