¿Recuerdas la foto de National Geographic del iceberg de bolsa? De acuerdo con GreenBiz no hace mucho tiempo, el mundo parecía estar decidido a terminar con lo envuelto en plástico: existía indignación por los popotes, envases y todo tipo de contenedores, así como por la industria que los producía.
Nos preocupamos por el destino de las especies marinas, en particular, por las tortugas, después de que se hiciera viral un video donde se veía el daño que le provocaban a una los desperdicios plásticos. Lo anterior llevó a muchos a tratar a los popotes como agentes nucleares.
Una asidua guerra contra los plásticos
Las marcas de consumo se comprometieron con planes de, en algún momento futuro, terminar con su empleo de dicho derivado fósil. En muchos casos haciendo que sus envases fueran reciclables o compostables, sin tener en cuenta la infraestructura mundial totalmente inadecuada para ello.
Todo esto generó inevitablemente una guerra cultural que llevó a algunos políticos estadounidenses a prohibir las pajillas plásticas, como expresión de “libertad”. Era una guerra contra el plástico que, en ese momento, parecía que podría frenar los excesos medioambientales.
Eso fue en el 2018, hoy, aquella concientización ha desaparecido en gran medida de la atención pública, pero la problemática no, al contrario ha elevado su repercusión.
La preocupación por el saneamiento y la salud pública han dado nueva vida a los plásticos de un solo uso y han puesto fin a algunas prohibiciones jurisdiccionales de los envases desechables. Las ventas mundiales de estos productos han aumentando, lo que supone un centro de beneficios creciente para las asediadas empresas petroleras y de gas, que estaban viendo cómo se estancaba la demanda de sus principales combustibles.
Pero ese respiro de la atención pública puede ser efímero: La crisis climática representa una nueva batalla en la guerra contra los plásticos. Puede que carezca de gráficos impactantes llenos de sufrimiento animal o del prestigio en Facebook por no utilizar popotes, pero podría decirse que es un punto de apoyo más poderoso para defensores y activistas.
La mayoría de las empresas —desde los productores de polímeros hasta las marcas de consumo y los minoristas— están mal preparadas para lo que probablemente venga. Según un informe publicado el pasado otoño por un grupo llamado Beyond Plastics, advierte que “la contribución de la industria del plástico estadounidense al cambio climático va a superar la de la energía de carbón para 2030”.
Además, se citan las docenas de plantas que se han abierto recientemente, algunas que están en construcción o que en proceso de obtención de permisos.
Si entran en pleno funcionamiento, estas nuevas plantas de plástico podrían liberar 55 millones de toneladas adicionales de gases de efecto invernadero, el equivalente a otras 27 plantas de carbón de tamaño medio.
Los plásticos son el nuevo carbón
Otros grupos han estado intensificando sus esfuerzos para vincular los plásticos y el clima. Ya en 2019, por ejemplo, el Centro de Derecho Ambiental Internacional, el Proyecto de Integridad Ambiental, la Alianza FracTracker y otros señalaron que:
Los planes de las industrias del plástico y petroquímicas para expandir la producción de plástico amenazan con exacerbar los impactos climáticos del plástico y podrían hacer imposible limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados Celsius.
La experta en políticas de sostenibilidad Holly Kaufman señaló explícitamente esta relación en 2020. Por ello, cabe señalar que las emisiones de carbono se encuentran en todo el ciclo de vida de los plásticos, empezando por la fracturación hidráulica, que produce el gas natural, base de la mayoría de estos, y por el “craqueo”, que convierte al gas en etileno, un precursor clave para la elaboración de este material.
También se generan emisiones por el transporte y procesamiento de los plásticos para crear otros recursos. Aunado a esto, hay más emisiones en el extremo posterior, incluyendo una serie de procesos de gestión de residuos que requieren mucho carbono, como la incineración y el llamado reciclaje químico o “avanzado”, que puede convertir el plástico en materias primas para hacer más derivados.
La cosa no acaba ahí: los desechos vertidos al mar emiten metano cuando se exponen a la luz solar. Los microplásticos pueden socavar la resiliencia de los océanos al cambio climático, entre otras cosas, porque alteran el carbono almacenado en los ecosistemas marinos y costeros.
En el humo
Y no hablemos de las emisiones de la quema al aire libre, un método común de eliminación de plásticos en el mundo, que hace que todos esos productos petroquímicos incorporados se hagan humo.
Si bien, es cierto que el plástico tiene ventajas climáticas, desde el aligeramiento de las cargas en la cadena de suministro, la reducción de emisiones por movilidad, hasta la protección de los alimentos contra el deterioro, lo cual podría compensar un poco de su impacto.
Y no hablemos de las emisiones de la quema al aire libre, un método común de eliminación de plásticos en el mundo en desarrollo, que hace que todos esos productos petroquímicos incorporados se conviertan en humo.
Sin embargo, es probable que los grupos de defensa del medio ambiente aviven la relación entre los plásticos y el clima, dos cuestiones que hasta ahora se han considerado separadas. A medida que se entiendan mejor los vínculos, la presión podría dirigirse hacia las mismas marcas que, hace menos de tres años, se comprometieron a acabar con los residuos plásticos pero no con el uso.
Ahora no es el momento de distraerse con la conveniente verdad de la contaminación por plásticos, ya que las amenazas relativamente menores que esto supone se ven eclipsadas por las amenazas sistémicas globales del cambio climático.
Profesores británicos en la revista Marine Policy en 2019.
Actores de la guerra contra los plásticos
A quienes acrecentarán los esfuerzos en la guerra contra los plásticos les preocupa que las empresas y los gobiernos utilicen el tema para distraer la atención de la emergencia climática.
En tanto, los responsables políticos parecen no ver el panorama general. La palabra plástico no aparece en el texto del Acuerdo de París de 2015 ni en el más reciente Pacto Climático de Glasgow. Las conversaciones patrocinadas por las Organización de las Naciones Unidas, que se celebrará pronto en Nairobi, redactarán un tratado mundial sobre los plásticos que parecen evitar incluir el cambio climático en el panorama.
¿Podrá la mirada de grupos centrados en los residuos plásticos, la toxicidad, la contaminación marina, el cambio climático, la salud pública, la contaminación del agua, la justicia medioambiental, la limpieza de las playas y otras cuestiones unirse? No será fácil.
Puede que no sea necesario. Dada la creciente atención que se presta a los compromisos de cero emisiones y a la responsabilidad de la cadena de suministro de Alcance 3, así como la creciente preocupación de los inversores por los riesgos asociados al cambio climático, la eliminación de residuos, la toxicidad y otras cuestiones de ESG, todo esto podría cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Las empresas pueden verse obligadas a hacer un balance —y a responsabilizarse— de los impactos climáticos anteriores y posteriores de los materiales de los que se abastecen. Esto, a su vez, podría generar legislación, litigios, boicots de los consumidores y mucho más, un escenario donde las marcas otra vez se verán afectadas.