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Hambre y Neocolonialismo

FORMA Y FONDO CCXXX

Como resultado de la crisis mundial que ya no hace distinción de economías, tendrán que acuñarse nuevas palabras para denominar a los países hasta hoy conocidos como emergentes, al aumentar su índice de pobreza, es decir, la insatisfacción de las necesidades básicas de sus habitantes.

A pesar de que no tuvieron eco los avisos sobre los riesgos que desembocaron en la tragedia progresiva que vive la humanidad desde hace décadas, con implicaciones económicas, alimentarias, ambientales y sanitarias, la realidad dio paso a lo que parecía fantasioso y lejano. El jinete del hambre avanza y cada día alcanza a más población en el mundo, con un cálculo conservador alrededor de los mil doscientos millones de famélicos, con un incremento dramático y creciente.

Desde hace tiempo, estudios de la FAO alertaban sobre el incremento del neocolonialismo en zonas de tierras fértiles y con reservas de agua, en Latinoamérica, Asia y África, por especuladores y corporaciones multinacionales, que buscan el control total de materias primas y alimentos. A pesar de la caída financiera, los grandes capitales existentes en pocas manos no son afectados y continúan buscando más dominios que explotar.

Países con gran crecimiento económico y demográfico que son importadores de comida, como antes lo fueron de materias primas y de mano de obra barata, buscan asegurarse reservas de alimentos. Los grandes inversionistas participan de esta fiebre y aseguran sus capitales a través de la adquisición de tierras fértiles. Las superficies agrícolas y el agua comienzan a escasear y a ser codiciadas como oro azul y verde, igual que lo fueron el amarillo y el negro petróleo.

Muchas empresas están interesadas en comercializar alimentos, pero también en la producción de los controvertidos biocombustibles. Aunque son sustitutos ecológicos del petróleo, el cultivo intensivo de grandes extensiones de terrenos ganados a espacios naturales, tiene el efecto contrario al deseado. Otras aunque invierten en los controvertidos créditos de carbono, considerados como autorizaciones para contaminar y surgidos a raíz del Protocolo de Kyoto, con los que las empresas contaminantes pueden comprar su excedente de emisiones a industrias más limpias o financiar proyectos ecológicos en países pobres, también contribuyen al fenómeno. Actualmente estos créditos representan más de 2.000 millones de euros anuales.

Adelantándose a los vacios legales, los gobiernos tienen que hacer cambios en la legislación en la materia para exigir estricta transparencia, participación local y absoluto respeto a la ecología. Vigilar que los contratos entre campesinos y empresas o sus representantes sean equitativos ya que la tenencia y propiedad de la tierra no siempre tiene el respaldo de documentos que la acreditan, quedando los usos y costumbres locales como único título de propiedad.

Integrarlos como parte del proyecto, como socios y copropietarios partícipes de la riqueza y bienestar generados, y no sólo como mano de obra barata llena de desesperanza y frustración. Evitar que las tierras contratadas para cultivos intensivos se agoten y queden estériles por el uso extensivo de pesticidas, herbicidas y abonos.

La historia es testigo de lo que hicieron los colonizadores europeos con la implantación del monocultivo que manteniéndose como generador de riqueza o pobreza, favoreció la desertificación como nunca antes había sucedido.

En nuestro país, por si no fuera suficiente ser pobre, ahora ociosamente se clasifica en pobreza alimentaria, de capacidades y de patrimonio. Parámetros que oficialmente quieren convencer de su disminución, pero la realidad es que aumenta; simplemente cambiaron la manera de medirla.

El problema, ya en la agenda del gobierno como prioritario y de seguridad nacional, ha disminuido en escritorio y en medios, pero no se ha tomado con seriedad y continuidad; por eso programas como Solidaridad, Progresa, Oportunidades, Vivir Mejor, el nombre es lo de menos, no alcanzan las metas para las que fueron diseñados.

Las cifras oficiales reconocían aproximadamente 50 millones de pobres, de los cuales 10 viven en pobreza extrema. Las cifras aumentan drásticamente día a día, aunque el Banco Mundial no reconoce como pobres a los que ganan dos dólares al día.
La solución está en políticas públicas que beneficien a todos, que generen empleos, que impulsen la inversión extranjera y sobretodo nacional, que la iniciativa privada se involucre, que las Organizaciones de la Sociedad Civil participen, que los políticos se comprometan y que trabajen para la gente, por la gente y con la gente.

La forma: recuperar el rumbo cuando todavía es tiempo, impidiendo que las brechas sociales se profundicen.
El fondo: entender que uno de los significados de crisis es oportunidad, aunque continúa sin llegar. Momento para sentar las bases de un desarrollo nacional con salud, bienestar y progreso, porque: TODOS SOMOS NATURALEZA.

ACACIA FUNDACIÓN AMBIENTAL A. C. [email protected]

Fuente: Comunicado de prensa

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