Columna: Factor Energía
La reunión del G-20 en Corea pareció anteceder a la Cumbre de Cancún del COP16, pero realmente son parte de un continuo de reuniones ministeriales, presidenciales y de cuanto alto nivel podamos imaginar alrededor del cambio climático.
Las cumbres, como eventos aislados, difícilmente son eventos en los que pudiera pensarse que se concluirá con algo. Las soluciones reales provienen de la labor previa de grupos de trabajo en donde se estipulan las propuestas técnicas. El verdadero problema está en los compromisos que dichas propuestas técnicas implican, y es ahí cuando se empantanan los acuerdos protocolarios, que hacen que una gran Cumbre declare haber sido exitosa.
Es iluso esperar que de la Cumbre de Cancún se salga con un gran acuerdo en el cual, generosamente, las grandes naciones cedan en sus pretensiones para declarar que han alcanzado un marco mínimo de acción en pos de atenuar las consecuencias del cambio climático. Hacerlo sería un éxito desde la perspectiva política, daría nombre a los mandatarios que lo signaran y al sitio en donde se hubiese logrado sin embargo, a esas grandes firmas todavía les queda como gran pendiente lograr que se pongan en marcha. Esto se complicaría en cuanto se enfrentara con los compromisos comerciales bilaterales o hemisféricos previos que reciben apoyo o han sido promovidos por grupos de interés. Y el cambio que implican los compromisos de las grandes cumbres encuentra su primer escollo en las precisiones jurídicas que son indispensables para que tengan cualquier tipo de valor.
Anticiparía un fracaso para la Cumbre de Cancún si se espera que emane de ella un final hollywoodesco. Los finales de película sólo suceden en las películas.
Cancún es ya un éxito en tanto se considere la realidad como el conjunto de eventos y asuntos que llevan a algún lado. El camino hacia soluciones al cambio climático existe y se ha ido pavimentando con la suma de acciones puntuales. México posee ya un programa específico con objetivos y metas. Estados Unidos, sin haber ratificado nunca Kyoto, tienen uno de los programas más ambiciosos del mundo en desarrollo de energías renovables. China tiene también un amplio programa.
Esto no quiere decir que haya que estar satisfechos, solamente que se va en la ruta correcta aunque la velocidad está lejos de ser la que el mundo científico consideraría como la mínima necesaria. El programa mexicano contra el cambio climático tiene dos muy grandes líneas de acción: la del uso de la energía y la de la deforestación. Lo es así porque en realidad no hay mucho más en lo que enfocarse. Y si algo hay que inventar es cómo duela menos al desarrollo económico obtener los mismos resultados que tiene hasta ahora con restricciones mayores que las presentes en torno a estas dos líneas mayores.
Ni los individuos dejaremos de movernos en automotores ni los países bastos en reservas de carbón suspenderán su utilización para generar electricidad. Simplemente tiene que hacerse de manera en que vertamos menos contaminantes al ambiente, sea por no ensuciar o sea por atenuar las consecuencias del cambio climático, pero el uso limpio de los combustibles fósiles es parte inevitable del futuro. Lo anterior podrá ser logrado más rápidamente en tanto la tecnología para hacerlo esté lista comercialmente y para eso se requiere que los recursos financieros para soportar la investigación estén disponibles. Eso si es una decisión política conciliable.
Cancún valida a Conpenhague, que valida a Kyoto. En tanto la inercia nos continúe impulsando hacia delante en los hechos. De la política sólo hay que pedir que ayude a acelerar el paso. El camino está marcado ya.
Fuente: El Economista, Empresas y Negocios p. 24.
Columnista: Eduardo Andrade Iturribarria, presidente de la Fundación México Necesita Ingenieros.
Publicada: 23de noviembre.