Un grupo de operarios iniciará hoy las operaciones de bombeo de una gigantesca bolsa de agua subterránea de unos 65.000 metros cúbicos acumulados bajo un glaciar que amenaza con inundar el pequeño y pintoresco pueblo de Saint-Gervais-les-Bains, anclado a los pies del Mont-Blanc, en los Alpes franceses. Su alcalde, Jean-Marc Peillex, no ha querido arriesgarse y ante las dudas ha puesto en marcha la operación, para evitar que la bolsa explote y se repita la tragedia de 1892, cuando murieron unas 175 personas del valle. Unos 3.000 habitantes de los 5.700 residentes en la localidad están en alerta. Por la zona transitan cada verano entre 15.000 y 22.000 montañeros en su ascensión al pico más alto de los Alpes y de Europa. «Preocuparse no sirve para gran cosa, pero tenemos cuidado y estamos avisados, más que nada por los niños», explica por teléfono Pascal Sorieul, un habitante de la parte alta de Saint-Gervais Les Bains.
Nada más conocerse la existencia del lago por el deshielo del glaciar Tête Rousse, el Ayuntamiento puso en marcha un sistema de alerta. Dos cables metálicos de detección avisarán si explota la bolsa de agua, activando una sirena. Dependiendo de la zona en la que viven, los vecinos tendrán entre 10 y 30 minutos para huir hasta uno de los 17 puntos de encuentro en los que estarán a salvo y donde está previsto que les recojan los equipos de rescate.
Para que eso no ocurra, una docena de agentes, acompañados por un par de guías de la montaña, llevan desde el lunes cavando, a unos 3.200 metros, los más de 40 metros de hielo para llegar a una primera cavidad. Es la más grande (25.000 metros cúbicos) de los 65.000 detectados. Los científicos estiman que las grutas, interconectadas, contienen el equivalente a 20 piscinas olímpicas.
La perforación se ha hecho con agua hirviendo, que han logrado calentando nieve y hielo del glaciar, y que han inyectado a presión. El objetivo es colocar una primera bomba para empezar a absorber el líquido del subsuelo.
Esta bomba temporal será remplazada antes de la semana que viene por otras tres con una capacidad para absorber unos 80 metros cúbicos por hora. Las grúas, al igual que el resto del material, serán transportadas en helicóptero hasta el lugar.
Tanto para el alcalde como para los científicos, el fenómeno puede estar relacionado con el cambio climático. Con temperaturas más altas, menos hielo, más nieve y más agua, la cantidad de líquido que se impregna por la parte alta del glaciar y va directamente a parar a una de las bolsas del subsuelo es mayor. Al carecer estas de vías de drenaje natural, quedan ahí atrapadas.
Aunque es imposible atribuir un fenómeno concreto -como el lago subglacial de Los Alpes- al calentamiento global, la mayoría de los glaciares del mundo llevan décadas menguando, coincidiendo con el aumento de CO2 en la atmósfera. En 2008, el programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó un informe en el que asegura que «el ritmo de deshielo de los glaciares se ha duplicado» en la última década. Desde 1980, han perdido de media unos 10 metros de espesor, según el sistema mundial de monitorización de glaciares. Las lenguas heladas del Pirineo español perdieron un 25% de su extensión entre 2002 y 2008, según un estudio de Medio Ambiente, que calcula que a este ritmo a mitad de siglo desparecerán los últimos glaciares pirenaicos.
«Hasta ahora el hielo está siendo lo suficientemente fuerte para no ceder a la presión, actúa como tapón, pero puede salir disparado en cualquier momento, como ocurrió en 1873», dice el alcalde. «No podemos decir qué va a ocurrir en el momento siguiente, pero tampoco podemos asegurar que no va a ocurrir», añade el alcalde.
Su casa está en la parte alta del pueblo, por lo que le quedan unos cinco minutos para ponerse en marcha. «Hay algunas casas que están algo más expuestas que nosotros, un poco más arriba», relativiza. «Además, estamos en el segundo piso… pero vamos, sin exagerar, nos lo tomamos en serio».
Con el bombeo de los primeros metros cúbicos hoy, el riesgo debería disminuir de forma importante. «Es como una olla exprés, con los primeros metros cúbicos vamos a reducir mucho la presión», dice Peillex. Un topógrafo seguirá de cerca la evolución de los trabajos, y sobre todo la reacción del glaciar ante el vacío dejado por el bombeo del agua. Puede que se llene de hielo pero también puede hacer moverse el glaciar. A partir de estas evoluciones, los equipos de técnicos tendrán que decidir sobre cómo evitar que la situación se reproduzca. Los trabajos se prolongarán dos meses y costarán unos dos millones de euros.
Fuente: Elpais.com