La brecha digital se ceba con pobres, mayores y población rural – No tienen acceso a gestiones que se han mudado al ‘ciberespacio’.
En la revolución de Internet, que hoy en día llega a los teléfonos móviles, a las pantallas de televisión y hasta a los aviones, una buena parte de la población se ha quedado rezagada. Hay ancianos que no entienden lo que es un navegador web.
Existen zonas empobrecidas, rurales y urbanas, que no disponen del cableado necesario para ofrecer banda ancha. Y hay jóvenes que dominan a la perfección los programas de chat y las redes sociales pero no saben cómo mandar un currículo en condiciones a través del correo electrónico. Son los marginados de la red, y ante una tecnología rápidamente cambiante, corren el riesgo de quedarse atrás.
Richard Brock es uno de ellos. Este residente de Washington de 65 años se ha dedicado toda su vida a la peluquería. Se considera a sí mismo un iliterato digital, la comprobación empírica de que la célebre brecha digital existe. «Yo pensaba que para enchufar un ordenador tenías que quitarle el plástico con el que venía enrollado», bromea. «Me di cuenta de que Internet se hacía necesario para la gente de mi edad, para organizarse el trabajo de la Iglesia, consultar servicios del Ayuntamiento, mantener el contacto con familiares y amigos».
Y no sólo para eso. Dada la grave crisis económica que vive Estados Unidos, Brock, ya jubilado, busca trabajo. «Y para eso sí que necesitas saber de ordenadores y de Internet». Un anciano que nunca ha aprendido informática, que no ha abierto un portátil en su vida, lo puede tener difícil, muy difícil, para volver al mercado laboral, en una dura crisis económica en la que las jubilaciones de muchos no están garantizadas y en la que los desahucios y los empeños son moneda corriente. Ésta es la verdadera cara de lo que se ha venido a llamar brecha digital.
Personas como Brock son los alumnos en la academia Byte Back, situada en el barrio de Brookland, en Washington, una zona de mayoría afroamericana. Este centro es un refugio de personas sin un techo en la red, ciudadanos que carecen de la formación y los medios para navegar por Internet. Aquí se imparten clases de informática, gratuitas, a personas que cuando llegan no saben lo que es un ordenador y que, cuando salen, pueden formatear un currículo, abrirse una cuenta de correo electrónico y mandarlo a un departamento de recursos humanos. Se trata de un pequeño puente, por precario que sea, que facilita un gran avance para sortear la brecha digital.
El año pasado, en Byte Back impartieron 527 cursos a 442 alumnos. De ellos, 307 se matricularon en el nivel más básico, aquel en que les deben enseñar desde cero, desde el botón mismo de Inicio de Windows. Por lo general, un 80% de los alumnos entre los que hay algunas personas sin hogar finaliza los cursos. El profesorado, compuesto por casi un centenar de personas, es en su inmensa mayoría voluntario.
«Por el tipo de gente que viene aquí, uno tiene la impresión de que las personas de entre 60 y 80 años se han quedado atrás. Y eso es algo que va a ir empeorando según haya cosas que sólo se puedan hacer online», explica la directora de Byte Back, Kelley Ellsworth. «Desde este año, aquí en Washington sólo se puede registrar a los niños en guarderías públicas a través de la Red. Hasta hace unos meses se podía hacer en persona. Ahora, la gente mayor sin experiencia informática no puede encargarse de una gestión tan sencilla para sus nietos».
Es cierto. Cada vez hay más gestiones que se hacen exclusiva o mayoritariamente a través de la Red. El Gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, exige a los viajeros europeos que quieran visitar el país que se registren previamente en una lista de visitantes a través de una página web. Muchos centros escolares de EE UU imponen deberes a sus alumnos que se deben realizar online. Las empresas de telefonía, electricidad y agua cobran una tarifa de hasta tres euros mensuales por enviar facturas en formato papel.
A España, por ejemplo, ha llegado ya el DNI digital, para hacer todo tipo de gestiones con el simple acceso a una conexión a Internet, y los ayuntamientos de los países industrializados cada vez más utilizan la red para trámites tan sencillos y que antes implicaban tantas colas y tantos papeleos como renovar licencias de conducir, pedir prestaciones por desempleo, pagar multas de tráfico o saber adónde se ha llevado la grúa su coche.
Según una encuesta del Pew Research Center de finales de diciembre, un 74% de los norteamericanos utiliza regularmente Internet. Esta cifra es bastante superior a la que se registra en Europa, donde sólo un 49% de la población dispone de conexión a Internet en sus hogares, según un informe de 2009 del Ministerio de Industria, confeccionado con datos de 2008. En España, el 51% de los hogares cuenta con conexión a la Red, por debajo países como Eslovaquia, Reino Unido o Suecia.
Estos datos confirman la existencia de desigualdades demográficas en el acceso a Internet. En EE UU, por ejemplo, el 76% de las personas de raza blanca se conecta a Internet con regularidad. Esa cifra cae a un 64% entre la población hispanoamericana. La diferencia es más pronunciada entre grupos de edad: un 93% de los jóvenes de entre 18 y 29 años se conecta a la red, mientras sólo el 38% de los mayores de 65 años lo hace.
«Es normal que la gente mayor que viene a estas clases sienta miedo al principio», explica Ellsworth. «Mucha gente no sabe ni qué es lo que le espera en una pantalla de ordenador. Lo mejor, en nuestras clases, es ver las caras de triunfo al final, ver cómo el miedo desaparece y cómo esas personas celebran su triunfo con el mero hecho de ir a la página del Ayuntamiento y buscar algún dato».
Al fin y al cabo, los ancianos deberían ser los más beneficiados de una tecnología que evita papeleos interminables y colas larguísimas. «Esta gente debería zambullirse en la Red. Nadie como ellos puede obtener un beneficio de solicitar una visita médica o un servicio municipal a través de una pantalla en su casa», explica Ellsworth. Pero no son sólo los ancianos los que sufren los daños colaterales de la brecha digital.
«Los casos más preocupantes que me encuentro aquí son los de los jóvenes que vienen y creen que están muy versados en informática e Internet, pero ignoran que en realidad son unos analfabetos digitales», añade Ellsworth. «Es gente que viene y se maneja como nadie en el chat, que controla todas las redes sociales y tiene perfiles en decenas de sitios web. Pero que no es capaz de abrir un documento de texto y formatearlo o que no conoce las reglas básicas de enviar un correo electrónico para pedir trabajo, gente con direcciones de correo que te sacan los colores, o que no sabe ni siquiera pasar un corrector de ortografía a un documento».
Aunque destaquen menos, los jóvenes de pocos recursos y con una educación moderada, también se ven dejados de lado en esta brecha digital. En Washington hay muchos de ellos. Sufren un desempleo que entiende de razas y barrios. Aquí, en el Distrito 3, zona rica de embajadas y universidades, de mayoría blanca, el paro es del 3%. En el Distrito 5, al otro lado del río Anacostia, una depauperada zona de infraviviendas e inseguridad callejera, de mayoría afroamericana, es del 28%.
Hay expertos, sin embargo, que entienden que esos son los efectos normales de cualquier ciclo económico y que en realidad esta brecha digital es una quimera. «Más que una brecha es una membrana, permeable», explica Benjamin Compaine, experto en empresas digitales, profesor de administración empresarial en Northeastern University y autor del libro La Brecha digital: ¿crisis a la que enfrentare o mito inventado?’, publicado en 2001. «Hay gente que tiene conexión en el trabajo y no en casa. Hay chavales que tienen Internet en la escuela y no lo necesitan en su hogar. Es muy difícil describir una brecha como la que sugiere ese término».
En el mundo desarrollado hay lagunas regionales no conectadas a la red, por ser zonas remotas, de difícil acceso, o barrios depauperados en zonas urbanas donde, en ocasiones, ni siquiera existe el cableado necesario para ofrecer Internet. El Gobierno norteamericano anunció el pasado mes de diciembre que ofrecerá dos mil millones de dólares (1,4 millones de euros) para facilitar el acceso a la banda ancha en este tipo de zonas. Al hacer el anuncio, el 29 de diciembre en Georgia, el vicepresidente Joe Biden dijo que el acceso a la banda ancha «es necesario para crear la economía del siglo XXI».
Para el profesor Compaine, como para muchos economistas de EE UU que defienden el libre mercado, el Estado debería dedicarse a otros asuntos. «Cuando hay tantos puentes que construir y tantas infraestructuras que mejorar, cosas que de verdad no va a solucionar la iniciativa privada, ¿por qué invertir el dinero de los contribuyentes en algo como facilitar el acceso a la Red? En los últimos 10 años, la oferta y la demanda solucionaron el problema. De acuerdo, hay un 20% de hogares en América sin conexión a la red. Pero en muchos de esos hogares vive gente que tiene Internet en el trabajo, o en el teléfono o a través de tarjetas satélite. Son cifras inexactas».
Respecto a aquellos lugares remotos sin acceso a la red, Compaine lo tiene claro: «¿Por qué debería pagar yo por el acceso a Internet en una zona rural de Wyoming, por ejemplo? Vivir en cada lugar tiene sus beneficios y sus costes. Seguro que a un granjero de Wyoming, el seguro de coche le cuesta menos de la mitad que el seguro de mi coche en Nueva York, por ejemplo. Es normal que, para él, acceder a la red resulte más caro».
No todo el mundo opina del mismo modo. «La brecha digital existe. Si no se le quiere llamar así, también se puede hablar de desigualdad económica. Es la misma historia de siempre», explica Ken Eisner, director ejecutivo de operaciones la compañía sin ánimo de lucro One Economy, encargada, entre otras cosas, de ofrecer conexión a la red a minorías empobrecidas. «Internet es el nuevo espacio público. El no tener acceso a la red, en muchos casos, no es una cuestión de decidir vivir en un lugar u otro. Es una cuestión de pobreza, de subdesarrollo urbano o rural», añade.
Uno de sus últimos proyectos es el de ofrecer acceso a banda ancha a más de 1.000 familias en Washington, a través de la operadora de telefonía e Internet Criket y con la ayuda de Google y Qualcomm. Hasta la fecha han llevado a cabo proyectos similares en otros Estados, en zonas rurales de California, Carolina del Norte, Virginia Occidental o Missouri. Recientemente, One Economy ha iniciado programas similares en grandes ciudades como Washington.
«Por cada acceso a la red que facilitamos estamos dándole a un niño o una niña los medios necesarios para tener un trabajo digno», explica Clyde Edwards, director de One Economy y que coordina sus proyectos locales en la zona metropolitana de Washington. «Trabajamos para que todos los niños pobres de hoy puedan soñar con ser los creadores del Facebook o el Google de mañana. Queremos llevar Internet a todos los lugares posibles».
Es un sueño que muchos otros comparten. Hay conexiones a la red en sitios antes nunca imaginados, como el Polo Sur, en la Estación Amundsen-Scott o a bordo del transbordador espacial de la NASA. Diversas iniciativas han intentado llevar Internet a lugares extremadamente remotos. Muchas veces con éxito, como demuestra el caso de Entasopia, en Kenia, una villa de unos 4.000 habitantes a la que Google, a través de un convenio con la Universidad de Michigan, llevó banda ancha el año pasado a través de una conexión satélite alimentada por paneles solares.
El sueño de un mundo totalmente conectado parece ir haciéndose realidad poco a poco, cada día. Las nuevas generaciones ya casi nacen conectadas a la red. Sólo el tiempo, y el relevo generacional, demostrarán si Internet es capaz de paliar las desigualdades o si en realidad ayuda a combatirlas.