Por Antonio Vives
Todos queremos guías de buenas prácticas. Todos queremos indicadores. Todos queremos checklists, saber qué es lo que hay que hacer, como hay que hacerlo. No hay nada tan intrínsecamente atractivo como una lista con los “10 mejores…”, “los 20 indicadores requeridos”, “los 5 primeros…”. Y si es un ranking tanto más atractivo. Nos hace la “vida fácil”. ¿Es esto recomendable en la responsabilidad social de la empresa?
En esto parte de la batalla se está librando en los indicadores de sostenibilidad. Que cómodo es tener la lista de indicadores del GRI o las múltiples listas que ahora se están gestando dentro del Sustainability Accounting Standards Board, SASB, como guías para la actuación.
Pero hay que saber usarlas, hay que tener valor para decir “esto no es relevante para mi caso” o bien “lo que es relevante no está en los indicadores”. De allí la gran virtud del nuevo esquema del GRI, el G4, que le pide a las empresas hacer grandes esfuerzos para determinar y reportar en gran detalle sobre lo que es material para la empresa, incluyendo la estrategia, las acciones y los correspondientes indicadores. No como hacía la versión G3.1 donde daba una larga lista de indicadores y la empresa se auto-asignaba la calificación (A,B,C) en función de sobre cuantos de ello reportaba, relevantes o no, prioritarios o no. Reporte lo que es fundamental para su empresa.
Con el G4 habrá que pensar en lo que es relevante para la empresa. Pero dentro de poco cuando se empiecen a producir reportes G4 de verdad (no los de mentira que se están publicando recientemente) comenzaran las quejas de la población lectora, acostumbrada a largas listas, de que ahora “le faltan indicadores”. No será de extrañar que la reacción de las empresas sea reportar en detalle sobre lo que ha determinado que es material y reportar, al menos cualitativamente sobre el resto. Los grupos internos querrán tener su espacio en los reportes, además de las expectativas de algunos stakeholders que no se resignarán a que sus intereses no son “materiales”.
¿Pero porque es esto de las listas, guías e indicadores importante para las prácticas responsables? La gran mayoría responderá con aquello de que “lo que no se mide no se gestiona” (Sobre la falacia de esta generalizada expresión para el caso de la RSE ver mi artículo No todo lo que se puede contar cuenta, ni todo lo que cuenta se puede contar). Supuestamente si la empresa no ve que tiene que reportar sobre algo, no solo no lo reportará, es que no lo hará, no le dará importancia.
Este supuesto tiene dos problemas. Uno es pensar que la empresa no sabe lo que tiene que hacer, que depende de lo que le digan los terceros sobre lo que tiene que hacer y reportar (que puede ser cierto en el caso de las PyMEs). Pero la otra, y para mi crítica, es que induce a las empresas a creer que tienen que hacer de todo, sobre todo a las PyMEs que no tienen “departamentos” especializados. Las listas, guías e indicadores quieren cubrirlo todo, no pueden cometer errores de omisión.
El caso más paradigmático de esto son los instrumentos de autoevaluación que se producen para las PYMES donde se les pide llenar un cuestionario con respuestas a preguntas sobre todos los posibles aspectos de la RSE (el instrumento del Pacto Mundial (¡!otra vez el PM!!) tiene 332 preguntas!!). Algunos instrumentos dan una calificación basada en las respuestas positivas y sugieren mejorar en los aspectos donde no hay suficientes de ellas. Algunas producen un documento con recomendaciones para mejoras. El colmo es que todo esto es estandarizado, independientemente de si las “deficiencias” son relevantes para la empresa, del tipo de empresa, su tamaño, sector en que trabaja, capacidad financiera y de gestión, reacción de los stakeholders, etc. etc. La implicación: hay que hacer de todo.
Pero la RSE no es estándar, por mucho que la International Standards Organization, ISO, (¡Standards en negrilla!) se empeñe aunque luego se disculpe por haberse metido en eso y termine produciendo una norma (que según el Diccionario de la RAE es: Regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etc…) que no es certificable, la ISO 26000. No es certificable pero es norma y muchos consultores la usan como guía para decirles a empresas (¿incautas?) que les faltan áreas en las que hacer cosas.
Pero las listas y guías nos hacen sentir cómodos y tenemos una buena excusa para no pensar. Aunque sea muy contraproducente para la empresa y conduzca a frustraciones y abandono de esfuerzos al no ver los resultados pero sí los costos.
Y para el no iniciado el mensaje que se lleva es que debe hacer de todo. Si no lo hacían en el G3 te debías dar una calificación menor. En los instrumentos de autoevaluación te dan menos puntos, “eres deficiente” en algunas cosas. Pero, lo que te falta ¿son cosas relevantes? Menos mal por el G4, pero qué difícil va a ser su aplicación. Debería venir con el subtítulo: “Solo apto para pensadores”. Pero las PyMEs, que no pueden (¡o no deben!) lidiar con el G4, deben tener mucho cuidado en ser selectivas.
Josep Lozano en un artículo sobre otro contexto, la RSE como función directiva, dice:
En este sentido, los indicadores y checklist –necesarios, imprescindibles- nos pueden haber jugado una mala pasada. Porque han reforzado la mentalidad cumple / no cumple. Y hay que tener un enfoque mucho más gradual, mucho más orientado a procesos. Mucho más atenta a la direccionalidad, que no es lo mismo que un avance mecánicamente lineal. (énfasis añadido)
Parece que tenemos más miedo a que nos critiquen por omisiones que a hacer las cosas relevantes. Pero en la gran mayoría de las empresas no se puede estar en todo. La RSE depende del contexto, depende de sus circunstancias.
No, no es que hay que renunciar a buscar el ideal de la responsabilidad empresarial, es que este ideal depende del contexto y muy especialmente de las capacidades de la empresa. Tampoco quiere esto decir que no hay unos comportamientos que son básicos, son el fundamento, que toda empresa, con indicadores o sin ellos, debe tener, estén o no legislados y regulados. Y aquí conviene recordar la Regla de Oro de la gran mayoría de las religiones y fundamento de la ética global: No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti.
Pero del deber tener un comportamiento básico, esperado, obligatorio, no negociable, a implicar que hay que estar en todo hay una inmensa brecha que muchas empresas no pueden ni deben cruzar.
La RSE en su concepción es general, pero en su implementación es individual, personalizada a la empresa, depende del contexto y las listas fáciles no suelen ser conducentes. Es preferible una flecha en el blanco que muchas por fuera.
En mi artículo sobre el análisis de la definición de RSE de la Comisión Europea, ¿Cómo interpretar LA definición de la RSE? concluía:
En resumen, la empresa define quién es la sociedad para ella (que no es toda), como la impacta y como quisiera impactarla (que no es de todo), en consulta, si quiere (aunque debería) con esa sociedad, y como quiere y puede gestionar estos impactos (en función de su capacidad).
Antonio Vives
Con un Ph.D. en Mercados Financieros de Carnegie Mellon University y con una trayectoria como profesor en 4 escuelas de negocios, Antonio Vives es actualmente catedrático y consultor en la Stanford University. Socio Principal de Cumpetere. Ex-Gerente de Desarrollo Sostenible del Banco Interamericano de Desarrollo. Creador de las Conferencias Interamericanas sobre RSE. Autor de numerosos articulos y libros sobre RSE y del blog Cumpetere en español.