Por Antonio Tamayo Neyra
La ética, un concepto que poco se había usado en la economía en general y particularmente en el mundo de los negocios, ha venido creciendo en su interés e importancia en tiempos recientes, y esto ha sucedido principalmente desde el caso Enron a principios del milenio, y más aún en la crisis que se generó desde el 2007.
Específicamente Bernardo Kliksberg señala: Su interés en la economía viene alimentado por el peso que el vacío de valores éticos ha tenido en la generación de la crisis económica de Wall Street en 2007-2008, propagada a todo el orbe en un mundo globalizado”.
Esto ha provocado el que ya se mencione y se pida una ética empresarial a todos los agentes económicos, entendiendo esto como la define la especialista Adela Cortina, como el tomar decisiones prudentes y justas, creando un clima ético; y este clima se genera cuando los distintos niveles de la empresa saben que las decisiones suelen tomarse atendiendo a unos valores y existe la convicción generalizada de que eso es así.
Lo anterior se complementa con lo dicho por el premio Nobel de economía Amartya Sen, que la tarea de la empresa no es solamente generar riqueza material interna y externa, sino también ayudar a crear una sociedad decente. Todo esto habla de una empresa muy diferente a lo que tradicionalmente se ha venido entendiendo.
De manera concreta, una empresa con valores, sea cual sea su sector de actividad, puede y debe tratar, no sólo de ganar dinero, sino también tener en cuenta el medio ambiente y su responsabilidad social; en esto se basa la triple cuenta de resultados, en tener en positivo las cuentas económica, medioambiental y social.
Y todos estos conceptos hacen recordar al profesor Adam Smith, el fundador de la economía moderna cuando en 1759 decía desde entonces que una economía sin ética puede ser un peligro; resaltaba que los mercados debían estar presididos por ciertos valores, porque, si no, había graves riesgos. Destacaba en forma muy concreta los siguientes valores: “prudencia, humanidad, justicia, generosidad y espíritu público”.
Al respecto vale redefinir de manera clara el término de “mano invisible” acuñado por el mencionado profesor Adam Smith, quien decía que no es un principio sino una consecuencia de la acción propia del ser humano; es decir, palabras más palabras menos; que es preciso introducir dispositivos institucionales en favor del diseño de un mercado, que utilice los recursos y la fuerza de trabajo en forma apropiada; y en la medida que esto mejor se realice, “se propiciará la acción de una mano invisible”, que coadyuve de forma efectiva a “civilizar la civilización humana”.
Así, por lo antes expresado por Bernardo Kliksberg, es posible que se pueda llegar a convertir en profecía lo mencionado por la Revista The Economist, cuando señala que crece la demanda de que las empresas se fijen estándares éticos elevados y los cumplan cabalmente, precisando que: “la responsabilidad social corporativa ha ganado la batalla de las ideas y será “el único modo de hacer negocios en el siglo XXI”.
Seguiremos platicando ….
Blog: http://atamayon.blogspot.com
Antonio Rey Tamayo Neyra
Dedicado al periodismo de investigación desde 1987 especializado en temas socioeconómicos. Desde 1991 colabora en el periódico El Financiero como Coordinador Editorial y Redactor de Proyectos Especiales, además de colaborar en otros medios. Desde el 2002 involucrado en la Responsabilidad Social, escribiendo y realizando proyectos editoriales de este tema, y además documentando las actividades de las empresas (tipo caso)
También es profesor de posgrado e imparte capacitación en relacionales laborales.
Licenciado en Administración por el Instituto Tecnológico Autónomo de México; su preparación profesional posterior incluye un Diplomado en Responsabilidad Social en el Tecnológico de Monterrey, y un Curso del mismo tema en la Universidad Abierta de Cataluña. Actualmente estudia la Maestría en Sociedad de la Información y el Conocimiento en la Universidad Abierta de Cataluña.