Considerado una de las mentes más brillantes en la historia de la humanidad y reconocido por sus grandes aportaciones a la ciencia, la física y la tecnología, Albert Einstein es quizá una de las figuras más emblemáticas del conocimiento no sólo en términos científicos, sino humanos. Su nombre, sin duda alguna, ha llegado a ser sinónimo de inteligencia y aprendizaje contante, mientras que su trascendente trabajo ha inspirado a decenas de científicos, historiadores y personas de todo el mundo durante generaciones.
Una de las contribuciones más valiosas del reconocido científico a la humanidad fue su teoría de la relatividad, publicada en 1915, misma que forma parte de la trayectoria que lo llevaría a ganar el Premio Nobel en 1921 y que más tarde constituiría un elemento fundamental de un alto porcentaje de los avances científicos que aún vemos en la actualidad.
Pero sumado a su importante legado científico, ¿qué tiene este personaje que enseñarnos sobre ética profesional?
Cuando Einstein murió en el Hospital de Princeton en 1955 ya habían pasado 40 años desde la publicación de su más grande aportación a la ciencia, pero su trabajo no estaba terminado, por lo que continuó con su labor durante todo ese tiempo y hasta el final de sus días.
Durante años, el científico luchó con un aneurisma aórtico abdominal, una dolorosa condición cuya ruptura lo llevaría a su fallecimiento y que siete años antes, en 1948 lo había conducido a una importante cirugía. Fue entonces cuando, de acuerdo con información publicada en la revista Entrepreneur, el médico familiarizado con su caso escribió sobre el terrible dolor en la parte superior del abdomen que su paciente sufría como consecuencia del aneurisma y que por lo general se prolongaba durante dos o tres días; estos episodios aparecían con una frecuencia de entre tres y cuatro meses.
El día de su fallecimiento en el mes de abril, Einstein se encontraba estructurando un discurso que tenía previsto dar en la televisión israelí, una labor que continuó en el hospital y que por desgracia no llegó a finalizar.
De esta forma, a pesar del éxito alcanzado en su profesión, este ícono de la ciencia se aseguró de exprimir hasta la última gota de grandeza y sabiduría de si mismo para dejarla en el mundo y no se conformó con lo que ya había alcanzado aún de frente a la muerte.
Trata de no convertirte en un hombre de éxito, mejor conviértete en un hombre de valor.” – Albert Einstein
El compromiso de Einstein con la búsqueda del conocimiento y con generar un importante legado para la humanidad que trascendiera aún el ciclo de su propia vida permaneció con él hasta sus últimos minutos permitiéndole compartir mucho más que ciencia y ofrecer al mundo una lección sobre la permanencia de los valores y el carácter irrenunciable de las misiones que adoptamos tanto a nivel individual como colectivo.
Probablemente Einstein no pudo predecir la relevancia de su trabajo o sus acciones sobre el crecimiento tecnológico de la humanidad o la inspiración que su historia lograría generar varias generaciones de seres humanos en el futuro, pero ¿quién puede realmente predecir el valor que su trabajo proporcionará al mundo? Lo único que podemos hacer es realizarlo lo mejor posible todos los días, entregarnos por completo. Nuestra labor no es juzgar nuestro legado, sino crearlo todos los días.