Estas instituciones potencian y ayudan a proyectos que resuelven problemas sociales y ambientales para convertirlos en negocios de alto impacto para la sociedad.
Hacer negocios rentables y atractivos de proyectos que buscan solucionar diferentes problemáticas, como la falta de servicios en zonas rurales o fomentar el cuidado del medio ambiente es la meta de las incubadoras sociales. Sin embargo, para este tipo de instituciones aún hay un largo trecho por recorrer.
El camino está lleno de oportunidades, pues en un país con una economía emergente como el nuestro, se requieren más empresas con fines sociales, afirma Alda Roxana Cárdenas, directora de formación y desarrollo social del Instituto para el Desarrollo Social Sostenible del Tecnológico de Monterrey. La institución que representa se enfoca en dos tareas: apoyar a que microempresas de la base económica se vuelvan rentables y formalicen sus actividades; y por otra parte, se dedica a fomentar proyectos con un impacto social.
La experta considera que en México existen pocas organizaciones de este tipo, cuya asesoría y apoyo sea especial para las empresas sociales. En consecuencia, algunas de ellas han recurrido a incubadoras tradicionales, aunque instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) ya se preparan para atender estas nuevas necesidades a través de su red.
Y es que las empresas con impacto social requieren de un tratamiento diferente. En primer lugar, porque atienden a segmentos de la población con bajos ingresos. Además, resuelven problemas de orden social o ambiental que no han sido resueltos de manera eficiente por el sector público o privado.
De ahí que el principal reto al recurrir a una incubadora especializada en este tipo de proyectos es que conserven la causa social que les dio origen. Asimismo, crear un modelo sólido para que no dependan de donativos para mantener sus operaciones.
La buena noticia es que para el desarrollo de estos negocios existe espacio en prácticamente todos los sectores: desde el de transformación de materias primas, hasta el de servicios.
Prueba de ello es el Consorcio Chiclero Chicza, una firma yucateca que hoy exporta chicle orgánico a Europa. Incluso, también pueden llegar a las grandes ligas y cotizar en el mercado de valores, como Proteak, dedicada a la plantación de maderas finas. Hoy, es la primera empresa social listada en la Bolsa Mexicana de Valores (BMV).
Así que en este nicho están las oportunidades para los emprendedores con ideas novedosas o para quienes ya están trabajando con proyectos que cumplan con dichas características. Pero que quizá no saben a dónde acudir para hacer que su compañía crezca, dice Cárdenas. Y aclara que las incubadoras sociales también quieren romper paradigmas, debido a que hay organizaciones no gubernamentales que subsisten de donativos y que fácilmente podrían dar un vuelco para convertirse en empresas sociales que generen valor.
Paso a paso
La incubación de una empresa social es distinta a la de una tradicional, explica Pablo René Ramírez, director de desarrollo social de la división de Desarrollo de Competencias del Tecnológico de Monterrey. El primer paso es analizar si la empresa o proyecto en cuestión cumple con características básicas: tener una idea novedosa y una visión de largo plazo.
Después, se corrobora su impacto social. Esto se hace mediante el análisis concienzudo del proyecto.
Posteriormente, se brinda la asesoría de negocios, que incluye desde la conformación de la empresa, hasta mejores prácticas corporativas. La finalidad es desarrollar de manera integral una nueva organización con impacto social.
Incubar una empresa social puede ser un proceso hasta un 50% más tardado que un negocio tradicional. La razón es que en estos proyectos la frase «ganar-ganar» cobra otras dimensiones. Asimismo, «hay que marcar una pauta sobre cómo sobrevivir en un mercado sumamente agresivo, manteniendo el objetivo social», asegura Cárdenas.
Por su parte, Ramírez explica que también estos negocios tienen que generar un modelo financiero distinto, el cual necesita de más tiempo para consolidarse. Esta situación se da porque deben tener una operación sostenible, que cuente con suficiente inversión.
Además de acudir a instituciones como el Tecnológico de Monterrey, existen organizaciones no gubernamentales como Ashoka (http://mexico.ashoka.org), que se encargan de impulsar este tipo de proyectos. Si ya se tiene una compañía en marcha, el siguiente paso es acudir a una aceleradora de negocios, como New Ventures México (www. nvm.org.mx).
Este tipo de entidades se encargan de potenciar las características positivas de las empresas sociales, analizar su mercado objetivo y encaminarlas hacia rutas más rentables. Aunque como ya se explicó que consolidarlas lleva más tiempo, la realidad es que su probabilidad de sobrevivencia es mayor que la de una empresa tradicional.
De hecho, el 90% de las empresas sociales incubadas sobrevive a los primeros dos años de operaciones. Esta cifra supera a la de los negocios tradicionales, con una tasa del 70%, revela Tania Esparza, directora de Iniciativa México (www.iniciativamexico.org).
El reto del financiamiento
Uno de los puntos clave para echar a andar un proyecto y mantener su operación es contar con recursos económicos suficientes para invertir en áreas estratégicas. Sin embargo, si a las compañías tradicionales les cuesta trabajo obtener financiamiento, en el caso de las empresas sociales la situación es todavía más compleja. Para atraer inversionistas, incluso a bancos, este tipo de firmas debe demostrar que son modelos rentables.
Aunque existen fondos de capital privado que se encargan de impulsar empresas para hacerlas crecer y así obtener atractivos rendimientos de ello, el financiamiento para los proyectos sociales es limitado. Apenas existen unos cuantos fondos que si los apoyan, por ejemplo, Ignia (www.ignia.com. mx).
También destaca Acobe Capital (www.adobecapital.org), un fondo que, según explica su managing partner, Erik Wallsten, es parte de New Ventures. De esta manera, se descubrió que al 85% de los negocios con los que trabajaba le era difícil encontrar crédito.
Estos fondos buscan proyectos con valor de US $10 millones a US $15 millones. «Cuando vimos que no había fuentes de financiamiento para este tipo de negocios, dijimos: hay que crearlos», cuenta Wallsten. En su caso, invierten en empresas de vivienda, productos orgánicos, madera y pesca sustentable, agua, educación y salud. Todas ellas deben generar impactos sociales y ambientales positivos. «A esto se le llama inversión de impacto», apunta el experto.
Mientras que Esparza, de Iniciativa México, considera que si en el mercado hay capital semilla para pequeñas empresas, deberían crearse mecanismos similares para financiar proyectos sociales, aunque adecuados a sus necesidades.
Ahora bien, ¿los proyectos sociales son atractivos para los fondos de capital privado? Sí, porque existe la demanda para los productos que estos negocios pueden ofrecer. Las personas están cambiando sus hábitos de compra y hoy «hay consumidores más conscientes». Por ejemplo, un nicho en crecimiento es el de los productos orgánicos. Finalmente, los especialistas coinciden que es un buen momento para crear empresas sociales, incubarlas y acelerar su desarrollo.
Fuente: Entrepreneur, p. 74-75.
Por: Erendira Espinosa.
Publicada: Septiembre 2011.